No juegan pensando en Leo*
Ha acabado la Copa América, que ha dejado mucha más emoción que fútbol. Menos para los chilenos –claro está– el torneo ha sido una decepción. Este Brasil no tenía ninguna opción, y menos sin Neymar. A la final llegaron los que tenían que llegar, los favoritos: Chile porque es, sobre todo, un buen equipo y además era el anfitrión y Argentina, pese a haber sido otra vez una cita de individualidades. Se han visto pocos goles y mucha dureza, incluso violencia.
Eso contrasta con el fútbol europeo actual, donde las figuras están más protegidas y por eso tienen ocasión de lucir. Allí no, y eso es algo que se ha visto durante toda la competición, con los mejores jugadores como grandes perjudicados. Y no sólo Messi, también ha pasado con Neymar y con muchos otros cracks. ¿Quién ha visto brillar a Agüero? ¿o a Tevez? ¿Y Cavani?... Todo, en general, recordaba al fútbol de hace veinte o treinta años, con marcajes al hombre, un árbitro espectador y aquel viejo latiguillo que allí se permite seguir aplicando mucho más que aquí: “Si pasa el balón, no pasa el hombre”.
Hay que decir que esa alta agresividad tolerada convierte a la mayoría de selecciones en equipos competitivos, pero la mala consecuencia es que los buenos futbolistas, con tanta brusquedad, acaban jugando cohibidos, con miedo, aunque sea inconscientemente.
Ahora le están cayendo todos los palos a Messi en su país. Tras la final que ganó Chile en los penaltis a Argentina, han reaparecido los pro-Maradona como arma contra Messi. El problema de la
Selección albiceleste es que nunca piensa que tiene a Leo cuando sale a jugar. Sólo al final, cuando las cosas no van, exigen de él que haga un milagro. No es normal que lleguen cuatro o cinco ‘pichichis’ de las grandes Ligas europeas y no hagan goles.
Argentina no arreglará sus defectos hasta que entienda que debe actuar como un equipo en el que tiene la suerte de tener a Messi. Hasta ahora, todos quieren enseñarse a sí mismos y no enseñar al bloque. Todos, menos Mascherano. Así, el Kun piensa “soy bueno”, Higuain (“soy bueno”), Tevez (“soy bueno”), Pastore (“soy bueno”), Di María (“soy bueno”)... y Argentina nunca encuentra el equilibrio. Tiene a cinco o seis de los mejores delanteros del mundo y por eso los convoca a todos y juegan a veces en el centro del campo, ya que no caben arriba.
Quizás deberían sacrificar a alguno en beneficio de otro futbolista que ayude a hacer equipo. La consecuencia es que Messi vive en Argentina justo lo contrario que en el Barça: en el Camp Nou se habla de “Messidependencia” porque el equipo está buscando siempre a Leo, mientras en su selección le llega el balón de Pascuas a Ramos, como un jugador más. El ejemplo es que en el peor partido de Messi en el Barça toca la pelota al menos sesenta veces y en el mejor partido con Argentina ¿cuántas veces? veinte, 25, como mucho.
*Artículo publicado en el diario catalán Mundo Deportivo.
Carles Rexach, Entrenador. Decidió que el Barcelona contratara a Messi en 2000.
Le llegó el tiempo de rebelarse**
Para poder comprender, de manera inferida, al que muchos consideran el mejor futbolista de la historia, debemos entender que previo a superhéroe y megaestrella del deporte Lionel es una persona. Y como tal siente, se emociona, sufre y se preocupa de la misma manera que cualquiera de los lectores de esta columna.
A modo de introducción: la psicología aplicada al Alto Rendimiento Deportivo utiliza como paradigma teórico a la psicología cognitiva conductual; esta teoría plantea que el ser humano reacciona no por la situación en sí, sino por la interpretación propia que hacemos de tal situación. O sea que ante un mismo hecho dos personas reaccionarían de manera distinta siguiendo estos lineamientos.
