La pandemia afectó a Independiente con unos meses de retraso. Fue en mayo, con el fútbol parado y sin fecha de regreso, cuando la sede del club se empezó a inundar de cartas documento. Los referentes del plantel reclamaban una deuda de 190 millones de pesos por sueldos atrasados, la mayoría previos al inicio de la cuarentena. Fue un llamado de atención, una alarma, pero todavía nadie imaginaba el daño que iba a provocar esta peste.
El conflicto generó un distanciamiento feroz entre futbolistas y dirigentes. Que el secretario general Héctor Maldonado haya dicho “hay jugadores que cobran en dólares y hace dos años que están de vacaciones en el club” no colaboró en un posible acercamiento entre las partes. Empezaban a poner en práctica la sutileza camionera para resolver conflictos.
El jugador que llevó su causa al límite fue Gastón Silva, quien se declaró libre, se fue del club y la siguió en la Justicia. Y detrás del defensor uruguayo se encolumnó la mayoría de los referentes del plantel.
El pico. Septiembre fue un mes letal. Todo lo que se venía intuyendo, explotó: se fueron 23 profesionales, y los que no se fueron se quedaron con las ganas. Como nunca antes, los jugadores deseaban cambiar de camiseta y lo decían sin reparos. Independiente pasó a ser ese club de fútbol del que querían huir hasta los suplentes.
Algunos quedaron libres, a un par los vendieron, otros se fueron con juicio, lo cierto es que Campaña, Sánchez Miño, Silva, Gaibor, Cecilio Domínguez, Leandro Fernández y Lucas Albertengo, entre otros, se fueron bien lejos de Avellaneda. El virus diezmó al plantel.
Mientras tanto, Burruchaga se recuperaba de covid y a Pusineri no le quedaba otra que resignarse al éxodo. Deudas, desprolijidad, destrato, malos modos: la pandemia llegó al pico.
La meseta. A fin de octubre volvió el fútbol y de a poco la cuestión parecía que se podía controlar. El equipo arrancó bastante bien. Cerró invicto la primera fase de la Copa Diego Maradona, con tres triunfos y tres empates. Y avanzó en la Sudamericana: dejó en el camino a Atlético Tucumán y goleó a Fénix en octavos. Pusineri se las arreglaba con lo que tenía y así, a los tumbos, avanzaba. Estos síntomas, aunque efímeros, provocaron cierta relajación. Pero la epidemia no descansa: la cercanía de fin de año descontroló todo.
El rebrote. Diciembre fue el mes D. La peste apeló a una vieja fórmula: la autodestrucción. La eliminación de la Sudamericana y un par de derrotas claves en el torneo local fueron el detonante. Así, entre la última semana de 2020 y la primera de 2021 todo explotó por el aire.
La seguidilla de episodios fue vertiginosa: le prometieron a Pusineri que iban a renovarle el contrato por un año más, como no consultaron con nadie, Burruchaga, que todavía era el mánager, quedó dibujado, días después presentaron un balance con un pasivo de 2.807.225.579 de pesos, un 70 por ciento más que el año anterior, y aprobaron la creación de un fideicomiso y un fondo de inversión, hasta que aceptaron la reunión que Burruchaga les venía pidiendo hacía una semana para presentar su renuncia y así, sin mánager, le anunciaron a Pusineri que se olvidara de la renovación del contrato. En tres días se cargaron a dos referentes del club, pero antes los humillaron.
Independiente quedó sin olfato ni gusto, con fiebre y dolor de garganta. La pandemia lo pasó por encima, lo dejó hecho un despojo. Y lo peor es que todavía no encontraron la vacuna para este mal.