CULTURA
opinión

La IA y su intromisión en la cultura (o el triunfo de los personajes de ficción artificial)

La realidad alcanzó límites inquietantes. Y estamos solos, más que nunca. Las secuelas del encierro por la pandemia de covid-19, encumbraron lo virtual por sobre lo cotidiano. De allí que las distintas artes aceleraron su conversión en contenidos, productos comerciales con valor simbólico agregado, pasando por etapas de prueba como las criptomonedas y los NFT, arte digital de alto valor caído en la desgracia de su propia fantasía. La Inteligencia Artificial está entre nosotros y encarna un nuevo Cristo Tecnológico Todopoderoso (Pantocrátor), cuya trayectoria implica cuatro características básicas: omnipresencia (está en todo espacio), omnipotencia (todo lo puede hacer), omniconservación (su memoria todo registra) y omnicomprensión (genera todas las respuestas posibles). Entonces, un lector atento realizará la pregunta clave a su conciencia: ¿para qué vivir esclavo de una pantalla?

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IA. | pablo temes

—Eres mi creación.

—Quiero hacer una pregunta, padre. Si tú me creaste, ¿quién te creó a ti?

David (Michael Fassbender), robot “orgánico” con inteligencia artificial (IA), viste de blanco. Está frente a Peter Weyland (Guy Pearce), dueño de la corporación que envía naves espaciales a colonizar posibles planetas habitables. Pone a prueba la creación científica producto de su riqueza. La última pregunta resulta clave y su respuesta es digna del pensamiento emanado desde el poder:

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—Me niego a creer que la humanidad es el producto aleatorio de una circunstancia molecular. Nada más que el resultado del azar biológico. No, debe haber algo más. Y tú y yo, hijo, lo descubriremos.

—Permíteme hacer una reflexión –contesta David–. Tú buscas a tu creador. Yo estoy frente al mío. Te serviré… Sin embargo, eres humano. Vas a morir. Yo no.

Visiblemente molesto, Weyland adopta un tono sombrío, imperativo y ordena:

—Sírveme el té, David. Sírveme el té.

Antes del diálogo, comienza la película con el primer plano del ojo izquierdo de Fassbender, pupila celeste, fría y perfecta. Es ahí donde Weyland lo somete a la prueba. Qué reconoce en la habitación enorme, cuyos ventanales del piso al techo muestran un paisaje de lago y montañas en formato Cinemascope. David menciona: silla trono de Carlo Bugatti, piano de cola Steinway, La natividad de Piero della Francesca, y al caminar en el recinto, hacia el fondo, encuentra el David de Miguel Ángel, del que toma su nombre. 

El rodaje de Alien: Covenant de Ridley Scott comenzó en el mes de abril de 2016 en Nueva Zelanda, se estrenó en mayo del año siguiente. Entre julio y noviembre de 2016 se filmó Blade Runner 2049, dirigida por Denis Villeneuve y producción de Scott. En ésta, K (Ryan Gosling) es el nuevo Blade Runner, cazador de robots díscolos y peligrosos. Pero esta vez queda claro que él también es un “portapiel”. En esta continuación de Blade Runner (1982), basada en la novela ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?, de Philip K. Dick, la Inteligencia Artificial va más allá de un androide curioso y molesto. K tiene una novia en casa: Joi (Ana de Armas), mujer virtual, holograma, cuya conducta corresponde a una IA que aprende y se amolda a su experiencia de convivencia con K. Existen códigos entre ellos.

Una escena clave al respecto es cuando K le regala a Joi, es el aniversario de la pareja artificial, la forma tecnológica para trasladarse junto a él. Eso es posible a través de un mecanismo manual, especie de cursor/proyector de imagen y sonido del holograma. Así Joi enfrenta a la lluvia, “siente” cómo las gotas modifican la imagen de sus manos (que son eso, pura proyección de luz), se moja, de alguna manera emula el sentimiento de libertad. El primer plano de un ojo derecho, de iris verde, perfecto, acaso el de K, es la primera imagen de esta película.

Diciembre de 2023. Alemania. La fábrica de automóviles BMW lanza la publicidad de su nuevo vehículo eléctrico iX2. La duración de la misma es menor a tres minutos y la protagoniza Lil Miquela, una adolescente virtual, influencer, nacida (creada) en California el 23 de abril de 2016. No solo se trata de la influencer virtual más famosa del planeta, sino la que ha sumado distintos trabajos publicitarios para diferentes marcas y cuenta con millones de seguidores en las plataformas digitales. En sí: una no persona exitosa.

