CULTURA
La ciudad pensada VI

Fermín Bereterbide: un arquitecto socialista en Buenos Aires

Nació en Rosario y estudió arquitectura en la UBA. Desde joven se identificó con la filosofía socialista. Su criterio de construcción se orientaba a un ideal de justicia e igualdad social. Galería de fotos

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Algunas de las obras realizadas en Buenos Aires por el arquitecto Fermín Bereterbide. | Laura Navarro

Siempre, al pasar frente a Rivadavia al 5000, en el centro geográfico de la ciudad de Buenos Aires, nos sorprende un inmenso edificio, magnético y blanco. Una de las señales no advertidas de un arquitecto que sufrió marginación y olvido en su tiempo: Fermín Bereterbide (1895-1979).  

Bereterbide entendió la arquitectura como misión social: construir viviendas colectivas, de cómodas condiciones de habitabilidad, excelentes servicios, iluminación y espacio, para que la vivienda, además de derecho social, fuera una forma de dignidad cotidiana destinada a clases medias y obreras. La estela brillante de logros de Bereterbide sería ignorada y despreciada en vida, y solo reconocida luego de su partida.  

Nació en Rosario, y estudió arquitectura en la Universidad de Buenos Aires. Ya muy joven se identificó con la filosofía socialista. Su criterio de construcción se orientaba a un ideal de justicia e igualdad social. Su temperamento se caracterizaba por el recogimiento interior y por el deseo de construir para la vida comunitaria. Entonces, comenzó a soñar con planos, cálculos, materiales y edificios, como un espacio común y compartido.  

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Al ganar un concurso de la Unión Popular Católica Argentina, imaginó lo que hoy es la Mansión de Flores, en 1919. Ejemplo, en el decir del Diccionario de Arquitectura en la Argentina. Estilos, obras, biografías instituciones, ciudades, de Jorge Francisco Liernur y Fernando Aliata, de la construcción de “mansiones populares” o “mansiones para obreros”. Portento social de épocas perdidas. De forma simultánea a la obra novel de Bereterbide, se erigía la Casa Colectiva Valentín Alsina, frente al Parque de los Patricios, primer encargo de la Comisión Nacional de Casas Baratas (CNCB) surgida por iniciativa del diputado cordobés Juan F. Cafferata.  

La Mansión de Flores se emplaza en la calle Yerbal entre Gavilán y Caracas, con fondos sobre las vías del ferrocarril, extendiéndose en toda una manzana, en cuyo centro se acomoda un espacio de uso colectivo, lo que sustituye los típicos fondos fragmentados de las casas separadas. El edificio común alberga 86 departamentos de 3,4 y 5 ambientes que ocupan cinco cuerpos que, cada uno, se alzan hasta los 17 metros, organizados con una planta baja, tres pisos y un techo con tejado. Al ser transpuestas, unas rejas de hierro forjado dan acceso a los jardines en los que se entremezclan plátanos, gomeros, tipas y palmeras.  

Bereterbide se inspiró en las viviendas aparecidas en París hacia 1910, con bloques de amplios patios en su interior. Un diseño procedente de tipologías palaciegas que el Bereterbide visionario adaptó al perfil barrial de Flores.  

Un palacio comunal en Chacarita 

Y la huella del arquitecto perdura intensa en Chacarita. En 1925, ganó otro concurso en la Municipalidad de Buenos Aires que lo llevó a diseñar varios conjuntos de vivienda obrera. De los varios proyectos solo se realizó El Barrio Parque Los Andes, inaugurado en 1928, junto al Parque Los Andes, entre las calles Leiva, Rodney, Concepción Arenal y Guzmán. Un micro barrio destinado a la clase media, con más de 13000 m2, 12 cuerpos de 10 metros de ancho, planta baja y 3 pisos altos que albergan 130 departamentos de 3, 4, y 5 ambientes, 23 locales comerciales, jardín de infantes, salón de espectáculos, lavaderos, baños públicos, biblioteca pública y espacios verdes de uso común, y con distintos accesos al conjunto. Para su época tenía el adelanto del agua caliente, teléfonos, eliminación de residuos, estufas a carbón con ventilación.  

