Quedaban cincuenta segundos para el final, pero Tinelli ya lloraba. Era una noche especial: la más importante de la historia de San Lorenzo en básquet. Vestido de etiqueta, con un chaleco gris al cuerpo, corbata, el traje empapado de alegría, lloraba. Miraba al cielo: pensaba en su papá, Dino, que cuando era chico le hablaba de San Lorenzo y le contaba que habían perdido la Copa Libertadores con Peñarol, en 1960. Un día del 68, Marcelo vio jugar al básquet al padre y ahí empezó todo.
El le contaba de La Catedral, el histórico equipo que tuvo éxito entre 1942 y 1973, de que también hicieron una gira por Europa. Venían a Buenos Aires a ver partidos, a ver su segundo deporte preferido desde chiquito. Y pasaban por Boedo.
Después de casi cincuenta años, Tinelli volvió a Boedo y levantó la Liga de las Américas –el quinto título en tres años–, la otra Libertadores: la que le faltaba.
La luz blanca lo apuntaba, le caían papelitos –esa explosión en el aire–, micrófono en mano. Tinelli quiso gritar “buenas noches, América”, pero entonces no lo dijo y no supo cuándo lo iba a volver a decir.
—También estoy lejos del fútbol, tuve un año muy difícil –le aclara a PERFIL–. Quiero disfrutar, estoy feliz, muy feliz. Haberla ganado acá en Boedo... Fue lo más importante, acá, ante todos. Nos costó mucho, muchísimo. Para nosotros era como ganar la Libertadores pero en básquet. Tenemos las dos en casa. Gracias a todo el staff que trabajó, fue impresionante. Y a todo el plantel, que es maravilloso; un equipo de verdaderos líderes, que están al servicio del club.
—¿Qué es liderar?
—Para mí liderar es estar, servir. Y los jugadores están al servicio del club, se brindan por esta camiseta. Se comprometen. Yo le agradecí eso a Mathi (Calfani), Gaby (Deck), Penka (Aguirre), Marcos (Mata). A todos. Los extranjeros que vinieron se comportaron muy bien y el cuerpo técnico es espectacular. Un técnico que hoy vuelve a ganar otro título… y con Julio Lamas en la tribuna. ¡Qué mejor que eso! Fue una noche redonda.
—Estaba nervioso en el partido. Al principio se lo veía muy callado.
—Es que el partido fue duro, durísimo. Cuando ganábamos por quince ya me saludaban, como si hubiéramos ganado. No, basta, no me saluden todavía, les dije. Tampoco organicé festejos, por cábala. Los de Mogi son tremendos. Ese Larry Taylor… es terrible. En un momento, cuando la metió de espaldas, quería entrar: si hubiera estado en primera fila, me metía y me le tiraba encima. Lo tacleaba. Me asusté, pero lo hicimos. Lo hicimos de nuevo.
—¿Cómo trabajaron?
—Elaboramos una buena propuesta para que FIBA confíe en que lo podíamos organizar, y que iba a ser una fiesta e iba a salir perfecto. Este clima no lo había visto nunca, era una caldera. Estoy muy emocionado. Terminó el partido y pensé en mi papá, en mis hijos, en mi familia. Lloré mucho. Sentí sus energías acá. Me encantaría llevarle esta copa al Papa, al Vaticano: a él también lo llevaba su papá a ver básquet. Vamos por el tricampeonato en la liga y ojalá la intercontinental.
—¿Un techo?
—No hay techo.