Fernando Cáceres nunca sabrá qué sintió ni cómo fueron esos segundos que en la madrugada del 1º de noviembre de 2009 le cambiaron la vida. Siente y enfrenta las consecuencias pero lo otro resultó tan rápido que no pudo ni percibirlo. Se despertó en la cama de un hospital sin saber que afuera lo daban por muerto tras ser baleado por un grupo de menores de edad que quisieron robarle el auto en una calle de Ciudadela. Perdió el ojo derecho por un balazo y su cuerpo quedó a merced de un respirador artificial. La recuperación sigue. Fueron avances la silla de ruedas, los ejercicios en una pileta, la utilización del bastón. Fue un retroceso el violento asalto que sufrió en su casa de Ramos Mejía en 2013. Y fue otro gran avance la creación de su propio club, Fernando Cáceres Fútbol Club (FCFC), cuyo objetivo es sacar a los chicos de la calle desde un predio en Ciudad Evita, partido de La Matanza. “Pero no me acuerdo de nada de lo que me pasó esa madrugada”, le dice a PERFIL.
El Negro Cáceres se hizo un lugar importante en nuestro fútbol y en España. Debutó en Argentinos Juniors en 1986 y desde entonces pasó por River, Zaragoza, Boca, Valencia, Celta, Córdoba, Independiente y de nuevo Argentinos, hasta que se retiró en 2007. Fue referente de la Selección de Alfio Basile en su primera etapa, cuando compartió equipo con Fernando Redondo, Gabriel Batistuta, Claudio Caniggia y Diego Maradona. En todos lados dejó un gran recuerdo como defensor central de esos que juegan con categoría. A diez años del día en que lo balearon ratifica ante este diario que no tiene odio contra los atacantes. Que no se pregunta por qué le pasó a él sino que sigue hacia adelante. Quiere que su club ascienda y convertirse en su director técnico. Se enorgullece por su actividad social. Y empieza la charla hablando de Eduardo Maldonado, un central de 24 años de La Tablada que jugó en el FCFC y se fue a probar a Europa. Un gran logro de la gestión Cáceres.
—Siempre pienso que estos pibes merecen una oportunidad en el fútbol –dice el Negro–. Eduardo jugaba en el Ascenso. Hace tres años se vino a probar con nosotros y quedó. Hace poquito se fue a España a ver si quedaba en un club de la Tercera División pero no se le dio por los papeles. Una pena. Ellos tienen que entender que esto es así.
—Sos palabra autorizada para hablar de entender.
—Es que la realidad indica que lo que se puede hacer hay que hacerlo con ganas. En este momento, el sentido que le encuentro a las cosas es a través del fútbol en el club, con estos pibes que vienen de lugares muy humildes y quieren ganarse un lugar de manera honesta. Nosotros les abrimos una puerta para que sigan su sueño. Acá tienen que aprender lo que es el respeto, el compañerismo y la amistad. Percibimos un cambio. La idea es que el entusiasmo con el que llegan continúe. Si les gusta, tienen buena parte de su camino allanado. A mí el fútbol me dio todo. Ojalá que a ellos también.
—¿Cómo te mantenés en eje después de lo que te pasó aquella madrugada?
—Con ese entusiasmo del que te hablaba. Me enfoco en eso. Siempre defino aquello como un accidente. Lamentablemente me tocó a mí como le podría haber tocado a otro.
—Lo que asombró es que no te quedó resentimiento hacia esos chicos que te atacaron.
—Fue una equivocación de ellos y nada más. Como dije en su momento, son consecuencias de una ausencia del Estado. Lo único que hizo aquello es hacerme más fuerte. Hoy entiendo que FCFC surgió por una desgracia. No es que lo entendí fácil, eh. Costó. Pero lo entendí.
—¿Por qué lo entendiste?
—Por un pibe que estaba internado en la Fleni, donde yo hacía la recuperación. Ese chico no podía caminar. Hablaba todos los días con él. Una tarde se iba y me dijo que no iba a volver porque no le podían solucionar el problema. Los médicos le dieron la noticia de que no iba a caminar más. Eso me puso muy mal. Pero muy. Y yo, que no sabía bien qué podía hacer en la sociedad, escuché a alguien que me dijo que podía enseñar. Y le di para adelante. Me di cuenta de que podía dividir los grupos, llevar a los chicos a torneos federales y seguir hasta donde fuese posible. Llegamos al Federal y nos quedamos. Hoy participamos en la Liga de Luján, tenemos unos 200 pibes y el año que viene tendremos más.
—Pensar que en su momento te dieron por muerto.
—Por suerte le erraron un poco, porque los diagnósticos de los médicos eran malísimos. A veces digo que me equivoqué: que en vez del pecho a las balas les puse la cara. Me salen esas frases. Cada uno está a la altura de lo que le pasa. Por suerte estoy vivo. Disfruto el momento.
—¿Cómo es tu ritmo de vida?
—Miro mucho fútbol, sobre todo el alemán y el inglés. También miro a la Selección, que me gusta: Scaloni estuvo y está con gente que sabe mucho de fútbol. Además, tiene un equipo bien formado, que permite esperar cosas buenas. Paso gran parte del día en el club y los fines de semana voy a ver los partidos. Leo mucho, porque me sirve para la memoria. Sobre todo libros de psicología social. Y me puse de novio con Cynthia. ¿Vos sabés cómo es mi historia con ella?
—No.
—Contale, Cynthia.
—Nos conocimos hace muchos años –cuenta– pero, como él jugaba en España, no pudimos mantener una relación. Siempre me quedó un buen recuerdo de él. Y este año nos reencontramos y acá estamos, juntos.
—¿Volviste a pegarle a una pelota, Fernando?
—Sí, como parte de los ejercicios. Porque desde hace un año puedo caminar con un trípode. Siento que todo es nuevo para mí y que cada avance es hermoso. Me siento como un chico. Y sobre todo cambié el carácter. Era muy cascarrabias. Entendí que hay que vivir de mejor humor y quería que los que me acompañen me vean bien.