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La muerte detrás de la fiesta

Según averiguo Perfil, el domingo de Racing campeón dejó tres víctimas, aunque la policía no lo haga oficial.

Pudo ser peor. En Avellaneda hubo veinte mil pesonas más que la capacidad del estadio.
| Cedoc

El domingo 14 de diciembre de 2014 quedará en la memoria de los hinchas de Racing: el equipo fue campeón tras trece años. La parte que no se sabe de la historia es que ese día, en las cercanías del estadio Juan Domingo Perón, entre la previa y los festejos, todo terminó con un saldo de tres muertos, aunque fuentes de la Policía sólo reconocen uno.

Gente cercana a la doctora Miriam Cobos, especialista en neurocirugía, jefa de guardia los domingos del Hospital Fiorito, ubicado a dos cuadras del estadio, confirmó que tres pacientes perdieron la vida por incidentes: dos civiles (uno antes del partido y uno durante el mismo) y un policía (después).

La Jefatura Distrital de Avellaneda, a través del comisario principal Balado, negó haber recibido al día de hoy una comunicación oficial sobre víctimas fatales. Aunque de la propia Policía confirmaron que el uniformado muerto es Alberto Reynoso, de la Bonaerense, a quien le habrían querido sacar el arma. Fue a pocas cuadras del estadio, a las 2 de la mañana, en los festejos; Reynoso nada tenía que ver con el partido.

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El doctor Pablo Gómez, que trabajó esa tarde, sostuvo que jamás había visto algo semejante, por la cantidad de pacientes que llegaban, y que fue la peor guardia de su vida. Leonardo Cubler, también del cuerpo médico del Fiorito, ratificó el testimonio de su compañero y admitió el caos. Hugo Pardo, director del hospital, si bien no refutó la versión, tampoco brindó la nómina de los treinta pacientes que ingresaron en horas del partido.

El operativo policial falló, a pesar de los 1.300 efectivos desparramados por el Cilindro, sobre todo en el pasaje Corbata y en la intersección de Colón con la avenida Alsina y la calle Italia. Tampoco fue exitosa la segunda guardia montada en la sede de avenida Mitre, donde fueron las elecciones.

Es que, más allá de los uniformados esparcidos por Avellaneda, aquellos que no habían podido adquirir su entrada, minutos antes de arrancar el partido, lograron romper controles e ingresar a la fuerza a las distintas tribunas que a esa altura ya rebasaban. Ese primer enfrentamiento provocó la liberación de varios molinetes, lo que hizo exceder la capacidad permitida en más de 20 mil personas, según fuentes policiales. Hubo piedrazos, balazos de goma, niños llorando, gente con cuadros de asfixia e hinchas subidos a los móviles de televisión intentando treparse a la cancha. A pocas cuadras se denunciaron comercios saqueados, vidrieras rotas, vehículos incendiados y vecinos asaltados dentro de sus propios domicilios. Un médico resultó herido producto de un disparo, un policía terminó con la cara desfigurada tras un palazo y un simpatizante tuvo un paro cardíaco en el medio de la tribuna.

Minutos más tarde de la barbarie, se cerraron todas las puertas del estadio. Quienes estaban adentro no podían salir y los que arribaban a la cancha, incluido el presidente Víctor Blanco, se encontraban con los portones cerrados. En Avellaneda, 46 años después, la tragedia de la puerta 12, en la que murieron 71 personas, pudo haberse repetido.