En la publicidad del vehículo aparece el ojo de Miquela en primer plano observando hacia el cielo, su iris es de un tono ámbar, queda claro que no es de este mundo. Esta adolescente, especie de Heidi pecosa con rasgos latinos, maneja el vehículo. Se detiene en un campo y al tocar una libélula que descansa sobre una piedra, su dedo se difumina porque el límite de la imagen con lo real produce eso: se descompone en luz. Lil recorre calles, observa conductas humanas, en la pista de baile la luz de los reflectores también afectan “su cuerpo”, la mano se desintegra, y al dar el paso atrás, casi al chocar con un hombre, despierta. ¿Sueña con ovejas manejando un auto eléctrico?

Como era de esperar, Miquela sigue en el vehículo, rauda atraviesa un campo, frena, desciende a contemplar el paisaje, y entonces llueve. Sí, ella extiende la mano y esta vez el agua queda allí, en lo que ahora es material, ya no es un ser virtual. Manejar el vehículo, esa experiencia, la convirtió en un ser de consistencia humana. Es claro el homenaje a Blade Runner 2049, pero también encierra la gran incógnita de Alien: Covenant.

Ahora volvamos a las referencias artísticas que rodean a David en la escena inicial, ese androide que resulta con más soberbia que su creador. El ojo izquierdo, celeste, impávido, enorme, frío, dominante, remite al ojo izquierdo del Cristo Pantocrátor. Más precisamente a la figura central realizada en mosaico, Cristo bizantino, ubicada en el interior de la iglesia de Santa Sofía en Constantinopla, realizada hacia el año 1261 de nuestra era. Él observa desde lo alto, enfoca su mirada con el ojo izquierdo, levemente más grande, como énfasis de que todo lo abarca, hasta en la intimidad del pensamiento del feligrés.

Cada cuadrado del mosaico, por distancia y adhesión ocular, suma a un conjunto que da forma a lo representado. En sí, anticipa la existencia del pixel y la foto digital, que al aumentar con un editor fotográfico se puede apreciar en los diversos tonos y contrastes, cuyas variables de “profundidad” o calidad a la imagen en conjunto, entendida como “definición”, radica en la cantidad de bits, o capas de profundidad de tono de cada uno. Este principio de lo virtual, amparado en un fenómeno óptico, proviene de una técnica aplicada en el arte de principios helenísticos reinterpretados por la primitiva Iglesia cristiana.

Omnipresencia, omnipotencia, omniconservación y omnicomprensión, cuatro características que la patrística asignó al Pantócrator, ese Dios que domina la creación, que forma parte de él y está todo conservado y contenido en sí. Principios que aparecerán en este artículo, pero por otros motivos, como el reemplazo del pequeño mosaico por esa unidad mínima de datos, esencia de la imagen virtual.

Inteligencia Artificial: el debate que no puede esperar

Piero della Francesca (1415-1492) abre otra instancia, de índole matemática. La obra del artista del Primer Renacimiento es un salto a la superación del plano fijo bizantino. Su segundo tratado, De prospectiva pingendi, sienta las bases del moderno dibujo técnico, donde prevalece la axonometría a la perspectiva, modelo geométrico que consideraba más congruente. El dibujo de cabeza y rostro fraccionado prefigura la perfección del robot femenino en Metrópolis (1927), de Fritz Lang. Y ambos anteceden, o alimentan, la geometría de diseño por Inteligencia Artificial de los influencers virtuales que aparecieron a la par, y a consecuencia, del “nacimiento” de Lil Miquela.

Es decir: la proliferación de robots virtuales, a imagen y alguna semejanza de lo humano, se deben a un hecho básico. Las personas intercambian con ellos, dialogan, los buscan, les dan entidad, y de forma tan extraña como inexplicable, les hacen caso o siguen sus consejos. Creen en ellos. Esto mientras ocurre algo irrefutable: quienes lo hacen sufren lo real como cualquier otro Homo sapiens, pero con ventajas económicas que permiten aplicar el tiempo a eso que no existe. Casi como una parodia de lo religioso.

Pero la esencia de tantos influencers sintéticos se encuentra en el mercado de productos, en las marcas, como la que “contrató” a Miquela para promocionar un vehículo. Y existe un porqué: el marketing concluyó que la empatía de los consumidores hacia estos referentes artificiales es mayor y más perdurable que aquella generada por una celebridad. 

