Iban diez minutos del segundo tiempo cuando Darío Benedetto protagonizó la foto de la noche en Liniers. Fue una imagen que podría simbolizar su momento, su importancia y hasta ilustrar todos sus goles con la camiseta de Boca. Lo curioso fue que no estaba festejando ni saludando a un compañero, sino protestando: le estaba mostrando al árbitro Fernando Espinoza el botín –su botín plateado– que le había sacado un rival con una falta no cobrada. Benedetto y un botín plateado en su mano. Fue una buena postal, una manera de simbolizar el valor que tiene este delantero para este equipo aceitado, que en cada partido muestra un poco más de fútbol, un poco más de actitud, y un poco más de diferencia con cada uno de sus oponentes. Boca arrolla a todos, y eso se observa en cada uno de sus encuentros y en la tabla de posiciones: cuatro jugados, cuatro ganados. Doce goles a favor, uno en contra.
Pero antes de esa foto, Benedetto ya había dejado su marca en el partido con dos goles. El primero luego de un contragolpe perfecto que inició Pavón, siguió Fabbra y terminó el delantero abajo del arco. Y el segundo a través de un taco rudimentario pero efectivo: una pirueta de nueve goleador. Otra muestra de pragmatismo en el área chica. Ya era el segundo tiempo, y con ese tacazo, el equipo de Guillermo Barros Schelotto resolvió el partido, que hasta ese momento era parejo y disputado, sobre todo en el mediocampo.
Vélez se resignó, sus hinchas también, y a Boca sólo le quedó decorar el resultado. Con un gol en contra de Nicolás Domínguez que Benedetto ayudó a construir, y con un tanto de Fabbra, que definió rasante ante el enjambre de defensores.
En la cancha, viendo esa enorme diferencia entre Boca y Vélez, estaba Jorge Sampaoli, que fue hasta Liniers para ver especialmente a Benedetto, y también a Pablo Pérez y Fernando Gago. El técnico de la selección se debe haber ido contento. La ofrenda del delantero, en definitiva, podría ser la llave para tener un lugar en el partido clave contra Perú por Eliminatorias.