CULTURA
novedad

¡Viva la ambigüedad!

José Miguel Onaindia y Diego Sabanés, en “Beatriz Guido. Espía privilegiada. Un mundo propio en la literatura y en el cine” (Eudeba), reperfilan a la escritora más leída y vista de los años 60 y 70, con análisis y materiales a descubrir y discutir. Como ocurre históricamente con tantos otros escritores argentinos, llegó el momento de sacarla del olvido en que cayó la escritora a partir de 1988, el año de su muerte. Este libro ayuda a rescatarla, privilegiando su participación en el mundo del cine.

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Guido. Onaindia y Sabanés rearman a la singular y emancipada narradora desde la biografía literaria, el impacto de sus apariciones mediáticas, su papel como agitadora cultural, la proyección latinoamericana y su incansable rol de difusora del cine argentino en Europa. | cedoc

Beatriz Guido levitaba entre fantasmas en febrero de 1988. A días de fallecer, enumerando muertos y amantes, escribe una carta a los amigos Silvina Ocampo y Adolfo Bioy Casares. Y mientras deseaba encerrarse en “una manzana de la calle Posadas”, igual destino gótico de sus mujeres deseantes, las Ana, Albertina y Laura, agregaba Beatriz de postdata, “¡Viva la ambigüedad!” Con esta llave y desparpajo, José Miguel Onaindia y Diego Sabanés  en Beatriz Guido. Espía privilegiada. Un mundo propio en la literatura y en el cine, reperfilan a la escritora más leída y vista de los 60 y 70, con análisis y materiales a descubrir. Y discutir. “Yo pienso que un escritor es en última instancia un cirujano”, recortan los autores la afirmación de 1973 de una intelectual que clavó el bisturí en la historia social e íntima, calle y alcoba argentina. 

El centenario el año pasado de la escritora, ensayista, traductora y promotora cultural, disparó homenajes a una zapadora avanzada de la grieta. La misma Guido contribuyó a nombrarla con novelas que mientras destrozaban las clases dominantes, el debut con La casa del ángel, de 1954, vilipendiaba el doble al peronismo, incendiado por la narradora como el Jockey Club en 1953 en El incendio y las vísperas (1964). O, en esta ficción bestséller, Perón convertido en un monstruo cósmico casi lovecraftiano. Tampoco van a la saga de los anatemas antiperonistas Fin de fiesta (1957), “estamos condenados” se resignan sus personajes el 17 de octubre de 1945, y Escándalos y soledades (1970), la dura crítica a la bastardización en la política y la cultura por la resistencia peronista en la experiencia frondicista. 

El existencialismo gótico de Beatriz Guido.  Contra toda “lectura renga”, de grieta militante, acometen Onaindia y Sabanés en un “acto de afectuoso reconocimiento”. Pero sin dejar de intercalar con honestidad los acercamientos amistosos, “una nueva sensibilidad, el surgimiento de la primera persona femenina” de la especialista Alejandra Laera, y de los otros, menos complacientes. Beatriz Sarlo sepultaría la literatura de la pareja de Leopoldo Torre Nilsson con un “sabe escribir lo que está permitido, tiene lo que tradicionalmente puede llamarse ‘oficio’, la antítesis de lo subversivo”.  

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En el sentido de poner a Guido en el entredicho, y no en la recepción acrítica, el dúo Onaindia-Sabanés encaran el proyecto en la idéntica mirada recabada para esta edición de Rafael Ma-ssa. El escritor uruguayo, una vez releídos los principales textos de la novelista de Rojo sobre Rojo (1987), señala que “si entendemos que la ficción literaria es una forma de acercamiento también a la verdad histórica, para quien desee comprender la compleja política argentina, la lectura de la obra de Beatriz Guido es ineludible. Aún para discrepar”. El error de muchos de sus críticos de diestra a siniestra, enfatizan los autores, constituye en encasillar a Guido en el realismo o la novela histórica. Cuando habría más bien un “realismo increíble”, acota Manuel Antín, o una oscura imaginación que deforma la memoria, una máquina fabuladora y cargada de humor negrísimo que trasmuta tiempo y clase.

