En el artículo “La máquina de matar”, publicado hace una semana en Le Nouvelliste (el único periódico impreso en Haití), Dany Laferrière escribe sobre una reciente novela de Emmelie Prophète, Les Villages de Dieu (Las aldeas de Dios, Mémoire d’encrier, Canadá, 2020): el título del libro “es el nombre de barrios terribles donde la miseria, la frustración, el odio endémico, la ausencia total de esperanza, un presente de indicativo tan frágil que se cuestiona cada mañana. La gente que vive allí espera irse al infierno porque solo puede ser un ascenso. En Pedro Páramo, Juan Rulfo, también dice “que los habitantes de Comala, llevan al más allá una pequeña manta adivinando que allí debe estar más fresco. Cabe agregar que es en estos pueblos donde se han asentado todos los asesinos de este país. Para quienes siguen la situación haitiana, sabemos desde hace años que estas son zonas sin derechos. La policía no puede entrar. El gobierno aún menos, incluso sus figuras importantes se reúnen en secreto con los líderes de las pandillas.” Confirmando estas apreciaciones, el pasado 7 de julio el último presidente, Jovenel Moïse, fue asesinado en su residencia por vándalos de dicha especie.
En esa porción de isla caribeña, la sombra de Pedro Páramo asoma mientras Netflix acaba de anunciar que producirá una quinta versión cinematográfica de la novela de Juan Rulfo, lo que desata un interrogante tras el fracaso de tales adaptaciones: ¿para qué otro intento? El comunicado de prensa incluye palabras de Francisco Ramos, vicepresidente de contenido latinoamericano de Netflix. “No importa de dónde vengan, cada película y personaje es un espejo de quiénes somos. Mientras creamos, vemos y celebramos estas películas, queremos alentar al mundo a ver cine mexicano y vernos reflejados en la pantalla.” Todo un gesto político: “es un espejo” y “vernos reflejados” definen “apropiarse del otro”.
La plataforma de contenidos también exhibirá varias películas “elegidas” por el Instituto Mexicano del Cine (Imcine), lo que remite a qué quiere el Estado que se vea de sí. Dicha elección incluye a Noche de fuego, de la directora Tatiana Huezo, basada en la novela Prayers for the Stolen de Jennifer Clement, una norteamericana blanca, miembro del Pen Club, escribiendo sobre las mujeres mexicanas no precisamente de tez blanca. Pero, ¿no existen novelas mexicanas de mujeres mexicanas que provengan del profundo conflicto racista de esa tierra? Este desplazamiento de identidad oculta la verdadera voz, la de la población civil víctima de bandas (cárteles de la droga), como en Puerto Príncipe, y por la que el gobierno de López Obrador nada hace.
Como si fuera poco, vuelve el viejo artilugio sobre que Pedro Páramo fundó el “realismo mágico”. Basta de eso. No hay magia en lo que fue la búsqueda de un anclaje histórico por parte del marketing de los “escritores del boom”. ¿Acaso quieren que al sur del Río Bravo le encontremos un costado artístico, u orgullo costumbrista turístico, a eso de vivir marginados y asesinados en el terror? ¿No es Pedro Páramo una predicción de esa violencia del nuevo caudillo “pintoresco”, hoy capo barrial? ¿Qué diferencia existe entre Comala, Ingeniero Budge, González Catán, Florencio Varela o el Gran Rosario?
Es necesaria una semana de cine mexicano documental, para que el espectador despierte ante lo real, su carnadura injusta, su dimensión horrible como verdad.