CULTURA
ACTIVISMOS y libros

La palabra en combate

A la luz de las experiencias de los últimos años se puede conjeturar que los libros son un espacio de intervención para diferentes activismos. ficciones y ensayos dinamizan luchas sociales y aportan argumentos al debate público.

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Biblioteca activista. | pablo temes

A la luz de las experiencias de los últimos años en el país se puede conjeturar que los libros son un espacio de experimentación para diferentes activismos. Laboratorios y, a la vez, “actos activistas”, ficciones y ensayos de autores locales e internacionales dinamizan luchas sociales y aportan argumentos al debate público. De Rita Segato a Judith Butler, y de Gabriel Giorgi a Silvia Rivera Cusicanqui, distintas miradas sobre afinidades y contrapuntos entre esferas artísticas, antropológicas y políticas recorren bibliotecas y calles. El activismo transversal pregonado por Félix Guattari floreció en la escena “multisituada” de las primeras décadas del siglo XXI, donde la escritura y la lectura impulsan la acción (y viceversa). Incluso los libertarios al modo argentino, con proclamas que en otra época hubieran sido calificadas de reaccionarias, construyen su biblioteca. La importancia del libro como vehículo ideológico sigue intocada. El feminismo, el antirracismo, la disidencia sexual, la crítica del capitalismo, la defensa del ambiente y de los derechos de los animales, las reivindicaciones de pueblos originarios y de comunidades migrantes van dejando su huella en la letra.

Los grandes grupos editoriales no dejan que en sus catálogos queden afuera registros de distintas luchas. Extinción (Sudamericana), de la politóloga y activista Flavia Boffroni, es un alerta para detener el colapso ambiental. Cofundadora del movimiento de desobediencia civil pacífica Rebelión o Extinción, la autora comparte cifras alarmantes sobre el ecocidio en marcha y propone alternativas para frenarlo. En 2021, Planeta lanzará el libro de Las Tesis (célebre por la performance feminista “Un violador en tu camino”), un ensayo de Brigitte Vasallo sobre las virtudes del poliamor, otro sobre lenguaje inclusivo y educación sexual integral, de Carolina Tosi y Valeria Sardi; un libro de la estadounidense bell hooks y la reedición ampliada de Diccionario travesti de la T a la T, de Marlene Wayar, entre otros.

Cajas de herramientas. “Desde 2001, los activismos están en las calles y en los libros –asegura la escritora Eugenia Cabral–. Derechos humanos, feminismo, diversidad sexual, partidos de izquierda, ambientalismo, reivindicación étnica y lingüística instalaron expresiones como ‘mirá cómo nos ponemos’ y ‘el agua vale más que el oro’. La agenda de derechos articula el discurso literario vigente y los catálogos editoriales admiten estas temáticas”. Basta con entrar a cualquier librería, física u online, para corroborar esa afirmación. “La filiación a alguna corriente de activismo incluso cobra valor al momento de elegir lecturas –agrega–. Sin decir que se trate de un nuevo tipo de engagément, de compromiso militante llevado a lo literario, revela una frescura de desnudar el pensamiento, de no pretender neutralidad ni distancia”. 

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Para el profesor y ensayista Luis Diego Fernández, los libros funcionan como laboratorios de activismo político de manera directa e indirecta. “Ya sea tomando sus conceptos como elementos de militancia concreta, o bien como manifiestos de acción política –dice–. En este último caso, podemos hablar de El Anti Edipo de Gilles Deleuze y Félix Guattari, que operó como reelaboración teórica de las consignas del 68, o, más cercano en el tiempo, de Manifiesto contrasexual de Paul B. Preciado, en tanto directriz de las políticas de género”. Fernández suscribe la idea de pensar la biblioteca filosófica como “caja de herramientas”. 