 “La condición capital del novelista es la memoria y la conciencia del tiempo”, filosofaba Beatriz Guido en la despreocupada edición dominical de La Nación Revista en 1979, y remataba displicente en este hallazgo del libro de Onaindia-Sabanés, “Es tan importante darse cuenta del modo en que una clase social absorbe el tiempo”, sentencia la estudiosa de Heidegger y Camus, existencialista avezada, una faceta poco sabida que performatea su escritura pesimista.  Hablando del autor de La peste, escribe Guido en un temprano 1948 en la revista Confluencia, “Sus pupilas estaban ciegas de angustia y del dolor humano. Pero ahora no está solo. Hay muchos Sísifos en el mundo”, y pondrá la argentina un proyecto total literario y cinematográfico para que los Sísifos “comprendan que son libres, libres de la roca y del peñón”. ¿O del Perón?

     

Guido, agitadora cultural. Sin embargo, la trampa de caer en estas dicotomías regurgitadas, el mismo Perón hablaba que Guido era el Grosso chico –libro de historia secundario clásico– de la burguesía reaccionaria, relega a la mujer que eligió vivir en el “país de la libertad”, inusual en los mandatos imperantes de la época. En un desplazamiento del lente a lo que más se recuerda de Guido, guionista en 25 filmes, en la sombra de Torre Nilsson, los autores rearman una singular y emancipada narradora desde la biografía literaria, el impacto social de sus apariciones mediáticas, la proyección latinoamericana o su incansable rol de difusora del cine nacional en Europa. “A mí, el trabajo de juez no me gusta mucho, pero creo debo hacerlo porque es necesario defender las películas argentinas”, compartía en 1983 a María Esther Vázquez, y confesaba la estrategia aprendida de “Babsy” Torre Nilsson, “cansar a los jurados, insistir hasta agotarlos, o dar el voto a cambio de la película que me gusta”, cerraba con un pie en el avión, rumbo a la presentación madrileña de La invitación, y ansiosa por la Feria del Libro que se avecinaba, la que anunciaba la ansiada democracia. Guido, en su papel de figura popular de la cultura, era show aparte cada vez que pisaba el predio de exposiciones en Recoleta. 

Aristas de agitadora cultural poco recordadas de Guido que la revalorizan en el presente, como bien atestiguan su influencia en las carreras de Leonardo Favio, Oscar Barney Finn o Elsa Osorio. O la pasión festivalera argentina que inventó Guido con la pionera exhibición en Cannes de La casa del ángel en 1957, luego continuada en su rol de agregada cultural en España designada por el presidente Alfonsín.  

Letras travestis. En “Escritos recuperados”, parte del valioso anexo, resplandece la verdad poética que subraya Diana Maffía en el prólogo. Uno de ellos se ocupa de las infancias interrumpidas, otra vez Beatriz, aunque durante la dictadura, valentía cívica para 1979, “¿No gozamos de los Derechos Humanos nosotros, los niños, también? Mi amiguito Pablo, cuyo padre es abogado, dice que está prohibido castigar a los niños”. Estas líneas en la masiva revista Para Ti constituyen advertencias de Guido, largamente fundamentadas por la autora desde la magistral La caída (1956), que nuestra barbarie empieza en casa. 

Por momentos la edición apresurada y lineal de textos e imágenes, o algunas afirmaciones voluntaristas, como los lazos con los feminismos nuevaoleros o las escritoras del género de terror contemporáneas, desinflan esa escritura travesti, reconciliación y disenso, libertad y ambigüedad, que eligieron Onaindia y Sabanés. A lo Beatriz Guido. Una que contaba el cuento de la decadencia de clase, y descerrajadas las mirillas y las cerraduras, en verdad, era la encrucijada de una sociedad sin salvadores.