Göbersdorf, Silesia. Un grupo de “turistas” tuberculosos en busca de una cura. Un propósito que disimula la desesperación bajo la apariencia de un placentero descanso. De allí provienen la elegancia, el recato, en ocasiones las exaltadas polémicas. Están en una parada en tránsito hacia el destino final. Ocupan plazas en una pensión a poca distancia del costosísimo sanatorio en el que aspiran a ser admitidos, vacilantes en conseguir una vacante en el mismo. Como si su actual situación fuera pasajera pero no tanto, se alojan en la casa de huéspedes de un tal Opitz, personaje vidrioso, casado con una mujer que sojuzga y maltrata y es así (opina a viva voz) como debe tratarse a una mujer. Todo muy a tono con el sombrío bosque que les revela belleza y perversión.
Es cuando entra en el drama Miecyslaw Wojnicz, protagonista de esta historia. Entonces: Göbersdorf. Entonces: Silesia. Entonces –nada dije de estos seres mitológicos aún–: las empusas. Citadas por Aristófanes y Filóstrato y, más acá, por Robert Graves. Criaturas que mutan y deparan a los mortales experiencias inquietantes. El sanatorio del doctor Römpler, fundado en 1875, se encuentra prácticamente al pie de las montañas y consta de un número adecuado de edificios en forma de elegantes villas. El sanatorio de Römpler es donde esperan ser admitidos. Entre tanto: ¡Ah!, ¡el aire fresco de montaña! Estas y otras exclamaciones repetirán a diario nuestro querido Wojnicz y asimismo Lukas y August y Frommer y Hahn y Semperwei. Se muestran exultantes, aunque los corroe el miedo. Tokarczuk conoce el paisaje natural y humano que describe. Es su patria, claro. Wojnicz lleva una bitácora rigurosa sobre su dieta, sus dolencias, el clima, la pensión, sus compañeros, tal como si fuera el capitán de ese quieto barco que es el hotel de Opitz, parada obligatoria para los aspirantes al sanatorio tan preciado. Entretanto, suceden cosas. La autora no oculta la matriz de su novela: La montaña mágica, de Thomas Mann, matriz de su original idea y, por qué no decirlo, como aquella también, una novela filosófica. Otras claras influencias signan el “punto de tensión o conflicto” de Tierra de empusas: la presencia espectral de Franz Kafka –el paciente, antes que el escritor– y la memoria de su intermitente internación en diversos hoteles de su época que ofrecían sociabilidad y salud, tales como el Jungborn, la playa, o la comodidad del Marielyst (tan bien se lo ve a Kafka sonriente en una foto allí, solo que muriendo, y lo sabe).
Hacia el final de la historia, las vidas de Wojnicz, Lukas, Frommer, Hahn, Semperwei se agostan día a día y son presa fácil de las terribles diosas. Ese grupo, que buscaba sanar, muere. Sostiene Tokarczuk que hay quienes dicen haber visto a Wojnicz con un traje de tweed inglés frente a la tumba de su padre en Léopolis a fines de 1920, afirman que vivo.
Pero es una temeraria especulación si se lee bien este extraordinario relato. Una apuesta seria y perturbadora, vibrante y no exenta de nostalgia.
Tierra de empusas
Autora: Olga Tokarczuk
Género: novela
Otras obras de la autora: Los libros de Jacob; Un lugar llamado Antaño; Los errantes; Sobre los huesos de los muertos
Editorial: Anagrama, $ 31.900