CULTURA
crítica

Un homenaje literario

Una cronología nos informa de los cambios y la evolución del ómnibus (palabra proveniente del latín que significa “para todos”) en la Argentina a lo largo de los años: desde 1847, con los primeros transportes de pasajeros tirados por caballos, pasando por la primera generación de colectivos de la flota Ford T, en 1922, hasta llegar a la aparición de los ómnibus de piso bajo y semibajo, en 1998.

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Entre las muchas expresiones populares del lunfardo que siguen en vigencia en la actualidad está “bondi”, que proviene de la palabra portuguesa bonde, referida al tranvía en el Brasil de finales del siglo XIX y comienzos del XX; y también “chancho”, término que designa al inspector, a quien Borges ya en los años 30 definía como el “dudador profesional de la rectitud”. Pero el lector de estas líneas quizás ignore que el término “chuparse”, además de referirse al bebedor copioso, solía remitir a la acción de “ir con el colectivo pegado al de adelante, para que en las paradas no se juntaran los pasajeros y para evitar el trabajo de cortar y cobrar muchos boletos”; o que el sintagma “chancho arrepentido” no designaba un estado de ánimo (por otra parte improbable) de ese animal, sino que hacía referencia “al chofer que pasa a ser temporariamente inspector, generalmente por cometer alguna sanción que le impide manejar”.

La reciente reedición de El libro de los colectivos (aparecido originalmente en 2005) cuenta en sus páginas finales con un glosario referido a la jerga habitual en el mundo del transporte público. Se trata de un libro vistoso, cuidadosamente editado en papel satinado, de 15 x 15 cm, pensado para la contemplación y el deleite de los amantes de los colectivos. Una precisa cronología nos informa de los cambios y la evolución del ómnibus (palabra proveniente del latín que significa “para todos”) en la Argentina a lo largo de los años: desde 1847, con los primeros transportes de pasajeros tirados por caballos, pasando por la primera generación de colectivos de la flota Ford T, en 1922, con un estilo similar al de los carruajes, y con puertas para el ascenso y el descenso de los pasajeros, hasta llegar a la aparición de los ómnibus de piso bajo y semibajo, en 1998 (lamentablemente, la reedición no ha actualizado la cronología hasta nuestros días).

Los textos, a cargo de Carlos Achával, se leen de manera amena, pero la verdadera estrella son las fotografías (tomadas por Inés Ulanovsky) y las ilustraciones (a cargo de Aníbal Trasmonte). Allí el lector puede perderse a gusto en la contemplación nostálgica de los colectivos fileteados, o en el nacarado que en otras épocas ocupaba el tablero, el volante, los espejos y hasta los pasamanos. También hay lugar para la sofisticación de los tapizados en capitoné, para una galería de palancas de cambio con bochas luminosas, para el nombre de los hijos del chofer, o para las frases que adornan el colectivo con reflexiones al filo del aforismo: “La fama… es puro cuento”, “Si ves mi progreso, mirá mi sacrificio”. Por último, decora las páginas una original y variopinta paleta de colores colectiveros, porque todos sabemos que no es lo mismo el azul del 152 que el del 124 o que el del 68, o que el verde del 24 difiere sustancialmente del verde del 17. Si acaso El libro de los colectivos acumulara muchos lectores, no faltará un chofer amable que los reciba y les diga: “¡Al fondo que hay lugar!”.

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El libro de los colectivos

Autor: AA.VV.

Género: ensayo

Editorial: La Marca Editora, $ 39.900