Mientras se expande el virus de manera global, algunos escritores son víctimas por escribir sobre lo que ocurre, o son ignorados en su condición tras la cobertura mediática de la pandemia.
Deutsche Welle, la cadena oficial de información alemana, otorgó el Premio a la Libertad de Expresión 2020 a 17 periodistas, que representan a todos aquellos que desaparecieron, fueron arrestados o amenazados por informar sobre la pandemia. Entre ellos, la escritora María Victoria Beltrán, encarcelada el pasado 19 de abril por realizar una publicación satírica en Facebook respecto de la cantidad de casos de Covid-19 en la ciudad de Cebu, Filipinas. El alcalde, Edgardo Labella, la acusó de difundir noticias falsas y fue arrestada sin orden judicial. Al cabo de dos días la liberaron tras pagar una fianza, mientras sigue procesada judicialmente por tres cargos.
En Dhaka, capital de Bangladesh, el Batallón de Acción Rápida (una fuerza parapolicial), el miércoles pasado, arrestó a 11 personas, entre ellas el dibujante Ahmed Kabir Kishore y el escritor Mushtaq Ahmed. Todos están en prisión sin derecho a fianza, bajo la Ley de Seguridad Digital, acusados de difundir rumores en Facebook y desinformar sobre el coronavirus, además de socavar la imagen del difunto fundador de la nación, el jeque Mujibur Rahman, padre del actual primer ministro, Sheikh Hasina. Vale decir, una ley a medida para tomar represalias como si fuera un asunto de familia. Kishore publicó una serie de dibujos animados, La vida en tiempos de corona, donde aparecían las caricaturas de los líderes del partido gobernante y acusaciones de corrupción en el sector de la salud. Ahmed, que alguna vez fue dueño de un criadero de cocodrilos, denunció la escasez de equipos de protección para los médicos. Bangladesh, con 164 millones de habitantes, ya tiene 13 mil infectados y más de 200 muertos, mientras que se realiza una flexibilización económica progresiva, incluyendo la reapertura de las mezquitas. Los niveles de contaminación, hacinamiento y precariedad en el país contribuyen a que la difusión de la pandemia sea escalar e incontrolable, como denuncian desde Médicos sin Fronteras.
Entre la protesta diplomática y la guerra comercial, ya supera los 430 días de reclusión el escritor chino-australiano Yang Hengjun. China lo acusó formalmente de espionaje, delito que contempla desde tres años de cárcel hasta la pena de muerte. A fines de marzo, la ministra de Relaciones Exteriores de Australia, Marise Payne, denunció las condiciones inaceptables de su reclusión, la negativa de las autoridades chinas para que los diplomáticos lo visitaran, reclamando su inmediata liberación. Para el doctor Feng Chongyi, supervisor doctoral de Yang en la Universidad Tecnológica de Sydney: “Desde el primer día, su detención tiene un origen político. Y este muestra dos propósitos: uno es silenciar las voces disidentes, el otro es ejercer presión sobre el gobierno australiano para tratar el caso de Huawei”.
Australia prohibió la red 5G del gigante tecnológico chino, así como acusó a Beijing de intromisión en sus asuntos internos. Como contraste, en nada simbólico, mejor destino disfrutaba el Premio Nobel de Literatura 2012, miembro del Partido Comunista Chino, Mo Yan, cuando en agosto del año pasado visitó la Casa Museo La Chascona, en Santiago de Chile. ¿Fue en carácter de turista o de embajador cultural?
La situación en Bielorrusia puede englobarse en lo que Alberto Laiseca denominó como “realismo delirante”, porque resulta insuficiente el ya famoso “realismo mágico”. En sí, no hay género literario que pueda describir semejante negación de los hechos, como ocurre con Bolsonaro en Brasil. En una reciente entrevista realizada por el diario El País de España, la premio Nobel de Literatura 2015, Svetlana Aleksievich, literalmente puso el grito en el cielo por las actitudes del presidente Alexandr Lukashenko. “Las clínicas están llenas de infectados. No se atiende a otros enfermos, se los manda a casa. Pero la prensa oficial esconde lo que sucede de verdad”. También denuncia cierta parálisis social, como adormecimiento, producto de 25 años de un único gobernante centrado en su figura patriarcal, que cree que con la sola fuerza de ser puede triunfar ante cualquier desafío. Como rémora de un pasado comunista trágico, Aleksievich compara la situación actual de los casi 10 millones de bielorrusos con la negación política del accidente nuclear de Chernobyl, cuestión que incrementó la cantidad de víctimas por radiación.