Cuando tocó la pelota hacia el arco y huyó del pequeño espacio que ocupaba en el momento mágico, asombrado ante sí mismo, Lionel Messi corrió hacia el primer plano de las pantallas de los televisores de los amantes del fútbol en el mundo entero. Escasos segundos le habían permitido encumbrarse, con su nombre al pie de la imagen, a la calidad de rostro reconocido por cualquier futbolero. Su fantástico gol en la Copa del Rey lo erigió en la nueva divinidad del deporte más popular. Lo elevó a un sitio que ya tenía reservado, pero al que accedió antes de lo previsto.
El parecido estremecedor que, como un tributo a Diego, tiene el gol al Getafe, con el que Maradona les convirtió a los ingleses, hizo que la jugada se saliera de los contornos de su propia belleza para iluminar con su poderoso haz aquella historia bendecida como la más grande de todos los tiempos. De los juegos casi diabólicos que el fútbol se permite, las contravenciones a la lógica, las casualidades y sus arbitrios desconcertantes, ese recorrido idéntico en distancia, velocidad e inspiración debe ser el más asombroso. La similitud de las jugadas, el plagio más inesperado del joven artista, reinstaló en el primer plano de los medios la propia hazaña de Diego. Y si bien hubo que padecer comparaciones, no odiosas sino absurdas, fue grato abrir el baúl donde se conservan las mejores fotos y darle un soplido al polvo acumulado, para que nuevamente apareciera la figura de Diego en el recuerdo de aquella tarde de junio del ‘´86, como si su propia alma saliese del cuerpo ahora mortificado.
Messi se lanzó como un alado poeta a su mejor metáfora. Hubo un instante en el que un aura de homérico héroe lo acompañó cuando en plena carrera apareció solo, convertido en una lanza, el cuerpo inclinado hacia la temprana gloria de Aquiles, la mirada del ave que desde el cielo observa a la presa, la decisión del soldado que se observa en una pintura y que describe con su expresión todo el entorno de la batalla. Después, algunos detalles aliviadores para que la jugada no sea la misma: Messi le hace un moño en la puerta del área, un lacito más, con el enganche para adentro y el nuevo recorte de la acción hacia el arquero.Y tras eludir a los desairados porteros de Inglaterra y el Getafe, Diego surge, en el toque definitivo, con más elegancia y autoridad que el desesperado afán de Lionel para que no se le arruinara la maravillosa obra que, por cierto, no sería la misma si no hubiera sido gol.
El jugador de todos los tiempos entregó finalmente la posta de los próximos años a otro zurdo argentino. El fútbol del país, que suele lamentarse de los ineficaces y/o ladrones que a veces lo habitan, de las ganancias de los grupos inversores, de los negocios incomprensibles, de los violentos apañados por dirigentes, de la estafa bajo códigos mafiosos de la televisión que lo fagocita, ese mismo fútbol es capaz de generar a un Messi más, para que sea él, y sean ellos, los jesús de patitas chuecas que nacen a cada rato los que disimulen con sus pies en qué manos está.
Se hablará eternamente, cada semana, de algún club fundido, o de otro cuyos dirigentes creen que el barro en el que se sumergieron se quita soplándose la manga, ¡como si tuvieran una pelusa! Pero al domingo siguiente toma la pelota Messi, y los relatores empiezan a describir: arranca por la mitad de la cancha otro genio del fútbol mundial, genio, genio, y ya está, ya está... Es grito de gol, es asombro del mundo. El fútbol argentino podría estar conducido por Alí Baba y cuarenta más. Ni ellos vaciarían al histórico legado que asegura por secula seculorum su condición de potencia mundial. Como las pantallas de la televisión divididas en dos para mostrar el paralelismo alucinante de los goles de Diego y Lionel, podría imaginarse, en una mitad, a los cientos de jugadores que alimentan la fantasía del fútbol, y del otro lado, todas las caripelas que el lector sea capaz de imaginar. Esas imágenes conviven, son parte de lo mismo y una salva a la otra.
Con Messi como bandera, la Selección argentina estará para vivir otras jornadas de gloria, y bajo ese paraguas irán a protegerse decenas de inútiles. La acción del miércoles, el desparpajo y la decisión de las que hizo gala, la osadía para desplegar la magia que el fútbol estaba esperando, convierten a Messi en el referente más importante del mundo. Hay un jugador del que se puede esperar la reivindicación artística de un juego cada día más poderoso en su marketing y más débil en su propuesta estética. Es argentino, es zurdo. Y es el futuro.