Catálogos abiertos. “Pienso en cómo influyen diversas luchas en un catálogo o cómo un catálogo se abre, en su limitación material, temporal, económica, a determinadas voces, prácticas, narraciones e imágenes referidas a luchas sociales –dice Cristóbal Thayer, coeditor con Ana Asprea del sello La Cebra–. El libro llega después, y ocupa una temporalidad distinta de la que se da en la calle. ¿Influyen los catálogos en esas luchas? Entiendo que algunos libros pueden influir, que de hecho influyen o han influido. Y algunos proyectos editoriales se piensan o incluso van de la mano con diversos movimientos sociales”. Tinta Limón es un sello autogestivo que propone textos con el afán de renovar la imaginación política. “De manera inevitable, potencia su catálogo en medio de ciertos procesos políticos, en momentos de crisis o de revuelta –señala Diego Picotto, integrante del colectivo editorial–. No habría Tinta Limón sin diciembre de 2001 o sin el ciclo de resistencias latinoamericanas al neoliberalismo. Muchos textos (que en su gran mayoría se pueden descargar gratis de nuestra página web) pasaron de mano en mano a lo largo del ciclo de luchas feministas”. En el estallido chileno de 2019, la intervención del grupo feminista Las Tesis dinamizó la revuelta primaveral. Cuando les preguntaron en quiénes se habían inspirado para hacer “Un violador en tu camino”, la respuesta fue Calibán y la bruja, de Silvia Federici, y La escritura en el cuerpo, de Rita Segato, títulos de Tinta Limón. Además del primer libro de memorias del filósofo Toni Negri, este año lanzarán Guerras y capital, de Maurizio Lazzarato y Éric Alliez, en coedición con La Cebra y Traficantes de Sueños.

En el marco del debate por la ley de interrupción voluntaria del embarazo en el país, se publicaron desde antologías poéticas como Martes verde hasta ensayos como Activismos tecnopolíticos, de Marcela A. Fuentes. A fines de 2020, Clacso y Siglo XXI de México presentaron ¿Por qué luchamos? Un libro sobre amor y libertad, de la intelectual y política brasileña Manuela D’Ávila, destinado a jóvenes militantes. Para D’Ávila, “el feminismo es lo opuesto a la soledad”. Es el primer título de la colección Feminismos Latinoamericanos, que dirige Karina Batthyány. “Busca contribuir a hacer crecer la marea de las reflexiones y experiencias que producen los feminismos, y que ocupan un lugar central en la construcción de sociedades más justas, igualitarias y diversas”, señala Batthyány en la presentación de la colección, que “construye un archivo de los feminismos en la región”. Para la historiadora del arte e investigadora Andrea Giunta, las propuestas y los debates del feminismo actual dan lugar “a la biblioteca más extensa y compleja de los últimos cinco años, una biblioteca en formación y expansión que propone volver a pensar las relaciones sociales escritas a lo largo de dos milenios; es un momento crisálida y cristal, en el sentido de que analiza sus formaciones y latencias tanto como sus proyecciones”. 

Lecturas antirracistas. Marcela Carbajo dirige la editorial Empatía, que difunde literatura de un continente estigmatizado en algunos ámbitos sociales: el africano. “Uno puede leer en Wikipedia sobre el genocidio de Ruanda, pero leyendo La mujer descalza, la comprensión de esa realidad es otra –dice, respecto de la novela de la escritora Scholastique Mukasonga publicada por Empatía–. Una comprensión más profunda, la que surge de ‘ponerse en los zapatos’ de alguien”. Carbajo adelanta que el primer lanzamiento de 2021, Delicias de la maternidad, de Buchi Emecheta, sigue la vida de una mujer nigeriana desde la década de 1930. “Esta mujer que crece en una aldea, que cree en demonios y ora a sus propios dioses, también habla a las mujeres de nuestro tiempo, en su preocupación por los hijos, el dinero, el matrimonio”. Una de las ideas rectoras de Empatía es, según la editora, “la convicción de que, a partir de las ficciones, se puede promover un conocimiento más afectivo, más empático, de otras culturas y realidades”.

La editorial Amauta & Yaguar revaloriza los aportes de las comunidades afrodescendientes e indígenas en la cultura americana. “La cuestión del racismo está muy presente –dice Matías Cukierman, coeditor del sello con Josué Falconi–. Tal vez en el título que mejor se aprecia es en Libre estoy, vine de lejos..., de Nicolás Guillén, pero existen otras temáticas alrededor de estos grupos, desde el reconocimiento hasta las reivindicaciones de sus culturas ancestrales”. Para 2021, Amauta & Yaguar publicará Un cuerpo negro, de la poeta paulistana Lubi Prates. “Gira en torno a la experiencia de las comunidades afro en el ámbito cotidiano y su lugar dentro de la sociedad brasileña, y a la violencia ejercida sobre los cuerpos negros”. También está previsto el lanzamiento de MachinE-head, del poeta quechua Agustín Guambo, que describe los procesos de hibridación entre la cultura ancestral de los pueblos originarios y las culturas europeas que llegaron al continente en plan de dominación. “Además de descubrir nuevas voces nos dedicamos a investigar y traer a la conversación a autores de siglos anteriores, como Candelario Obeso, padre de la poesía negrista en Colombia, y Horacio Mendizábal, poeta afroargentino del siglo XIX –agrega Falconi–. Son pequeños granitos de arena en las luchas de las diferentes organizaciones por sus reivindicaciones”. 

