DEPORTES
hechos pelota

Postales del horror

Un picadito con los gendarmes, una salida a la cancha en pleno mundial y un ajedrez hecho con migas de pan. Recuerdos de un sobreviviente de la perla.

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PABELLON. Fue el mayor centro clandestino de detención de Córdoba. Se estima que por ahí pasaron unos tres mil detenidos. | cedoc

Héctor Kunzmann tiene 70 años y hace dos que dejó Paraná, su ciudad, para volver a vivir en Córdoba, ese lugar que padeció en los 70 pero que ahora le ofrece motivos suficientes para instalarse: nietos. Entre diciembre del 76 y fines del 78 estuvo detenido en el centro clandestino La Perla. Como todo secuestrado, sufrió, toleró y resistió, y también protagonizó situaciones que, a veces de manera absurda, se cruzaron con el deporte.


P4R. Cuando Kunzmann cae en La Perla, encuentra un juego de ajedrez: el tablero es de cartón, los casilleros están pintados con birome y las piezas fueron moldeadas con migas de pan. Nunca supo quién lo había hecho, pero le saca provecho. Sólo debe encontrar con quién jugar. A unos cuatro o cinco metros está detenido Tomás Di Toffino, el sucesor de Agustín Tosco en el sindicato de Luz y Fuerza cordobés. Ya tiene rival, pero no pueden acercarse y mucho menos hablar. Entonces Di Toffino se arma un juego igual e inventan un lenguaje de señas que sólo ellos dos pueden reconocer. Así, mientras las manos dibujan gestos en el aire en medio del silencio de La Perla, van moviendo las piezas hasta el próximo jaque mate. Esas partidas no fueron un juego ni un pasatiempo. Para Kunzmann representaron mucho más. “Ahí adentro –confiesa–, el ajedrez me salvó la vida”.


Mundial. En junio del 78 el país está paralizado por el Mundial. Las Fuerzas Armadas exhiben su mayor grado de paranoia: sospechan que puede haber atentados terroristas en los estadios. En La Perla, como en otros centros clandestinos de detención, organizan salidas: los represores llevan a los detenidos a la cancha para que marquen a ex compañeros. A Kunzmann lo llevan a una tribuna del Chateau el día que Perú le gana 3-1 a Escocia. Por supuesto, no marca a nadie. Y ve un partidazo.

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El picado. Se armó un 9 de julio, Kunzmann calcula que habrá sido de 1978. Es probable que los uniformados hayan querido festejar la fecha patria o tal vez estaban aburridos, lo cierto es que en un momento de la tarde convocan a un grupo de detenidos para jugar un partidito. El campo de juego es de lo peor: un terreno entre la cuadra y la caballeriza, inclinado, sin césped y lleno de piedras. Ponen montículos de ropa para simular los arcos y arranca el partido. Seis gendarmes de un lado, seis detenidos del otro, la pelota en el medio. Toda una metáfora.

Kunzmann jugó de arquero con una camiseta de San Lorenzo que le había regalado un muchacho que había pasado por La Perla y después lo blanquearon.

—¿Del resultado te acordás?

—¡Ganamos!

Kunzmann lo dice con entusiasmo, con orgullo. Se enciende. Dice “¡ganamos!” de un arrebato, con énfasis. Le gustaría dar detalles, el resultado exacto, la descripción de una jugada que terminó en gol, tal vez una atajada salvadora. Pero no puede, nada de esos detalles quedaron registrados. Tampoco importa demasiado. ¡Ganamos! Fue un triunfo sin festejos ni gastadas. Un triunfo para adentro, que se compartió con gestos sutiles y miradas cómplices. Un triunfo justo, un triunfo digno, un triunfo que humilló a los humilladores. ¡Ganamos, carajo!

Cuando terminó el partido, los seis detenidos volvieron al pabellón. Los gendarmes se quedaron en el campo de juego improvisado para someterse al reproche del jefe: “¡Manga de pelotudos! ¡Cómo van a perder con estos subversivos muertos de hambre!”. Y era verdad, dice ahora el Ruso, estábamos muertos de hambre.