Después de más de cuarenta días con las persianas bajas, reabrieron las librerías en la ciudad de Buenos Aires. El gobierno porteño atendió los reclamos del sector y estableció que, desde el martes 12 de mayo, las librerías pueden abrir sus puertas de lunes a viernes, de 11 a 21, respetando los “protocolos” sanitarios, que consisten en un conjunto de pautas de distanciamiento social, presencia reducida de personas en los locales y uso obligado de alcohol en gel. Así fue como el martes algunos lectores entusiastas desistieron de hacer compras online y se encaminaron a la librería más próxima a sus domicilios. Los porteños están autorizados a visitar los comercios de cercanía. Durante semanas, en los sectores reservados a la literatura infantil no se verán niños lectores. Por ahora, sólo se les permitirá salir a caminar con un adulto sábados y domingos, cuando las librerías permanecen cerradas hasta nuevo aviso.
Desde el Ministerio de Cultura porteño, a cargo de Enrique Avogadro, se trabajó en conjunto con la Cámara Argentina del Libro y los libreros de barrio para coordinar el protocolo de apertura de los locales. “Se tomó como modelo el mismo que rige para los comercios minoristas –informaron desde el Ministerio-. Esta apertura, bajo las medidas sanitarias acordes a la situación, se sumó a la venta de libros a través del delivery”. El objetivo, señalan, es “acompañar al sector en este momento difícil de aislamiento”. Este jueves, el jefe de Gobierno, Horacio Rodríguez Larreta, y el ministro de Cultura, ambos con barbijo, visitaron la librería Fedro en el barrio de San Telmo.
Las librerías locales con reparto a domicilio: ¿paliativo o reactivación?
En la avenida Corrientes, que décadas atrás antes no dormía nunca, hay poca circulación de vehículos y personas en esta fase de la cuarentena. Sin oficinas comerciales, hoteles, bancos, teatros, cines ni bares abiertos, no son muchos los que recorren la avenida. Desde Riobamba hasta Cerrito se cuentan unas quince librerías de ejemplares nuevos, usados y descatalogados, esa rara especie impresa de libros en perfecto estado que las editoriales han decidido saldar a un costo menor que el comercial. Algunas librerías, como Hernández y Cúspide, se duplican a uno y otro lado de la avenida. Y en todas las que han reabierto se permite el ingreso de personas según la cantidad de metros cuadrados del local (una cada quince metros cuadrados). Sin embargo, a pocos días de la reapertura lo que falta son clientes.
“El martes hicimos la mitad de la venta de un día normal antes de la pandemia”, dice Andrés Rodríguez, de la librería De la Mancha (Corrientes 1888). Su testimonio es, por lejos, el más optimista entre todos los que se registrarán a lo largo de la jornada. En los primeros días de la semana, De la Mancha recibió unas ochenta visitas diarias de clientes, muchos de ellos conocidos de la casa. “Son además personas mayores de cuarenta años –agrega el librero-. Los que tienen entre veinte y cuarenta por ahora siguen comprando en forma online”. A su librería pueden entrar dos personas a la vez, luego de frotarse bien las manos con alcohol en gel y respetar los dos metros de distanciamiento social. El uso de barbijo es obligatorio. Una señora conversa unos minutos con Andrés y se lleva un ensayo de la antropóloga feminista Rita Segato publicado por la editorial Prometeo. “El best seller de la cuarentena fue El capital, de Karl Marx –dice el librero-. La mayoría compró los ocho tomos de la edición de Siglo XXI”. Otros eligieron libros firmados por Dolores Reyes, Vivian Gornick, Gabriela Cabezón Cámara o Camila Sosa Villada. “El que viene a la librería compra sí o sí, se lleva uno o dos libros”, dice Rodríguez.