“Para ser aceptados por el consumidor y crear una conexión emocional, los influencers virtuales son abrumadoramente antropomórficos en su apariencia, personalidad y comportamiento. Las prestaciones del modelado 3D y la Inteligencia Artificial hacen que sean difíciles de identificar como virtuales. Sin embargo, un grado demasiado alto de realismo tiene un impacto negativo, según la teoría del extraño valle del experto en robótica Masahiro Mori: demasiado parecido de un robot, o aquí una Inteligencia Artificial, con un humano es vergonzoso e incluso aterrador. (…) este sentimiento de rechazo es totalmente contraproducente. La interacción con suscriptores y consumidores potenciales genera reacciones negativas que pueden convertirse en rumores negativos. Para contrarrestar este fenómeno, los influencers biodigitales cultivan una cierta ambigüedad sobre su verdadera naturaleza, lo que les otorga un aura misteriosa”. 

Estas apreciaciones pertenecen al profesor Oihab Allal Cherif, de la Neoma Business School (Ruan, Reims, París), en un artículo de septiembre de 2022 publicado por The Conversation France, donde agregaba: “Si en ocasiones puede haber una reacción negativa de asco, o incluso miedo durante las primeras interacciones con un influencer virtual, esta percepción evoluciona positivamente con la experiencia y la exposición regular a estos personajes digitales. El influencer virtual se vuelve tranquilizador tanto para sus suscriptores como para los anunciantes porque está idealizado y no puede caer en los mismos excesos que un humano. La estética de los influencers y la calidad de los contenidos que emiten están extremadamente cuidadas, en busca de una forma de perfección con un fuerte poder de seducción”. Es decir, el “espectador”, aquel humano que sigue e interactúa con la figura de ficción, de alguna manera ocupa el lugar de K, quien idealiza su relación con Joi. ¿Es esto amor?

En agosto de 2023, el diario británico The Sun difundió la evaluación de expertos sobre el mercado digital que implica a estos seres virtuales: su valor se calcula en 4.500 millones de dólares, creciendo un 26% hacia 2025. Dior, Prada, Calvin Klein, forman parte de esa extensa nube de inversores que llegan a pagar 10 mil dólares por un posteo en Instagram de estos famosos. Los nombres más populares de los entes son “femeninos”: Bermuda, Noonouri, Zoe Dvir, Ella Stoller, Pippa Pei, Ai Angelica, Leya Love y Esther Olofsson. Menos populares, existen masculinos: Knox Frost, Pol Songs, Koffi Gram y Ronald F. Blawko, conocido como Blawko22. Un catálogo exhaustivo, con artículos referidos a sus actividades se encuentra en virtualhumans.org.

El estilo de ficción con que emiten discursos seductores se encuentra en el saludo para principio de este año por parte de la modelo Shudu Gram (creación del fotógrafo de modas londinense Cameron-James Wilson), quien emula a una afrodescendiente, cuyo estilo tiene referencias indudables a la cantante Grace Jones: “¡Es la primera semana de un año nuevo brillante! ¿Cómo te sientes? Hace frío y está húmedo aquí en Londres, pero los días empiezan a ser más largos y enero siempre parece como un borrón y cuenta nueva. Solo por diversión, quería ponerme un glamoroso vestido dorado, lucirlo frente a una cámara y ver qué pasa”.

Esta fusión con la gramática humana (en tanto sensibilidad intransferible, pura experiencia, como el tacto y la memoria de su sensación) cede al engaño con cierto goce por la certeza: la trampa es plácida, un cómodo lugar para la agonía de la verdad. Porque estamos solos, más que nunca. Las secuelas del encierro por la pandemia del covid-19, por ejemplo, encumbraron lo virtual por sobre lo cotidiano. De allí que las distintas artes aceleraron su conversión en contenidos, productos comerciales con valor simbólico agregado, pasando por etapas de prueba como las criptomonedas y los NFT, arte digital de alto valor caído en la desgracia de su propia fantasía.

La Inteligencia Artificial debería "dormir" y "soñar" para evitar tener "olvidos catastróficos"

La coyuntura en que actúa la Inteligencia Artificial también la hace generativa, o creadora. Un lugar de incidencia es el campo de las traducciones profesionales (legales y técnicas), donde ya reemplaza a la actividad humana. De hecho, con la aparición de los primeros traductores online, un editor argentino lanzó hace años una máxima a este cronista: “Al traductor nunca el PDF del libro, siempre el original papel en el idioma del que debe traducir”. Solución primaria para conservar la calidad en la traducción literaria. 