Mandacaru, editorial feminista nacida en 2020, elige textos de mujeres de habla portuguesa, principalmente afro, originarias, trans y cis, con el objetivo de “invertir el cupo, es decir que en el catálogo primen quienes suelen ser minoría”, grafica la doctora en Letras Lucía Tennina, coeditora con la investigadora Michelly Aragão, la historiadora Bruna Stamato y la socióloga Rafaela Vasconcellos. “El proyecto surge a partir de un vacío alarmante dentro de las publicaciones de habla portuguesa de autoras, en especial no blancas”. Tiene colecciones de poesía, narrativa y ensayo, y las traducciones están hechas por mujeres. Se publicaron dos libros de poesía: parque de las ruinas, de Marília Garcia, y el martillo, de Adelaide Ivánova. “Los próximos lanzamientos son muy revolucionarios –anticipa la editora–. En febrero sale Doloridad, de Vilma Piedad, una intelectual y activista negra que propone redefinir el concepto de sororidad a partir del dolor; a mitad de año, lanzamos Escritos de una vida, de una de las feministas negras más importantes de Brasil, Sueli Carneiro, en una obra que reúne toda su producción, y Notas sobre el hambre, de Helena Silvestre, una escritora afroindígena, militante por el derecho a la vivienda”. En narrativa, Mandacaru presentará Cuarto de desechos y otras obras, de Carolina Maria de Jesus, la primera escritora negra brasileña que fue boom en los años 60; Y si yo fuese puta, de la escritora trans Amara Moira, y Úrsula, de Maria Firmina dos Reis, una escritora negra contemporánea de Joaquim Machado de Assis. 

Utopías disidentes. La poeta y editora Dafne Pidemunt destaca que la literatura muestra otros mundos posibles, “que son pura realidad silenciada”. Coeditora del sello La Mariposa y la Iguana con Leticia Hernando, observa que las leyes de matrimonio igualitario, identidad de género y cupo laboral trans reconocieron derechos a grupos sociales, a la vez que los integraron al sistema. “Nos permiten ser un ser que quizás nunca quisimos –dice–. Nuestras formas amatorias e identidades se cristalizan dentro de la cultura. Ya no somos esxs rarxs que durante décadas nos juntábamos en lugares escondidos a disfrutarnos. Ahora tenemos una visibilidad que sigue respondiendo a un ‘cis-tema’ que durante siglos denunciamos. Nos mostramos orgullosxs en la Feria Internacional del Libro de Buenos Aires, armamos mesas de literatura disidente, las multinacionales nos ponen en la lista y los libros LGBTTIQ son exhibidos en vidrieras de grandes librerías. Sus contenidos suelen ser dolorosos y la sociedad los lee como ficción. Cuando la disidencia es más feliz, ¿vende igual? La literatura de activismo disidente se instaura en la sociedad desde el dolor; otros vínculos amatorios, felices, siguen siendo silenciados, porque la comunidad LGBTTIQ ‘seguro sufre’ y lo que no se puede decir como algo real se enunciará como ficción”.

Para el escritor y periodista Gustavo Pecoraro, el vínculo entre literatura y activismos atravesó distintas etapas en el país. “La década de 1970 fue una gran época de elaboración teórica pero con textos ya escritos (marxismo, psicoanálisis); bajo la dictadura, no hubo capacidad de publicar pero sí de escribir, y de eso saben bien quienes vivieron el exilio –detalla–. La explosión fue entre mediados de los 80 y 2000, cuando se instalan ciertas editoriales e incluso algunos diarios o revistas de tirada nacional que permitían debates que devinieron en las conquistas de hoy: variadas plumas empezaron tímidamente, y luego con más fuerza, a plantear temas de derechos ausentes en democracia como los del colectivo LGTBI, el aborto y la despenalización de la marihuana”. Pecoraro sostiene que la organización de diversas corrientes en el colectivo LGTBI permitió que nuevos imaginarios se plasmaran en textos. “Las editoriales se animaron a publicar a autores gays, lesbianas y queer como Osvaldo Bazán, Alejandro Modarelli, Flavio Rapisardi, Ernesto Meccia, Marta Dillon, Pablo Pérez, Mabel Bellucci; ni pensar lo que ocurrió con la presencia de Lohana Berkins, Susy Shock, Marlene Wayar, Carolina Unrein, autorxs de la editorial Poesía Trans Masculina, Camila Sosa Villada y otres, acompañadas por la experiencia del suplemento SOY. Militancia y literatura, pero además literatura como militancia”, concluye. Con la meta de una vida vivible para todos, los libros, como los lectores, “ponen el cuerpo” en las calles.

