Gane quien gane hoy el ballottage, ya podemos anunciar algo: el próximo presidente de la Argentina será hincha de Boca. El tiempo dirá si el actual campeón gozará de algún beneficio por tener entre sus simpatizantes al hombre que habite la quinta de Olivos, el lugar elegido los domingos por Arturo Illia para caminar, con una radio Spika en su mano, y escuchar cómo iba Estudiantes, o desde donde Carlos Saúl Menem llamó, en 1995, para que el Tribunal de Disciplina de la AFA fuera leve con la sanción a Enzo Francescoli, el ídolo de River que había sido expulsado en un partido contra Español.
Daniel Scioli y Mauricio Macri comparten el amor por Boca, aunque sus historias personales muestran matices: Macri cimentó su carrera política en ese club, al que presidió durante 12 años –entre 1995 y 2007– hasta su llegada al Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires. Scioli, sin el fanatismo del que siempre se ufanó Macri, también es un seguidor de la actualidad xeneize y un amante de la pelota. Ambos, por sentimiento genuino y para sumar algún voto, felicitaron al plantel de Arruabarrena cuando se coronó campeón del torneo local.
Boca ya tiene una extensa lista de presidentes que defendían sus colores: los últimos fueron Ramón Puerta –el hombre que, en su brevísima presidencia y por el ruego de Fernando Marín, en 2001 permitió que se jugara el partido con el que Racing rompió la racha de 35 años de sequía– o Fernando de la Rúa.
Y aunque en el imaginario colectivo se instaló que Juan Domingo Perón era de Racing, un mito basado en las facilidades que le otorgó su gobierno al club para construir el estadio que lleva su nombre, Antonio Cafiero se encargó de desmentirlo en su momento: el General nunca evadió su simpatía por la azul y oro. Héctor Cámpora, el hombre que allanó el regreso de Perón a la Argentina, también era de Boca. En el libro Los 49 días de Cámpora, Juan Carlos Csipka cuenta cuando el Tío fue a ver un Racing-Boca en el Cilindro de Avellaneda junto a otros dirigentes peronistas y recordó sus tiempos de jugador en la liga de San Andrés de Giles. “Es una época que recuerdo con cariño”, dijo.
Otro presidente con pasado en las canchas fue Arturo Frondizi, que en la década del 20 se desempeñaba en las inferiores de Almagro como marcador central. “La exquisitez analítica que lo distinguía en otros rubros no se trasladaba al fútbol. Frondizi era un defensor duro, firme, más fuerte que hábil”, describió el periodista Ariel Scher en su libro La patria deportista.
El clásico platense también estuvo presente en la Casa Rosada. Cristina Fernández siempre reconoció que no es muy futbolera, pero que heredó de su madre, Ofelia, su simpatía por Gimnasia y Esgrima La Plata. Del otro lado estuvo Arturo Illia, el presidente radical que gobernó el país entre 1963 y 1966, hasta el golpe de Estado de Juan Carlos Onganía. Illia, le dice su hija Emma a este diario, adquirió su predilección por Estudiantes mientras hacía la residencia médica en el Hospital San Juan de Dios de La Plata. “Escuchaba los partidos mientras caminaba por el bosque de la quinta de Olivos”, recuerda.
Raúl Alfonsín y Néstor Kirchner, emparentados tras su muerte por la esencia de sus gestiones, estuvieron enfrentados en lo futbolístico: Alfonsín era hincha de Independiente, al que fue a ver en carácter de máximo mandatario en 1984 por la Copa Libertadores. Alfonsín amaba a Ricardo Bochini en su adultez y a Arsenio Erico en su adolescencia. Kirchner alentó a Racing antes y después de su presidencia: fue a verlo contra Olimpo un día antes de asumir, y en 2009 –cuando ya ejercía el poder su esposa Cristina– llegó en helicóptero a Avellaneda y les prometió a los jugadores, en ese tiempo dirigidos por Caruso Lombardi, cuatro LCD de 32 pulgadas si zafaban del descenso. Semanas después cumplió la promesa.
El presidente más efusivo quizá fue Menem. A tal punto llegó su afición por River, que el riojano llamaba a la AFA para mediar en favor del Millonario, o hasta pedía a los masajistas del club que lo atendieran, incluso en días de partido.
Dictadores que dejaron manchas en los clubes
En la lista de presidentes y políticos que no ocultaban su pasión por el fútbol podría incluirse a muchísimos presidentes no constitucionales. Agustín Pedro Justo, el cerebro del golpe de Estado de 1930 y quien accedió a la presidencia a través del llamado “fraude patriótico”, ostenta la curiosidad de haber sido socio honorario de River y de Boca a la vez. Sucedió porque durante su gestión benefició a esos clubes con créditos financieros para la construcción de sus actuales estadios. Paradójicamente, el Monumental se terminó de cerrar durante la dictadura cívicomilitar que se inició en 1976. El autodenominado Proceso de Reorganización Nacional ofreció la cancha de Núñez como la sede principal del Mundial de 1978, aunque también reformó el estadio de Vélez (las demás sedes son municipales).
A la hora de recordar a algunos de sus hinchas, los equipos de Avellaneda tienen algo de qué lamentarse: Jorge Rafael Videla era de Independiente y Leopoldo Fortunato Galtieri, de Racing.