Si la llegada de Orion había generado dudas entre la mayoría de los hinchas de Racing –dosificadas luego de su buen debut en la semana, contra Olimpo por la Copa Argentina–, el primer partido del torneo intensificó esa sensación: el arquero, apenas ocho minutos después de empezado su bautismo en Avellaneda, metió adentro del arco un centro de Palacios que se iba diluyendo. El diluvio, el agua acumulada en la cancha, el sapito que hizo la pelota podrían servirles de excusas al arquero, es cierto, pero la verdad se observaba en los comentarios bajitos entre hinchas en el Cilindro, que se preguntaban qué hacer, cómo pensar a partir de ahora.
Las dudas de Orion, encima, también se trasladaban a Claudio Ubeda, el técnico que está en esa especie de período de prueba, en esa evaluación que hacen los dirigentes –los mismos que echaron a Sava a una semana del comienzo de la temporada, y tres meses después del último partido oficial– y también los hinchas.
Y aunque no había muchos elementos para evaluar, porque las condiciones del partido tampoco las ofrecían, el primer síntoma racinguista en este inicio de ciclo era de preocupación. Al menos en la parte inicial, Racing no podía conectarse. Talleres se había encontrado con ese gol fortuito, y la lluvia seguía cayendo para convertir al estadio casi en una cazuela: un Cilindro en estado líquido. Todo pudo empeorar, para el local, sobre el final del primer tiempo, cuando Palacios se encontró de frente al arco. Esta vez, Orion sí respondió y con los pies la sacó por arriba.
Quizás porque escampó, porque el césped drenó, porque Racing empezó a encontrar a Acuña y Romero en el medio, o por todo eso junto, el segundo tiempo les dio a los hinchas un poco de serenidad. A los siete empató, y luego estuvo cerca de ganarlo en varias oportunidades. El gol vino por un centro endiablado de Acuña, que se cerró, y que se benefició por una cortina de Vittor (que no pudo o no quiso cabecear). El arquero Herrera quedó desguarnecido, casi ofreciéndose como mártir de esa rosca que había salido del pie izquierdo del ex jugador de Ferro.
Racing pudo festejar otra vez a los 21, cuando Grimi subió y apareció en posición de centrodelantero para dibujar una palomita que casi se convierte en un golazo. Y ya sobre el final, cuando Talleres sólo se refugiaba cerca de Herrera, Lautaro Martínez ofreció algunas bocanadas de aire fresco. Porque el chico mostró que puede sacarse defensores de encima, que puede desbordar, y estuvo dos veces a metros del gol. En la primera lo evitó Guiñazú, y en la segunda, el arquero visitante. El pibe Martínez, al menos, trajo esperanzas.