El conjunto edilicio sobresale por su simetría de inspiración clásica, con fachadas de basamentos de ladrillos a la vista, y con un 63 % de superficie libre distribuida entre un gran patio interior con fuente, y paseos arbolados, sitios para juegos y descanso. Madera maciza de roble compone las puertas de los departamentos; pinotea y las baldosas configuran los pisos; y con pérgolas en las terrazas y herrajes llegados de Francia.  

Una voluntad arquitectónica para entregar confort, mejor calidad de vida a sus habitantes en claro distanciamiento de los conventillos como formas degradadas de hacinamiento e insalubridad. Bereterbide se sumó a un proceso de mejoras urbanas para superar las condiciones de epidemias, sufrimiento y pobreza de la clase obrera de la que se hizo eco Engels en La cuestión de la vivienda, o que se refleja también en las novelas de Charles Dickens.  

La utopía y la caída  

En algunos momentos, la vivienda social fue parte de una épica de un cooperativismo constructivo. El caso del Hogar Obrero, fundado en 1905 por los socialistas Nicolás Repetto y Juan B. Justo, con el expreso propósito de proveer de vivienda social digna para obreros y la clase media. En 1948, se aprobó la Ley de Propiedad Horizontal, durante el primer gobierno de J. D. Perón. Esto introdujo un cambio decisivo: antes, los edificios de vivienda tenían un solo dueño y estaban destinados a renta o locales. Ahora, cada departamento podía tener su dueño. La nueva ley dio la base jurídica al acceso a una vivienda propia en los nuevos edificios.  

Para 1990, el Hogar Obrero era la sexta empresa argentina en el sector de servicios, la más importante entre las privadas, con 650 millones de dólares de capital. Sus asociados llegaron a los 2 millones, y tuvo 300 sucursales de una red de supermercados, y más de 13000 empleados. Con sus propios recursos y equipos técnicos construyó unas 5000 viviendas familiares, y a sus socios se le concedieron más de 35000 créditos hipotecarios, por la refracción o compras de unidades de vivienda. Construyó viviendas colectivas en Liniers, Barracas, Balvanera, Caballito, entre otros sitios, y barrios obreros en Ramos Mejía, Villa Lugano, Bernal...  

Al caminar por avenida Rivadavia todavía nos asombra la más ambiciosa construcción del Hogar Obrero: el edificio Nicolás Repetto, el llamado “Elefante blanco”, por su fisonomía de geometría pura, blanca, radiante, en el barrio de Caballito, entre la Av. Rivadavia al 5100, y las calles Ángel M. Giménez y Rosario. Monumental edificación de tres cuerpos. En 1991, una gran crisis económica llevó al Hogar Obrero a un concurso preventivo de acreedores. Y lo que antes fue su proveeduría hoy es el Caballito Shopping Center.  

Bereterbide le dio punto final al gran edificio en 1955. Su diseño fue compartido con Vladimiro Acosta (1900-1967), otro gran arquitecto, de origen ucraniano, nacido en Odesa, y cuyo verdadero nombre era Vladimir Konstantinowski, fuertemente interesado en la interacción entre arquitectura y clima. Todo esto incidió en la preocupación por el asoleamiento y ventilación de todos los departamentos de El elefante blanco, que se orientan hacia el este, en una gran fachada curva, lo que potencia la iluminación.  

El diseño del edificio de Acosta y Bereterbide recibió la influencia del City Block, relacionado con utopías habitacionales de la década del 20’, con la idea de bloques urbanos con todo lo necesario para la vida diaria. Lo utópico vanguardista relució con el ensayo La arquitectura de cristal, de 1914, de Paul Sheerbart, de fuerte influjo en la arquitectura expresionista; o en el mismo año despuntó la Città Nuova, el gran proyecto utópico de ciudad global del arquitecto italiano futurista Antonio Sant’Elia. Pero, en estos casos, se trataba de proyectos de utopía urbana no realizados.  

