Hubo una imagen, a los 37 del primer tiempo, que podría servir para sintetizar lo que fue el partido anoche en el Bajo Flores. La anatomía de un instante. River tenía la pelota en la mitad de cancha, y San Lorenzo se agrupaba con una línea de seis defensores y cuatro mediocampistas. Un 6-4 que tenía dos lecturas: para los hinchas millonarios, la mezquindad del rival, que encima jugaba de local. Para los hinchas cuervos, un amarretismo –discutido pero aceptado a lo largo del campeonato– que los hizo llegar a esta fecha en la tercera posición de la Liga, luego de padecer durante todo el año pasado.
Ese diagrama –una foto bastante ilustrativa, pero solo eso: una foto– tenía su continuidad en una cancha en pésimas condiciones: con el césped raleado, seco, amarillo. Y, a su vez, esa continuidad tenía otra: el clima en el contorno del Gasómetro del Bajo Flores. Si el equipo defendía como 300 espartanos contra el imperio persa (no por nada tiene el récord histórico de que en toda esta Liga no le hicieron goles de local), sus hinchas generaron el escenario de una final. Era un partido trascendental que se trasladó a la gente: había que llenar la cancha, había que alentar al equipo –porque el rival era superior, nadie lo puede negar– y la hinchada de San Lorenzo estuvo a la altura. Los cuatro costados del estadio estaban colmados.
¿Pasó algo? Al menos en el primer tiempo, casi nada. River tuvo la pelota, San Lorenzo defendía y en los 45 minutos iniciales, ninguno de los dos equipos supo o pudo construir una jugada de peligro. Nada. Alguna aproximación que se neutralizaba en las cercanías del área que defendía Batalla, y no mucho más.
Eso cambió en el segundo tiempo. Ya al minuto, San Lorenzo tuvo la situación que no había tenido en el primero. Braida –una de las figuras del partido por el despliegue tanto defensivo como ofensivo– recibió solo en el área luego de un tumulto, definió, pero Armani tapó abajo. Una jugada similar tuvo Nacho Fernández en el otro arco diez minutos después: también tapó Batalla (aunque el tiro fue más débil).
San Lorenzo tuvo otra clara, o casi clara, si no fuera porque Leguizamón demoró mucho en definir (o porque no enganchó para quedar solo contra Armani) y porque Paulo Díaz tuvo un cruce providencial, luego completado con otro cruce de Milton Casco. A su manera, el equipo del Gallego Insúa llevó el partido a su zona de confort, pero todo se interrumpió a los 24 minutos, cuando el Perrito Barrios –su principal carta en el ataque por el desequilibrio que genera– llegó a destiempo y el árbitro Tello le sacó su segunda amarilla.
Hay que decirlo, al menos para quienes vean el resumen en Youtube hoy o en la semana: el segundo tiempo no tuvo nada que ver con el primero. No solo por la dinámica, sino por las situaciones de riesgo y la disputa minuto a minuto, en el juego y en la discusión constante.
La expulsión de Barrios cambió todo. San Lorenzo volvió a posición defensiva y River llegó con más claridad. Se encontró con Batalla, una de las explicaciones de por qué San Lorenzo no recibe goles de local. Los últimos minutos fueron aguantar como se podía, y esperar que River no pudiera filtrar el pase o el centro entre la defensa azulgrana. Todo terminó cero a cero, un resultado que, más allá del trámite, convenció a los dos equipos. A uno porque está a casi nada de convertirse en campeón, y a otro porque estiró su valla invicta.