Son muchas las intervenciones urbanas que se pueden guarecer bajo del mismo paraguas: Graffiti, Street art, Arte urbano, pintada, arte vandálico, entre muchas otras. Cada una de estas clasificaciones delimitan un espacio particular que tiene claras (y a veces no tanto) diferencias con los otros: una multiplicidad de técnicas y soportes; una gran masa heterogénea de actitudes, estéticas, influencias, militancias, acciones y contenidos. A pesar de sus especificidades y discusiones internas podemos empezar a organizarlos a grandes rasgos como lo que son en esencia: producciones artísticas y comunicacionales que utilizan como soporte un elemento inmueble no asociado ni esperado para tal fin. Son elementos del paisaje principalmente urbano que interpelan a los individuos de una manera irreverente. Son disruptivos en el sentido de cortar la monotonía o lo esperado de la ciudad, y presentan un mensaje de variada calidad estética y de militancia que se opone al entorno que lo rodea, o lo interviene y lo utiliza como parte del mensaje que quiere difundir.
Mucho pasó desde que el graffiti se concebía anárquico, anónimo, ilegal y contracultural. Hoy nos encontramos con un fenómeno que se ha expandido hacia el mainstream y la mercantilización, en donde abundan las discusiones sobre la pérdida de códigos de la calle, los males de la gentrificación o la venta del alma de los artistas al mejor postor. Es así que vemos cómo un fenómeno sui generis empieza a ser relacionado con problemáticas de distintas disciplinas que ya tienen un debate histórico dentro de estos campos: el urbanismo, el arte, la sociología, entre otros.
El street art en el mundo
Las grandes ciudades son el epicentro del arte urbano en todo el mundo. Empezó a aparecer en aquellos lugares en donde la intervención puede ser llevada a cabo sin demasiada vigilancia. Se configuró como forma de apropiación de un paisaje olvidado o abandonado de la ciudad, muchas veces como consecuencia de los procesos económicos que la van formando: antiguos puertos con sus secciones de barracones, fábricas abandonadas y barrios industriales que sufrieron las consecuencias de las migraciones de capitales, etc. Poco a poco, se fue corriendo hacia lugares con mayor visibilidad, lo que llevó a generar un ambiente de competencia por el espacio, ya no tan marginal, en donde la ubicación se tornaba cada vez más peligrosa por la dificultad a su acceso, su mayor vigilancia o su visibilidad estratégica (pisos más altos de edificios, vagones de subterráneos, etc.) simultáneamente, el mensaje pasó a primer plano, Y los artistas se empezaron a profesionalizar. Sin lugar a duda, el material clásico fue la lata de aerosol, y el soporte el paredón.
Los actores principales de esta vanguardia fueron las minorías marginadas como consecuencia de la modernidad: migrantes, subculturas y clases bajas. La característica en común de todos ellos es su desplazamiento e invisibilización como colectivos en proyectos de urbanización en los que no estaban incluidos. Es así que formaron dentro de un ámbito no planificado para tal fin un universo para habitar con reglas y jerga callejera y encontraron lugar en el abandono de la ciudad. Los autores y artistas urbanos se relacionaban en competencia territorial a modo de pandillas callejeras o “gangs”, que marcaban indirectamente una pertenencia de grupo a minorías desplazadas en el primer mundo (latinos, afroamericanos, pobres, etc).
Desde mediados de siglo XX surgieron una variedad de personajes, artistas y movimientos alrededor del mundo que enriquecen este fenómeno de distintas formas. El anonimato del artista, o la creación de un alter ego es común (la mayoría de las veces se utiliza un seudónimo o Nick), la ilegalidad de la obra, y el contenido estético y llamativo (ya sea por la combinación de colores, o por la contradicción que marcan, entre otras) es en donde se fue configurando una identidad estética del movimiento. Al mismo tiempo, confluyeron en un mismo ambiente y se nutren mutuamente con otras manifestaciones artísticas contemporáneas como el rap, hip hop, el arte pop, entre otras, que poco a poco fueron ganando su espacio y respeto por fuera de la comunidad que lo producía para llegar a la masividad y comenzar el proceso de individualización y reconocimiento de los autores (Basquiat o SAMO, Taki 123 son casos paradigmáticos de los 80´s. En la actualidad el artista británico Banksy y su controvertida obra genera ganancias en subastas de Sotheby’s mientras que la identidad del autor sigue siendo un misterio).
Buenos Aires como representante de las grandes urbes sudamericanas, se ha convertido en un gran lienzo en el que diferentes artistas y activistas (que muchas veces son lo mismo) plasman su obra. Que esta ciudad sea propensa y anhelada por ello está relacionado con nuestra esencia. Sobre todo la idiosincrasia latina, y específicamente porteña hace que lo representado en la pared esté impregnado de características identitarias, y a veces estereotipadas, de lo que somos. La ironía, el orgullo, la pasión, el doble discurso, el humor negro y el juego de palabras representan un compilado de nuestro ser colectivo. Y el paredón en América latina se fue convirtiendo en sinónimo de expresión pública y masiva tanto de mensaje como de estética.
*Es Licenciada en Antropología. Su campo de estudio es la Arqueología Histórica-Urbana y el Patrimonio cultural. En los últimos años, se interesó especialmente en los fenómenos de vanguardia artística desde una mirada antropológica. Ha participado en varios proyectos académicos y de investigación en ciencias sociales y tiene publicados numerosos artículos en revistas y actas de congresos (nacionales e internacionales) en el campo de la Antropología y la Arqueología. Además, es profesora universitaria y se desempeña como guía turística en temas de Historia y cultura de la Ciudad de Buenos Aires.