Ni mirada profunda, ni manos gastadas, ni estampa de serio. Ni siquiera huellas de un pasado angustioso. Matías Vidondo es un boxeador que escapó de las tradiciones, un verdadero profano de esas historias de cenicientas que abundan en el ambiente del pugilismo. Es la antítesis de los que se metieron en el gremio para escapar del barro. Y es la imagen del personaje extraño que un día abandonó los estudios universitarios en pos de una experiencia deportiva. “Siempre estaba la pasión por el boxeo, pero mis viejos nunca me habían dejado pelear por los preconceptos que hay y porque es un deporte duro. Pero cuando me vine a Rosario, cansado de los libros y las presiones de la facultad, arranqué”, comenta Chiquito, como lo apodan sus amigos, ni bien arranca el diálogo con PERFIL.
Su historia es fantástica, casi increíble. En realidad, él no soñaba con ser boxeador. Su destino era seguir los pasos de su hermano mayor, Gonzalo, un traumatólogo reconocido de la ciudad de Neuquén. Sin embargo, a punto de recibirse y con sólo un par de finales por rendir en la Universidad Nacional de Rosario, el boxeo le ganó por puntos a la anatomía y su vida cambió. “Se podría decir que la carrera de medicina la dejé stand by. Por ahora le doy prioridad al boxeo porque sé que tengo una fecha de vencimiento. Pero cuando me retire, mi sueño es recibirme y poder ejercer la profesión”, comenta Matías, quien llegó al pugilismo después de haber incursionado en el vóleibol y en las artes marciales.
Es que Vidondo no tiene raíces en el deporte de los puños. Un buen día, en el gimnasio donde iba a hacer pesas, se quedó un rato pegándole a la bolsa y su entrenador, Luis Vila Ginés, le vio condiciones para empezar a boxear. Pero, paradójicamente, recién a los 33 años se hizo boxeador profesional. Hoy tiene 38, posee un récord de 20 triunfos (18 KO), una derrota, es campeón argentino de los pesados, título que obtuvo en 2013 contra Fabio La Mole Moli, y el 17 de octubre va a pelear con el cubano Luis Ortiz por el título mundial pesado AMB interino en el Madison Square Garden. “Cuando logré el título de campeón argentino tomé real dimensión de que el boxeo era más importante que la medicina. Me di cuenta que me daba más miedo rendir un examen que boxear”, confiesa. Y agrega: “Le tuve terror al fracaso intelectual. Siempre quise ser alguien, porque los más bajos siempre me llamaban el grandote boludo o grandote al pedo”.
Es común que se asocie al boxeo como un deporte capaz de dañar la salud. Sin embargo, Vidondo rompe con ese prejuicio. “Practicar deportes en el alto rendimiento siempre nos expone a sufrir lesiones. Es una vulgaridad decir que el boxeo, por recibir golpes, nos puede ocasionar daños neurológicos –explica–. Eso, en definitiva, nos puede pasar con cualquier
deporte.”