Cuando el próximo 30 de agosto River homenajee a los campeones del ’75 que terminaron con los casi 18 años de frustraciones, muchos hinchas que hoy peinan canas seguramente evocarán las monumentales atajadas del Pato Fillol, dejarán por unos minutos de lado el odio y el rencor por la mala gestión dirigencial de Daniel Passarella para recordar la firmeza en la marca y la elegancia para salir con pelota dominada; la panorámica y la habilidad del negro J.J. López para abrir la cancha, la magia del Beto Alonso para apilar rivales y dejarlos afónicos de tanto “ole, ole” y la voracidad del Puma Morete para liquidar a cuanto arquero se le cruzara.
Lo que seguramente no tengan tan latente es que esos apellidos alcanzaron la gloria porque hubo un puñado de pibes que se cargaron la responsabilidad de saltar a la cancha en medio de una huelga tan imprevista como sospechosa y les devolvieron el alma al cuerpo a millones de hinchas una fría noche de agosto. Para ellos, paradójicamente, no habrá homenajes, aunque de la mano de la nueva dirigencia algunos hayan vuelto a trabajar al club. Hay sutiles menciones, alguna que otra foto y entrevistas cuando llega la fecha. Pero no existen placas, canciones ni estatuas. El resto de los días los pasan en medio del anonimato y la intrascendencia.
La huelga. Aquel 1975 fue un año por demás convulsionado. El país era un polvorín a punto de estallar. Los sindicatos, en su mayoría peronistas, le habían declarado la guerra al por entonces debilitado gobierno de Isabel Perón, también peronista; la inflación no tenía techo y los rumores de un golpe de Estado sonaban muy fuerte. En ese contexto, Futbolistas Argentinos Agremiados mantenía una pelea larga y sostenida con la AFA por la aplicación del convenio colectivo de trabajo. La puja, oh casualidad, encontró su mayor punto de fricción días antes de que se jugara la penúltima fecha; entonces, se decidió un paro de actividades que complicó el desarrollo del juego.
Lejos de dejarse amedrentar, desde la AFA bajó un mensaje categórico: la fecha se jugaría a como diera lugar, y a los clubes no les quedó remedio que apelar a sus juveniles. Una decisión que a los pibes de River les costó demasiado cara. A tal punto, que la gloria que alcanzaron esa noche quedó sepultada por el destrato y la falta de consideración de parte de los profesionales, que les endilgaron “carnerear” la huelga. Tal vez también habría que preguntarse si ciertos celos profesionales no jugaron su propio partido ante la oportunidad perdida de ser ellos quienes le pusieran el moño a la brillante campaña.
Ramón Gómez, titular en aquel partido, define a ese equipo como “imbatible” en inferiores y descarta que hayan padecido nervios. “Estábamos tan acostumbrados a jugar que ni presión sentimos al salir a la cancha”, evoca, y aclara que si no se presentaban River perdía los puntos, situación que hubiese complicado la chance de conseguir el título.
Lejos de esa lectura, los consagrados consideraron una traición la actitud de los los pibes de entonces. A tal punto, que varios le pidieron a Angel Labruna, el entrenador millonario, que no les permitiera entrenar con ellos. Norberto Alonso fue uno de los más duros hacia sus colegas. En una declaración a la revista El Gráfico cuando se cumplieron 25 años del título, además de sospechar sobre los motivos del paro, calificó a los pibes de “irrespetuosos” y sostenía que si no hicieron carrera en River fue porque no tenían “lo que hay que tener”.
Los dirigentes de entonces se ocuparon de cerrar el círculo: en poco menos de un año se sacaron de encima el problema, y más allá de algún partido esporádico en el primer equipo, la mayoría de los héroes de la consagración fue quedando libre y sus carreras se evaporaron en poco tiempo. Sólo un puñado de jugadores completaron una trayectoria extensa, aunque muchos de ellos en clubes chicos, del Ascenso o del exterior.
Rubén Norberto Bruno, el autor del gol del campeonato, le aclara a PERFIL en medio de la cena de festejo por el 40 aniversario del logro que ciertos rencores quedaron de lado. “Que nos hayan tildado de carneros fue injusto, pero el tiempo pasa y ciertas heridas cierran. Hoy puedo decir que me cruzo con varios de los titulares de aquella época y al menos nos saludamos. Nunca me arrepentí de haber jugado ese encuentro. Entrar en la historia de River no tiene precio. Lo volvería a hacer”.
Es que para aquellos que pasaron las cinco décadas, esa vuelta olímpica no sabe de traiciones ni de dobles discursos. Tiene la complicidad de la gloria eterna, aunque muchos los intentaron convencer de que fue efímera.