Dunga usa una estridente remera roja debajo de la camisa blanca; Dunga es consecuente, viste tan mal como juega este Brasil, el suyo, que se fue de la Copa como había llegado: sin nada que haga pensar que la abrumadora mayoría de sus jugadores merezca vestir semejante camiseta.
El partido de ayer retrató la decadencia de una selección que no tiene argumentos para recuperarse del golpe más resonante de su historia; el que sufrió hace un año contra Alemania lo desangró a tal punto que no hay quien logre parar la hemorragia. Y si encima no está Neymar, la alegría no tiene dueño. Ni el estilo ofensivo, un modo que Dunga, viejo raspador del mediocampo, no contempla en su libreta.
El clásico más importante de Sudamérica deberá esperar a las eliminatorias: Paraguay, templado por sus jugadores de experiencia, tuvo la virtud de no caerse cuando estaba abajo en el resultado y terminó justificando el empate en el segundo tiempo, cuando dio un paso al frente y le disputó la posesión a Brasil primero, lo desbordó por las bandas después (Benítez retrató la debilidad defensiva de Dani Alves, Derlis González ganó más de lo que perdió por la otra orilla) y al final encontró el gol tras un penal insólito de Thiago Silva, que metió la mano en una pelota aérea cuando no había mayor peligro.
A Ramón Díaz, criticado en Paraguay por el sueldo que cobra pero sobre todo por el escaso recambio generacional que propuso, se le terminó inflando el camperón negro. Ahora podrá colgarse la medalla de haber eliminado a Brasil, aunque no sea un motivo de gran orgullo. Tal vez sea la actual la peor expresión futbolística de los pentacampeones del mundo en toda su extraordinaria historia.
El espectador imparcial y adorador del fútbol comprobó ayer lo lejos que quedó este equipo de aquellos gloriosos. Si el delantero central es Firmino, livianito en el área como pocos, y su reemplazante es Tardelli, que juega en China, es algo huele mal en el Scratch.
Pero ese detalle no invalida lo bueno que tuvo Paraguay ayer en Concepción: sin Ortigoza, su bastonero, tuvo claro que su poder estaba en los extremos. Y en Derlis González puede tener Ramón el punto de inicio de una nueva era, cuando los fuegos de Santa Cruz (33), Haedo Valdez (31), Da Silva (35) y el propio Ortigoza (31) -los referentes- terminen de extinguirse. El volante del Basilea (21) tuvo atrevimiento, gambeta hacia adelante y hasta algún movimiento lujoso, detalles más propios de un brasileño promedio. El mundo al revés. A González también le sobró cabeza fría: marcó el gol del empate de penal y de penal fue que resolvió la serie definitoria, al hacerse cargo del quinto remate.
Ahora, el duelo del martes contra Argentina será sobre la base del que jugaron en la primera fecha. A los dos le quedaron enseñanzas de esa noche de La Serena. La duda es quien aprendió la lección.
Los cuatro fantasticos
Gerardo Martino, Ramón Díaz, Ricardo Gareca y Jorge Sampaoli. Los cuatro están en semifinales de la Copa América. Los cuatro son argentinos. Además de la curiosidad estadística, esto garantiza que un compatriota saldrá campeón, indistintamente de la selección que levante el trofeo. Los entrenadores de Argentina, Paraguay, Perú y Chile no transpiran la camiseta, pero son tan protagonistas como el goleador del torneo.
Los casos de Ramón y Gareca son los más curiosos: los dos se hicieron cargo de sus selecciones antes de la Copa América y ya lograron, por lo menos, meterlas entre las cuatro mejores del continente. Sampaoli, en cambio, es un veterano: está al frente de Chile desde hace casi tres años, durante la eliminatoria para el Mundial.
Quedan las dos semifinales y la final. Y hay algo que es irreversible: la definición de la Copa América tendrá espíritu de tango y sabor a choripán.