A fines de julio, en las entrevistas que realiza Brian Koppelman para sus podscats titulados The Moment, Quentin Tarantino recordó el día en que a los 12 años, y alineándose con el reclamo de sus maestros escolares, su madre, Connie Zastoupil, le dijo: “¡Ah!, y por cierto, esta pequeña carrera de escritura –apuntando con el dedo y todo–. Esta pequeña carrera de escritor que estás haciendo. Esta mierda se acabó”. Y el cineasta aclaró a continuación: “Cuando me dijo eso de manera sarcástica, pensé: Está bien, señora, cuando me convierta en un escritor exitoso, nunca verá un centavo de mi éxito. No habrá casa para ti. Ni vacaciones, ni Elvis Cadillac para mamá. No obtendrás nada. Porque dijiste eso”. Sin embargo, reconoció que alguna vez la ayudó con una deuda de impuestos, pero nada más. “Hay consecuencias por las palabras al tratar con tus hijos. Recuerda que hay consecuencias por el tono sarcástico sobre lo que es significativo para ellos”.
Haciendo caso a que Tarantino nada cita si no es para crear una relación referencial entre sus trabajos, como bien lo señala Pablo Maurette en Por qué nos creemos los cuentos. Cómo se construye evidencia en la ficción (Clave Intelectual), podemos considerar que esta obsesión por escribir ficciones hoy ya no es un motor para reafirmar su personalidad sino que se transformó en deuda con su futuro. De hecho, en otro reciente reportaje en Real Time, programa de Bill Maher, reafirma que se dedicará a escribir porque en cine “di todo lo que tenía”. Y más allá de promover la novela sobre Érase una vez en Hollywood, está trabajando en una segunda totalmente original. Quiere escribir guiones, ensayos, reseñas de películas, obras de teatro. Incluso reconoció que en algún momento consideró cerrar su carrera como cineasta con una remake de Perros de la calle, pero no será así. Deja en suspenso la décima, la que todos esperan como un falso final. La expectativa es parte del negocio de Hollywood. Además, reconoció que “Es mejor para un artista dejar el centro de atención mientras se encuentra en la cima más alta de su carrera”.
Cómo y de qué manera Tarantino fue mutando en escritor encuentra algunos rastros en clave en el capítulo documental The Director’s Chair, realizado por StudioBinder (studiobinder.com), titulado Quentin Tarantino Explains How to Write & Direct Movies (2019). El primer tema es el origen de las motivaciones: “Me di cuenta de que tenía un poco de talento en las clases de actuación. Siempre estaba haciendo escenas extrañas. Poco a poco, comencé a agregar más y más a las escenas y así fui aprendiendo a escribir diálogos”. Destaca que nunca asistió a clases de escritura y ni se interesó por eso. “Todo lo que aprendí como actor, básicamente lo apliqué a la escritura”, y aconseja que los futuros escritores “lo mantengan en tono personal”, como hacen los actores con sus experiencias para que afloren las emociones.
Un poco pomposo, también declara: “Me pusieron en la Tierra para enfrentar la página en blanco”. Pero es su forma de enunciar la soledad creativa ante la demanda de un público que quedó pendiente desde la primera entrega, por eso el tono lamborghiano resulta llamativo (zás, llegó el lector): “No creo que la audiencia sea esta persona tonta más baja que yo, yo soy la audiencia”. O mejor: el primer lector es el escritor, que carece de piedad con el propio texto, digno de Kafka.
Aparecieron escritos inéditos que habían sido robados a Louis-Ferdinand Céline
Si bien pensar como un actor puede ayudar a un escritor con el diálogo, Tarantino resalta que lo importante radica en la estructura literaria. Al leer novelas, percibió lo cinematográfica que resulta una estructura narrativa no lineal. “En una novela puedes comenzar en la mitad de la historia. Están haciendo algo y se está moviendo en el impulso hacia adelante... Y ahora llega el Capítulo tres y el Capítulo tres sucedió dos años antes”. Y el problema del tiempo, no como flashback, sino como trama que se expande en todas direcciones lo remarca con “Siempre pensé que si lo hacías de la forma en que lo hacían en las novelas, sería inherentemente cinematográfico. El corte transversal aportaría un orden. Colocar todo en orden cronológico no era cinematográfico, sino monótono”.
Pero ciertas influencias marcaron qué forma creativa adoptaría Tarantino, tal vez como molde. El cineasta canadiense Roger Avary trabajó con Quentin en un principio: la escena “Reloj de oro” (el niño Bruce Willis recibe el reloj del padre muerto de manos –o mano– de un compañero de armas), así como la final (los dos asesinos seriales torturando y vejando tanto al mafioso negro como a Willis), ambas en Pulp Fiction, pertenecen a su escritura.