DEPORTES
silla electrica

El desafío de ser presidente de un club y no depender del Rivotril

Se postulan solos, no cobran y se convierten en máquinas a presión. Hombres que abren decenas de frentes y envejecen sin pausa.

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(Un ex técnico manda una inhibición por una deuda de hace tres años, el partido se juega mañana y todavía no se sabe a qué hora, hace rato que los barras están esperando las entradas y se los ve molestos.) Ser presidente de un club de fútbol de la Argentina debería ser considerado un trabajo insalubre.

(El transfer del goleador/salvador no llega, la policía dice que hay que pagar más de mil efectivos y no hay manera de contarlos, la nota de ese suplemento deportivo cuestiona ciertas decisiones.) Los agujeros que deben tapar las máximas autoridades de las instituciones son cada vez más profundos.

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(La oposición está cocinando algo, sin visitantes se cae la recaudación y, para peor, hace tres fechas que el equipo no gana.) Los presidentes tienen que tirar el centro, cabecear y sacar la pelota al córner, todo en la misma jugada.

(En un mes se vence el contrato con el sponsor de la camiseta, los de vóley reclaman vestuarios nuevos, Don Julio agendó un encuentro en la estación de servicio, uffff...)
Estar al frente de un club no es nada sencillo. Son tantos los frentes abiertos y tanta la exposición mediática que los presidentes se convirtieron en los reyes de este ajedrez futbolero. Es real que muchos de los asuntos que deben resolver son consecuencia de las desprolijidades típicas del fútbol local, pero también es cierto que otros son generados a partir de errores propios. Además, como tarde o temprano todas las gestiones se tornan presidencialistas, la mayoría de las decisiones termina recayendo sobre sus hombros. Y todo ad honórem. Bueno, sí, claro, es verdad, pero ése es otro tema.

Números rojos. El caso de Olimpo es ilustrativo: el presidente, Alfredo Dagna, tuvo que aumentar el precio de las entradas porque la prohibición de que ingresaran hinchas visitantes afecta la recaudación. En el primer partido que jugó de local en este torneo, contra Tigre, el club perdió 58 mil pesos. Por eso, Dagna tuvo que hacer malabares para reducir el déficit. Arrancó con bonos de 30 pesos por partido, pero recibió quejas de los hinchas y tuvo que proponer que pagaran el equivalente a una entrada general dos veces por torneo. De esta manera, cubre la mitad de las pérdidas. “Les pedimos a los socios que contribuyeran –le explica Dagna a PERFIL–. Al principio chocó, pero después lo entendieron. La gente tiene que asumir que esto tiene un costo y entonces le buscamos la vuelta para que todos ayudaran.”

Que los números cierren, para Dagna, es “un desvelo”. En Olimpo, por ejemplo, los jugadores se llevan el 80 por ciento del presupuesto. Y discutir esas cifras le demanda al presidente mucho tiempo y le genera estrés. “Las negociaciones por los contratos son tremendas –reconoce–. Están los representantes, por ejemplo, que cobran más dinero del que deberían, les sacan sumas increíbles a los clubes. Pero a ellos los ponen los futbolistas, y cuando hay tantos intereses en el medio es complicado.”

Vélez, el club modelo por excelencia, sin apremios económicos ni presiones futbolísticas, debería ser la institución con días más relajados. De todos modos, el presidente Miguel Calello no tiene respiro. Arranca temprano en la Villa Olímpica, donde se entrena el plantel; después va al club y por su profesión de contador está encima de los números, también mantiene reuniones permanentes con los responsables de las distintas áreas y resuelve los imprevistos que se le presentan día a día. “Desde que soy presidente, perdí horas de descanso –le confía Calello a PERFIL–, porque trabajo todos los días. Además, como el resto de los dirigentes, tengo que atender mi actividad privada. Vélez, de todos modos, es un club atípico: acá cada dirigente se encarga de su tema, delegamos, pero yo estoy encima de todo.”

Es evidente que las jornadas de los presidentes no suelen ser muy serenas. Las fisuras que deben cubrir crecen día a día. Los conflictos no terminan. Y lo que viene no se intuye más relajado. El sillón presidencial, ese lugar que tanto seduce, es lo más parecido a una silla eléctrica.