Por el contrario, aunque en pequeña escala, en “El elefante blanco” se hizo realidad cierto espíritu de utopía urbana: 270 viviendas que, en su versión original, incluía una gran proveeduría, primer autoservicio en Argentina, con farmacia, sastrería, librería. Al final de cada año, a los socios les era devuelto el 1% de las compras anuales en la proveeduría. Con comedor comunitario, guardería, consultorios médicos, y con servicios como calefacción de piso radiante, lavadero mecánico, agua caliente, refrigeración central, siete ascensores, incineradores, comodidades importantes para la época.  

En 1948, Bereterbide también construyó para la Cooperativa Vaya un gran edificio de departamentos en la calle Güemes 4426 que, en su fachada sudoeste, es totalmente vidriada. Nuevo gesto de integración entre edificios e iluminación natural.  

La ciudad postergada  

Luego del famoso terremoto de San Juan en 1944, Bereterbide participó en los proyectos de reconstrucción de la capital sanjuanina. Una oportunidad para introducir reformas urbanas sustantivas. La idea de construir una nueva ciudad junto a la destruida, que quedaría como recuerdo histórico, no prosperó por las presiones de intereses políticos y económicos.  

Y en el conflicto entre renovación urbana y conservación de una traza dada, se delinea parte del destino de marginación de Bereterbide. En varias oportunidades, colisionó con la Sociedad Central de Arquitectos. Su lugar creativo no admitía ni lo “vanguardista”, como puro experimento formal, ni lo “tradicionalista nacionalista” renuente a la innovación moderna. Bereterbide solo buscaba lo nuevo para plasmar ejemplos de una urbe utópica y justa.  

Por eso Bereterbide “tomará un camino difícil justamente porque no renunciará a la búsqueda de una arquitectura y un urbanismo justo, ordenado, racionalmente controlado, capaz de incorporar todos los temas de las trasformaciones tecnológicas de la nueva ciudad”, según nos aseguran Juan Molina y Vedia y Rolando H. Schere, en Fermín Bereterbide. La construcción de lo imposible, Ediciones Colihue, 1997, fundamental y excelente análisis recomendado para el interesado en el estudio a fondo de su obra, y en la que se agrega que, fiel a su voluntad de crear dentro de las condiciones posibles y reales, Bereterbide buscó “la introducción de los sueños y las utopías en la vida corriente tal cual ésta se daba, en sus ciudades o sus barrios reales”, porque esa “fue su tarea incesante”. Es decir, creó arquitectura colectiva dentro de condiciones reales y posibles.  

Como creador crítico, Bereterbide rechazó lo arquitectónico despojado y anónimo a la manera de Le Corbusier, paladín del Movimiento moderno, luego de la debacle del academicismo. Destacó también con su proyecto para un Barrio jardín de Flores; por su interés por el esperanto; y su obra La vivienda popular, de 1959.  

El aislamiento persiguió al arquitecto socialista hasta su muerte, en 1979. Justo en ese momento el Posmodernismo asomaba con su impulso hacia la diversidad, y la integración de nuevos lenguajes para la construcción.  

Algunos arquitectos se contentan con la edificación estándar; otros sueñan utopías para habitar. Y las realizan, aunque sea parcialmente. Es el caso de Bereterbide, artista de la ciudad utópica, de la ciudad de la vivienda social, de ánimo socialista y progresista. Y como le ocurrió antes a Mario Palanti o Alejandro Virasoro, luego de muerto su figura fue rescatada. Y en sus últimos días, seguramente siguió pensando en los edificios dignos y luminosos, que mejoran la vida.  

(*) Esteban Ierardo es filósofo, docente, escritor, su último libro La sociedad de la excitación. Del hiperconsumo al arte y la serenidad, Ediciones Continente; creador de canal cultural “Esteban Ierardo Linceo YouTube”.