Apoyado en su autoestima, confianza y motivación, la lectura que hará el deportista de la situación será: indiferente (cuando lo que suceda o sus consecuencias no nos revisten de mayor interés), desafiante (cuando el hecho, si bien nos genera una dosis de estrés necesario para afrontarlo, nos permite sentir que disponemos de los recursos precisos para superar la situación de manera exitosa), o amenazante (cuando el deportista siente temor ante el posible fracaso).
El hecho de volver a jugar una final, con el frustrante antecedente inmediato del Mundial, pudo reactivar el recuerdo de algunas criticas recibidas de parte de la mayoría de lo que se entiende como “mundo futbolístico” de no haber estado a la altura de las expectativas generada por sus propios logros.
Todo eso produce indefectiblemente una dosis muy alta de presión, además de cargar con el peso de la frustración de ser el capitán de una generación “galáctica” sin resultados, el comentario constante sobre el altísimo nivel que presenta en Barcelona que en parte contrasta con la realidad que le toca vivir con nuestra Selección, la perversa comparación general y permanente con Maradona, las excesivas e injustas críticas de falta de compromiso con la camiseta nacional y la hostilidad con la que fue tratado por el público chileno. Se forma un combo de pensamientos que no le pueden resultar indiferentes y que evidentemente están afectando su rendimiento.
Los deportistas de la magnitud de Messi suelen ser extremadamente autoexigentes, buscando un nivel de excelencia en cada uno de sus compromisos deportivos, y en cada uno de sus actos. La sensación de impotencia que probablemente invade al jugador pueden generarle un nivel de fastidio poco ideal para afrontar estos compromisos tan importantes.
Messi no ha tenido que demostrar tantas veces ser “piloto de tormenta”, las adversidades que ha enfrentado en su club son ínfimas en comparación a las que debe afrontar con la Selección.
A modo de conclusión: una gran parte de la fortaleza mental de un deportista se pone en juego cuando debe revertir este tipo de situaciones. Personalidad y carácter serían las cuotas pendientes en este magnífico futbolista. Poner a jugar esos dos factores le permitirían desplegar esa dosis de rebeldía necesaria para no quedarse maniatado ante tantas adversidades.
**Carlos da Costa Oliveira, Licenciado en Psicologia y especialista en Alto Rendimiento Deportivo.
El mediocre argentino***
El día después de la derrota de Argentina ante Alemania en la final de Brasil 2014, veo al borde del shock nervioso una escena de teatro nacional callejero ocurrida en un kiosco de revistas cercano a la Plaza de Mayo. El canillita recibe en su box de hojalata a un taxista al que parece estar unido por cierta confianza y, no cabe duda, por una tolerancia a prueba de misiles nucleares anticanillitas.
El descendiente de Rolando Rivas sale de su máquina fumando y de frente al chaperío rectangular, como el goleador que nunca será, recrea la jugada en la que Higuain define con flaccidez su malogrado mano a mano contra Neuer. El canillita hace las veces de arquero, mientras el taxista genio hace crujir su artrosis acompañándose de las siguientes palabras autocomplacientes: “Cuchame, papá. ¡Dejate de joder! ¿Cómo te vas a comer ese gol? Te cae la pelota de arriba, la controlás con el ojo y hacés, ¡pim!, de primera. Cuchame: lo meto yo”.
Desde que la Selección argentina tiene el placer visual, la ventaja comparativa y el milagro inmerecido (como todos los milagros) de tener a Messi, las discusiones sobre Messi están menos ligadas a él que a una versión maníaco depresiva de la argentinidad. Se la puede reconocer por la exigencia perfeccionista y una conciencia nula sobre las dificultades de obtener la perfección. Esta escuela cuestiona a Messi desde la mediocridad. Existe una larga tradición por la que la mediocridad cuestiona la excelencia, que es la misma por la que los hombres contemplativos han cuestionado toda la vida a los hombres activos.