Mientras tanto, la realidad alcanzó límites inquietantes. La IA acaso leyó a Freud de manera confusa: la muerte y el deseo impulsan a la humanidad, pero concluyó que ambas pueden ser manipuladas. De allí que la propuesta sea la muerte cultural, la muerte de la abstracción y de la sensación de ser en sí y para sí, incluso en el goce. Como ejemplo, a principios de este mes, circuló la noticia sobre una influencer virtual que comparte videos y fotos eróticas en una plataforma. En 120 días acumuló 123 mil seguidores generando una ganancia de 10 mil dólares. Su creador es un hombre británico que se ufana sobre el realismo de la pupila generada por IA: ella recibió propuestas de deportistas y millonarios. El biotipo de la misma sería ideal en términos prostibularios. Por tanto, su “dueño” actualiza de manera tecnológica términos como rufián, cafishio o proxeneta. Eso sí, advierte que la profusión de sitios porno IA, que generan imágenes de todo tipo, pagos, ponen en acto las fantasías más turbias de abusadores de menores y todo tipo de perversos.

A su vez, la estafa se extiende como una mancha de tinta en el papel, ya en los libros. Para Ulrich Genisson, experto en la dieta cetogénica, sus dos libros fueron plagiados por autores fantasma en Amazon Francia. Esgrime el ejemplo de estos delincuentes en un autor fantasma: Alan Trevor. Éste publicó más de 1.400 libros sobre todos los temas imaginables: cultivo de cannabis, hipnosis, ovnis, cría de pollos, interpretaciones bíblicas, etc. Algunos de ellos a 20 euros, en formato virtual o físico, son caros. Este tipo de libro se genera con IA, mezclando distintas fuentes, reescribiendo, o copiando y pegando. 

La herramienta Kindle Direct Publishing permite que cualquiera pueda editar libros. Así, Amazon se encarga de imprimirlos y comercializarlos, en papel y formato digital. También ofrece promocionar los libros convirtiendo a sus autores en anunciantes. De esta manera los estafadores dejan comentarios favorables a sus productos falsos generados por IA, y cuando aparecen los verdaderos lectores delatando la estafa, migran con el material a nombre de un nuevo alias, otro Trevor.

Más allá de las estafas, la IA generativa de alguna manera evoluciona. Su aprendizaje puede aumentar en complejidad y profundidad, al punto que su lectura de Joyce, Kafka o Aira puede derivar en múltiples ficciones y, como en las fotos pornográficas, resulte imposible determinar qué párrafo es de qué obra, como qué pedazo de piel, orificio o miembro pertenecen a éste u otro humano en una foto.

Detrás de todos estos entes virtuales no solo existe la IA, sino programadores, empresas de marketing o simples sujetos pirateando desde sus dispositivos, siempre con el fin de enriquecerse. En paralelo, ocurre la abstracción simbólica donde el sujeto virtual se convierte en un ser fantástico que puede reemplazar a los personajes de novelas y relatos. 

Y a raíz de esto, ¿para qué leer sobre ellos si puedo disfrutar de semejante presencia e interactuar con ella? 

La disolución del autor, del editor, incluso del texto pirateado, es del orden del fantasma: viene a aprehender de nosotros, entonces la IA juega dentro de la ambición humana de poseer. En forma secreta y hasta cómplice, el humano participa en un juego donde él es el que quedó en la jaula del experimento.

Ahora bien, ¿cuánto de las neurociencias aplicadas tenemos aquí? No hay lugar para el inconsciente, menos para la pesadilla o el sueño transgresor, alarmante. Tampoco para especular un simbolismo. Ese producto biodigital expuesto, irreal, cuasirrobótico, deshumaniza la posibilidad de otro, de un par.

Por lo expuesto, podemos conjeturar que la inteligencia artificial encarna un nuevo Cristo Tecnológico Todopoderoso (Pantocrátor), cuya trayectoria implica cuatro características básicas: omnipresencia (está en todo espacio), omnipotencia (todo lo puede hacer), omniconservación (su memoria todo registra) y omnicomprensión (genera todas las respuestas posibles). 

Entonces, un lector atento realizará la pregunta clave a su conciencia: ¿para qué vivir esclavo de una pantalla?