Para el abogado Marcelo Parrilli, quien lograra la condena de nueve barrabravas de Boca (incluido su líder José Barritta, alias “El Abuelo”) al cabo del juicio por el crimen de Walter Vallejos, el hincha asesinado en 1994 luego del superclásico, “el problema de fondo sigue siendo siempre el mismo: el fútbol como deporte masivo es un gran negocio vinculado con la política, con el sindicalismo, con los dirigentes, con la situación política en general”.
Dentro de ese panorama, “no es extraño que se quiera preservar todo tal como está, porque eso permite muchas cosas”, agrega Parrilli, quien amplía el concepto diciendo: “En general los barrabravas no trabajan todos los días del fútbol, porque en la semana están en otros lados. Vas a la Legislatura de la Ciudad y el encargado de la seguridad es un conocido barra de Boca, Santiago Lancry. Lo llevó Bello, un radical, padre de Claudia Bello, y quedó hasta hoy, que sigue ahí al igual que otros barras que trabajan con él”.
Parrilli formula y se responde una pregunta que es clave para entender mejor el problema: “¿Para qué sirve una barra brava? Porque en una interna, un grupo organizado de 300, 400 o 1.000 tipos juega un rol decisivo. En una elección interna de un club donde votan 5.000 tipos -en la última de River votaron 9.000-, un grupo de 700 bien organizados que te juntan la gente, te la llevan en combi, te la ponen en fila frente a una mesa para votar y te garantizan los fiscales es un aparato formidable. Y lo mismo pasa en la interna de un sindicato o de un partido político”.
Esta situación genera según Parrilli nexos que, lejos de ser cortados, continúan y hasta se profundizan una vez que los candidatos son electos: “El Estado es cómplice. Lamentablemente, cuando alguien llega a un cargo público en la Argentina ya deja de tomar el suyo como un órgano oficial para llevar su propia banda. Así, por ejemplo, llega Aníbal Fernández a un ministerio y sigue teniendo vínculos con la barra brava de Quilmes. Si tenés un ministro de Seguridad que repartía los billetes entre los barras de Quilmes, qué podés pedir...”
De cara al futuro, Parrilli señala que el problema puede solucionarse: “Esto se puede parar, no hay ningún inconveniente, pero hay que pegar sobre las responsabilidades de los políticos. La barra no es ningún grupo ideológico o con fuerte respaldo económico, no es un grupo religioso o político que va a seguir existiendo. Vos los dejás de financiar y se terminó, porque es un grupo centralmente mercenario. Se termina la plata, se termina la barra”.