—¿Aquién vas a matar, 007, la reputa que te parió?
El Panadero Rubén Díaz no podía evitar su fino repertorio cuando el Chango Cárdenas lo codeó y le marcó a Sean Connery a pocos pasos de distancia.
—Che, a ese tipo lo conocemos. No es…
Algunos pensaron lo peor: que el actor escocés, por entonces de 37 años y ya famoso en todo el mundo por las películas de James Bond, el agente 007, era hincha del Celtic. El Panadero se le fue a la yugular:
—¡La reputa que te parió, 007! ¡A este lo invito a pelear a ver si se la aguanta!
Tita sonreía con una mueca incrédula. Se paraba y se sentaba como un 9 que aguarda su oportunidad en el banco de suplentes. Pensaba que era una broma, otra broma del Panadero, ese que nunca se cansaba de hacer chistes a todo el mundo. Pero Tita dudaba.
—¡Qué va a ser James Bond!
No, no puede ser. ¿Qué haría el agente 007 en el mismo avión que trasladaba a la delegación de Racing de París a Londres, la segunda escala rumbo a Glasgow, para jugar la primera final de la Copa Intercontinental ante el Celtic el 18 de octubre de 1967?
Sean Connery era muy pintón, popular, admirado y querido. Estaba acostumbrado a que las mujeres se desvivieran por estar al lado suyo, se acercaran para tocarlo, decirle unas palabras temblorosas. Y también que algunos hombres le gritaran, lo miraran, lo relojearan curiosos ante su sola presencia. Pero nunca que lo enfrentaran.
Todo Racing estaba atento a los movimientos del agente 007 en ese avión que los llevaría a Londres. Y Tita más que nadie.
—¿Es James Bond? –se emocionaba.
—Ojo, Tita, que es escocés. Mirá si es hincha del Celtic…
Ahora sí que era algo personal. Si James Bond, el agente 007, era hincha del Celtic, entonces había que hacer algo ya. De pronto, sentado en un asiento cercano, había un hombre frío, calculador, valiente, inteligente, audaz y, sobre todo, elegante y conquistador. Pero lo peor es que tenía permiso para matar.
Tita aún no lo sabía, pero el agente 007 iba también al Hampden Park para ver ese partido histórico junto a otros 83.346 espectadores. Y se sentía observado, mucho más que en otras ocasiones.
En el ambiente había sonrisas tímidas, miradas cómplices y largos silencios más allá de algún insulto que venía del asiento del Panadero. ¿Quién se animaría a decirle algo de frente a James Bond y mucho más si era hincha del Celtic?
—La puta que te parió, 007.
Tita se salía de su asiento. Se sentía en el borde del córner, ese lugar tan suyo donde veía todos los partidos en la cancha de Racing. Se sacaba el cinturón, se lo volvía a poner en un segundo, meneaba la cabeza y miraba a todos, pero ninguno le devolvía una pared. Nadie era capaz de lanzar un centro a la olla, de gambetear por los costados, de probar desde fuera del área.
Había que dar la vida por los muchachos.
Entonces se animó, hizo palanca con sus manos en el apoyabrazos y saltó como un resorte por el pasillo. Cinco, seis, diez, quince pasos nomás y quedaron cara a cara. Tita vs. el agente 007. Tita vs. James Bond. Sean Connery la miró y ella, tímida pero decidida, se desarmó en una sonrisa cuando desenfundó su inglés “campurriado”, como a ella le gustaba definir su pobre manejo del idioma. James Bond la miró y le devolvió la sonrisa. Veía a esa mujer fresca, pura transparencia, incapaz de hacerle mal a nadie, que intentaba decirle algo en un idioma inentendible. Las risas se escuchaban en todo el avión.
Tita balbuceó algunas palabras sueltas en inglés en medio de una catarata de frases en español y en lunfardo, y fue incapaz de hacerse entender por un James Bond superado por una mujer que se batía a duelo en soledad, frente a frente, con un arma mortal en la cabeza: un gorro de Racing.
—La Copa se queda en Argentina –le dijo.
Tita finalmente le marcó la cancha, como hacía su padre desde 1915. Y se fue a su asiento satisfecha.
Sean Connery intentó entender qué pasaba en ese avión. El agente 007 no era hincha del Celtic, el club escocés representante de la comunidad católica, de los descendientes de irlandeses y los sectores populares y de izquierda. James Bond era fanático pero de su clásico rival, el Rangers Glasgow, un equipo identificado con los protestantes, la burguesía y su fidelidad al Reino Unido.
Sean Connery terminó la charla con un ademán de caballero. Tita se relajó y regaló risas para todos. Agustín Mario Cejas, el único que balbuceaba algo de inglés, le explicó al actor quiénes eran y adónde iban. A James Bond le encantaba el fútbol. Y les regaló una frase inolvidable.
—La Copa se la llevan ustedes…
Hubo sonrisas en todo el avión. El Panadero dejó de putear. Y varios jugadores se sacaron fotos con el galán de Hollywood, el Bocha Maschio entre ellos. Incluso alguno se llevó hasta un autógrafo.