 

Poéticas plurales

Claudia Aboaf *

La literatura es una acción “bella” hacia la empatía, a diferencia de una acción moral que te dice qué hacer. Y sin empatía no hay mensaje ni receptor. Un libro de ficción puede romper con viejas teorías dominantes. El feminismo propulsó una constelación de editoriales y ferias, y textos como Cometierra, de Dolores Reyes, o Catedrales, de Claudia Piñeiro, iluminaron la opinión social para la discusión de la ahora Ley 27.610 de aborto seguro. También la ecopoética entramada con la política es lo que se ha dado en llamar “artivismo”. Agustina Bazterrica con su Cadáver exquisito consigue aliados del vegetarianismo, según reportan sus lectores. La conexión sensible que se establece tiende un puente a otros mundos y acerca un nivel dimensional más complejo, más amplio. Como en la ciencia ficción, distopías o utopías que funcionan como faros de advertencia; narraciones que surgen de recombinar imaginarios para ponernos al tanto del umbral de irritación del planeta al que hemos llegado. Como (tengo que decirlo) mi El Rey del Agua, que alertó acerca de la explotación del agua en Tigre, rompiendo su carácter bucólico, y ahora que uno de los hombres más ricos del mundo es noticia por la privatización del agua se puede leer en clave realista. La mediación del arte, de lo poético literario, produce experiencias de identificación. Las escritoras de “No hay cultura sin mundo” escribimos una carta dirigida a las autoridades, que fue acompañada por miles de firmas. ¿Qué es lo que conmueve? Como no sabemos qué es lo real, el camino a seguir, el portal estará entre lo real y lo extraño. Ese es el activismo de la literatura. 

*Escritora e integra la Unión de Escritoras y Escritores.
 

 

Tomar la palabra

Alejandro Modarelli *

Me resulta difícil pensar en lo que suele llamarse hoy literatura LGBTI escindida de alguna forma de militancia. Oculta en una trama, en una metáfora, incluso en escritores o personajes cuya época ignoraba el reclamo por derechos civiles o el concepto contemporáneo de visibilidad, siempre se militó, aunque más no fuese desde el odio a la propia identidad, como en el caso de Proust. Nombrar es dar existencia, el primer paso para una toma de conciencia.

Digo esto porque distintas generaciones de disidentes sexuales se sintieron nombradas en esos libros por primera vez. La forma de desear y de amar que se les presentaba en aquellas páginas y que en tantos casos precedió al militante. Por supuesto, los tiempos en la Argentina son otros, lejos quedó Los invertidos de José González Castillo, Sergio de Manuel Mujica Lainez o La brasa en la mano de Oscar Hermes Villordo, por mencionar los más populares dentro de las bibliotecas argentinas. Hoy, que ha sido desterrado el homosexual sufriente de la literatura, aparece una nueva épica: escritoras y escritores que buscan redimir el dolor de las generaciones pasadas, hacer una reversión de los textos canónicos ahí donde la homosexualidad o el lesbianismo podían ser intuidos pero nunca mencionados, dar cuenta de sujetos LGBTI actuales en su cruce con otras situaciones de indefensión o de olvido (las de clase, por ejemplo, en Gabriela Cabezón Cámara, Joshua o Mariano Blatt), la emergencia de una literatura escrita por travestis que, incluso en clave de surrealismo, no deja de ser un alegato, como en Las malas, de Camila Sosa Villada. Por último, si estas referencias son testimonios de maneras de redención, tanto del pasado como del presente, la literatura de editoriales dedicadas a infancias y adolescencias LGBTI, como Bajo el Arcoíris, se dirige a un futuro, a través del sueño de niñes que ya no crezcan con una alita rota, como decía Pedro Lemebel, y se lean en novelas como Cuando me transforme en río, de Sofía Olguín. Infancias que no sean víctimas de suicidios o de crímenes, como expresó la autora y creadora de la editorial.

*Es escritor y periodista.