Los libreros estiman que en 2020 las ventas caerán por lo menos un 20% respecto de 2019, que no fue en absoluto un buen año. Desde el inicio del gobierno de Cambiemos, las ventas de libros cayeron año a año y, cuando se esperaba que con el cambio de gobierno nacional se frenara el declive en el consumo, apareció la pandemia de coronavirus. Con la cancelación de la Feria Internacional del Libro de Buenos Aires, se espera que editoriales, distribuidoras e importadoras de libros inicien una campaña de precios promocionales y “combos” al alcance de los sufridos bolsillos de los lectores.
Libros digitales: ni libres ni gratis
En la librería Gandhi de Corrientes 1694, la librera a cargo revela que muchas personas fueron al local a contar sus experiencias de cuarentena y que, a la hora de elegir un título, seguían sin chistar sus recomendaciones. “Venían a desahogarse –dice Gabriela, con el barbijo puesto-. También yo quería volver a trabajar, no me bancaba más el encierro”. A diferencia de su colega de De la Mancha, que cierra las puertas del local a las 19, ella y su compañera se quedan hasta las 21. “A esa hora hay menos gente que ahora en Corrientes”, asegura. En el piso del local, dos franjas de color rojo demarcan el distanciamiento social recomendado por las autoridades. Gabriela agrega que las tapas de los libros tocadas por los clientes son rociadas con alcohol diluido en agua luego de que estos se retiran del local.
No todas las librerías abrieron sus puertas en la primera semana de “desconfinamiento”. La histórica Hernández (Corrientes 1436), por ejemplo, levantó la persiana a medias para que los libreros atiendan a los clientes en la puerta. La otra sucursal, directamente, permanece cerrada, si bien en un cartel se anuncia: “Estamos atendiendo”. Los encargados señalaron que se irán adaptando y que, con el correr de los días, volverán a recibir a los clientes como se debe.
No obstante, lo que llama la atención es la escasez de lectores. “Vinieron solamente los vecinos del barrio”, dice el encargado de Edipo (Corrientes 1686) una vez que un señor se marcha con un libro de historia argentina. Casi despoblado, el amplio espacio de Losada (Corrientes 1551) parece aún más grande. En la sucursal de Dickens de libros usados de Corrientes 1435 una joven europea busca una guía de sitios emblemáticos de la ciudad de Buenos Aires. Con atención, los libreros la escuchan detrás de un plástico transparente. En lugar de dos turnos de dos empleados por día, cada par de libreros atiende en una misma jornada y, a la siguiente, lo reemplaza el otro par. Así se evita una mayor circulación que, según se advierte desde el gobierno nacional, pone en riesgo la salud de los habitantes. En la otra sede de Dickens (Corrientes 1375) algunos lectores fueron a cambiar los bonos promocionales que habían adquirido por Internet en las primeras etapas de la cuarentena. Se trata de las “compras a futuro” que varios libreros implementaron como estrategia comercial para mantener viva la llama de la lectura.
Las tres fases de la Ciudad de Buenos Aires en cuarentena en 24 fotos
En las librerías que pertenecen al grupo Clarín (las dos Cúspide de la avenida Corrientes al 1300 y al 1200) está prohibido sacar fotos en el interior de los locales. De todos modos, el mismo empleado informa que, apenas unos minutos atrás, había varios lectores en búsqueda de libros. Entre una y otra se encuentra Lucas (Corrientes 1247), librería de usados y de saldos. Solitario, un lector examina las lustrosas portadas de la Biblioteca Clásica Gredos. Elige un volumen de Vidas paralelas, de Plutarco, paga y sale a una avenida Corrientes colmada de trabajadores de las apps de delivery, veloces como Mercurio en bicicleta. Ante una pregunta de este medio, el librero dice que no puede responder porque “ahora mismo” está resolviendo la consulta online de una clienta. Para probarlo, señala la pantalla de su computadora. No se sabe si la pandemia de coronavirus ha anticipado en unos años el futuro de las librerías o si sólo se vive una pausa extraña entre el aislamiento social y la “nueva normalidad”, cuyas páginas todavía no empezaron a escribirse.
CP