Simultaneidad, diversidad, enlaces, lejanía y cercanía a la vez. Es la manera en que la comunicación y difusión artística toma su norte ante el apartamiento social. En un artículo publicado en la Revista de la Universidad de México, Cristina Rivera Garza, residente en Estados Unidos, reflexiona, entre otros temas, lo siguiente:
“Despojados de rutinas que daban la impresión de ser inamovibles, expulsados de la prisa que hacía funcionar a tiempo las fábricas y los bancos y las universidades, condenados a un sedentarismo hogareño sin la seguridad de una presunta estabilidad económica, el COVID-19 nos ha puesto cara a cara con la desaceleración. Aquí vamos todos, hacia el inicio del día, checando cifras que resultan cada vez más alarmantes, poniendo atención a las nuevas medidas de seguridad. Mientras tanto, habitamos un hogar que antes, con alarmante frecuencia, sólo utilizábamos para parar unas cuantas horas, casi siempre en la noche, durmiendo con algo de dificultad. De repente, ese espacio que denominábamos como casa, como nuestra casa, se despliega en esquinas inéditas y cosas fuera de lugar. Es un ente extraño, desasido de sí, al que hay acostumbrarse poco a poco. Barrer, trapear, lavar los trastos, tender las camas, poner la ropa en la lavadora, sacudir —todas esas actividades cotidianas que, al menos en esta casa, siempre hemos llevado a cabo nosotros mismos—, muy a menudo recaen en los hombros de las mujeres, y usualmente pasan desapercibidas. La imposibilidad de salir, es decir, la imposibilidad de no verlas, las vuelve monumentales. De hecho, las transforma en el esqueleto del día, la única estructura que pervive cuando todo lo demás ha tomado rumbos desconocidos.”
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Tal vez como una forma de adaptarnos a estas nuevas geometrías de la vida, en el video publicado en YouTube, Julio Le Parc pone en escena su casa, su estudio, taller y universo individual. Retrata la rutina de un hombre de 91 años donde vida y obra encuentran la síntesis existencial. Solo, hace lo suyo, inscribe y describe en imágenes el derrotero doméstico. Ése espacio es su catedral sin dioses, con Libertango de Piazzolla como fondo musical, desde las afueras de París, también remite a un poema, del que alguna vez llegaremos a pensar si no es nuestro Poeta Nacional del siglo XXI:
Y un día un Bernárdez y otro, un Homero;
y un José Hernández, otro, y otro un Garcilaso;
y otro un Eliot y un Lugones, otro;
y un Pound un día y otro, un Discépolo;
y otro un Virgilio y un Quevedo, otro;
y otro día un del Campo y otro, un Dante y otro
un Macedonio;
y un Apollinaire otro y un Borges, otro día;
y otro un Boscán y un Marechal, otro,
volví a sentirme:
en grotesca, infernal –así lo juzgo ahora–
mescolanza.
Pero entonces,
como ya en anteriores crisis
habíame ocurrido,
escuchar parecíame esas Voces
en polifónico, ordenado,
excelso coro.
Odiseo confinado (1992), Leónidas Lamborghini
En La lengua de lo ausente (Editorial Biblos, 1997), Nicolás Rosa, a propósito de El Frasquito de Luis Gusmán, cita este fragmento del poema de Leónidas Lamborghini. Y comienza así tal capítulo, como si esta soledad acompañada a la distancia que hoy nos toca, tomara cuerpo en el arte individual así como en todas las artes de la humanidad:
“Escribir sobre la vida –no importa quién ni sobre quién- es escribir sobre un género… de vida. Escribir sobre la vida de uno es escribir sobre un estilo… de muerte. Entre la vida viviente y la vida letrada de un escritor, se abre un espacio, un hiato que por pequeño que parezca revela una insidiosa fractura. Escribir la vida de un hombre –el byos del humano desde la perspectiva del género es vincularla a la generalidad de la especie, es ponerla en relación, pongamos por caso, con La vida de las abejas de Maeterlink, y al mismo tiempo proponer un desafío antropológico en tanto debemos remontarnos en la vida de esa especie y destemporalizar la ontogenia imaginara de la vida de un hombre, comprometernos darwinianamente en la desmultiplicación, pasar de la especie a las especies y de ellas a las fuentes del animal primitivo que imaginamos y que nos ofrece un mito precario de perdurabilidad.”
Ese mito precario lo encarna Julio Le Parc, capitán solitario de su barco, su obra. Ojalá el optimismo que transmite nos lleve a un puerto seguro, también mejor.