La mediocridad tiene su emergente en la masa crítica del periodismo deportivo que, ante la derrota, levanta presión hasta descargar un río de excrementos. La extrapolación sustituye todos los elementos del juego comercial y a veces artístico llamado fútbol –del que se excluye increíblemente el hecho de que se enfrenta a rivales competentes–, por el único que queda en pie: el éxito y su bestia negra (el fracaso).
Hace un tiempo a Messi lo criticaron porque no cantaba el Himno. Entonces se juzgaba el patriotismo y no el juego. Ahora lo que se condena es que no produzca lo imposible, que no se transforme en el superhéroe de la Argentina Potencia, olvidando que el fútbol es un juego cooperativista, es decir una sociedad con pactos internos y combinaciones elásticas a cargo de un director técnico y filtrada por el azar.
Esa Argentina contemplativa que ha hecho de la exigencia de perfección una enfermedad social, sólo es capaz de aceptar el triunfo individual resumido en dos frases por las que empieza y se acaba el mundo: “es un genio”, o “somos un desastre”. En el medio de ambas hipérboles, el vacío total.
***Juan José Becerra, Escritor.
El precio de no vender humo****
Quienes critican a Messi tienen razón en algo: Messi no es argentino. Que se entienda: Messi ama la Selección y eligió jugar con la celeste y blanca por pura pasión. Pero Messi no es argentino porque no tiene nada que ver con el fútbol argentino, ni con la Argentina.
Si Messi ama jugar en la Selección, lo hace de un modo no argentino. Es decir, de un modo puro, romántico, pero distante. Con la distancia de alguien para quien el fútbol es algo que sucede en una cancha y nada más. Messi viene y juega, sin hacer ningún gesto hacia la tribuna, ni a la prensa. Messi no tiene historia argentina. Sin embargo, elige la Argentina.
Se suele comparar a Messi con Maradona, alguien que “de verdad sentía los colores” y que “ganaba las finales”. Un absurdo. Por supuesto que Diego era un genio (como Messi) y que, también como Messi, puso todo por la Selección. Pero aclaremos: en el Mundial 86, Maradona jugó un torneo excepcional pero una final mediocre. Diego también fue un fiasco en la Copa América 87, que se jugó en la Argentina, y en la del 89, en Brasil.
El azar que separa a Messi de Maradona es la de dos malas definiciones de Higuain (Mundial y Copa América), contra una mala definición de Burruchaga, que terminó adentro y selló el 3-2 contra Alemania en México. Un azar que, invertido, hubiera bastado para denostar a Maradona e idolatrar a Messi. Denostar con la crueldad argentina que sufre Messi hoy. E idolatrar, con la demencia argentina que es la verdadera droga que estimula y enloquece, que construye y destruye a Maradona.
¿Soportará Messi, este Messi no argentino pero que ama la Argentina, una idolatría realmente argentina? ¿Podría pisar Messi la Argentina luego de salir campeón del mundo y cuando aquí se le exija también luchar contra la pobreza y terminar con la corrupción?
Últimamente, cada vez que veo un partido de la Selección me pasa algo extraño. Obviamente, quiero que gane Argentina, pero a veces siento que más que querer que gane Argentina, lo que quiero es ver a Messi campeón con la celeste y blanca para taparles la boca a todos los miserables que lo critican.
Una vez tuvimos un genio al que todo el mundo criticaba (y critica) por su vida personal, por sus adicciones, por sus declaraciones y por lo que fuera. Como si los genios en algo debieran ser ejemplos en todo. Ahora tenemos a otro genio al que todo el mundo critica porque no logra ganar nada con la Selección.
Entonces agradezco. Desde lo más profundo de mi corazón ateo y ácrata, agradezco a la vida, a la naturaleza, al destino. Agradezco que Dios sea argentino. Pero, sobre todo, agradezco que Messi no.
****Pablo Marchetti, Periodista.