Se sabe que en Europa la gente suele ir a la cancha a ver fútbol ataviada y predispuesta como si fuera al teatro. En Argentina, alentar al equipo del que se es hincha desde la tribuna equivale a subirse al escenario de una obra con ribetes de comedia, a menudo del género de terror y no pocas veces con final de tragedia.
Aquí, el maltrato al espectador del fútbol adquiere las más diversas formas: desde la exposición a la violencia de barras y policías, hasta condiciones de higiene poco dignas en los estadios, pasando por asientos no numerados u ocupados por otros y una infraestructura y accesos inadecuados. A esto se agregan los frecuentes cambios de días y horarios, y las dificultades para obtener –y pagar– la propia entrada.
¿Más baratas? El precio de las populares para presenciar un partido de Primera División en Argentina es comparativamente menor que el precio –en promedio– de las entradas más baratas en las principales ligas europeas. Sin embargo, no lo es tanto si se toma como referencia el salario mínimo en cada país. Y termina resultando más caro cuando entra en consideración la calidad del espectáculo, y en particular las condiciones edilicias de los estadios de los que gozan –o padecen– los hinchas de uno y otro lado del Atlántico.
Un informe publicado recientemente en el diario británico The Guardian da cuenta de las diferencias en los precios de los boletos de ingreso en las principales competiciones europeas. Así, la Liga española es la que exhibe la entrada media más cara para un partido: al cambio actual, cuesta unos 245 pesos. En tanto, en la Serie A italiana se pagan cerca de 140 pesos y en la Bundesliga alemana se ofrecen a poco menos de 100. Sólo la Premier League inglesa está por encima de la “liga de las estrellas” de la Madre Patria: el valor de una entrada es de 272 pesos en promedio.
En nuestro país, el costo de las populares –el único fijado por la Asociación del Fútbol Argentino– es de 80 pesos para partidos de la Primera División. A ese monto, que implica ver los partidos de parado y en condiciones de riesgo, hay que agregarle el adicional que cobran ciertos clubes para ocupar un lugar en la tribuna local.
Aquí, como en Europa, los precios de las plateas quedan librados a la voluntad del club local, que suele variarlos según los quilates del rival y la importancia de lo que está en juego.
Cuando el poder adquisitivo entra a tallar y se comparan los precios de las entradas más accesibles con el salario mínimo en cada país, queda en evidencia que ir a la cancha en Argentina es menos barato de lo que parece a primera vista. Mientras que en nuestra tierra el salario mínimo fijado es de 3.300 pesos, su equivalente en Alemania –el ingreso de un empleado de limpieza, ubicado en lo más bajo de la escala salarial– es de 10.600 pesos. En Italia, un salario de las mismas características es de 7.200 pesos. Sólo en los casos de España, con un salario mínimo de 6.131 pesos, y en Inglaterra, con 10.300 pesos, los mismos alcanzan para adquirir menos entradas que en Argentina (ver infografía).
Sobre llovido, mojado. En Argentina, con todo, se suman otros factores que perjudican al hincha: las entradas, tras algunos intentos que no prosperaron en el tiempo, se convierten en un objeto de deseo al que no es posible acceder por internet o pagando con tarjeta de crédito. Hay que exponerse a largas colas o a la reventa, que a menudo duplica o triplica el precio original.
En el torneo Inicial, los simpatizantes se topan, además, con la limitación de que no pueden concurrir a las canchas cuando su equipo juega de visitante. Algo así como una aspirina para el cáncer de los barras, que llevan adelante sus ilícitos usualmente amparados en el aparato estatal, los dirigentes de los clubes y la propia Policía. Eso sí, los hinchas violentos ofrecen a turistas “paquetes” que facilitan la experiencia de vivir un partido desde el corazón de la tribuna. En tanto, el éxito de iniciativas como el AFA Plus –sistema biométrico de ingreso a los estadios– todavía está por verse.
Con este panorama –que incluye el pago a los “trapitos” si se va en auto–, muchos simpatizantes han dejado de concurrir a las canchas y optado por el control remoto. Pero muchos otros miles siguen yendo en procesión para alentar al club de sus amores, más allá de los costos y las incomodidades. Lo peor de todo es que, con más de 270 muertes sobre sus espaldas a lo largo y ancho de su historia, el fútbol argentino continúa poniendo en riesgo lo único que no tiene precio: la vida de los hinchas.
Sin un cambio cultural, no hay cambio
“Creo que a quien alguna vez vio un partido en Europa, y luego va a la Argentina con pretensiones de ir a la cancha, se le hace difícil comprender cómo la gente puede ir naturalmente, salvo por esa pasión latina que genera tanta curiosidad”, afirma Sergio Levinsky, periodista y sociólogo argentino que reside en España.
En su opinión, las diferencias entre las condiciones en que se goza –o sufre– un partido en uno y otro lado pasan por lo cultural. “En Europa, en general, la sociedad no es violenta como sí lo es la argentina. Allá eso se advierte no sólo en el fútbol, sino también en la cantidad de hechos violentos que ocurren a diario”, señala el autor de los libros El deporte de informar, Maradona, rebelde con causa y El negocio del fútbol. “La otra gran diferencia cultural pasa por el fenómeno barrabrava, que en la Argentina, como apunta el periodista especializado en estos temas Amílcar Romero, se transformó en un modo de vivir”, agrega.
Más allá de las desigualdades en la organización de los espectáculos y el respeto que existe por el simpatizante en Europa, Levinsky entiende que “la gran diferencia no está allí, sino en el incumplimiento de la ley y de lo pactado, y en la corrupción. Por eso, no creo que sea posible un cambio en el fútbol argentino si primero no se da un cambio cultural”, concluye.