Que el fenómeno futbolístico condensa, expresa y reproduce la realidad nacional, ya es casi un lugar común. Que ambos se realimentan en una fatídica causalidad circular, también. Debería empezar a serlo también, que, en ambos casos, con dosis de voluntad política, inteligencia social y coraje, sería posible avanzar en la vía de una convivencia más civilizada.
Civilización viene de "civitas", la vida en la ciudad, es decir en sitios muy concurridos, donde interactúan muchas personas mucho tiempo y donde, por lo tanto, la probabilidad de conflictos es muy alta. Mucho más que los esperables en espacios enormes con baja densidad demográfica y escasas interacciones. Al menos, seguramente así lo consideraron los creadores del concepto, en épocas en que, además, estar en la ciudad implicaba cierto grado de protección a cambio de dejar de lado algunas prácticas brutalmente primitivas que sí tenían sentido, al enfrentarse de un modo directo con las fuerzas de la naturaleza.
Si uno enfrenta a un mamut, existen dos alternativas: huir (resignando comida) o convertir en comida al mamuy, o uno será la comida de él. No hay posiciones para acercar, no hay conversaciones que mantener, no hay acuerdos que lograr. No hay feria ni regateo posibles. No hay otra ley que la de la estricta supervivencia. Todas las decisiones son binarias, es cuestión de vida o muerte.
La adopción de tal estrategia para resolver "todo tipo de situaciones" es lo que podríamos llamar con propiedad "barbarie", y significa un claro retroceso en las posibilidades de mejorar la existencia. Y es tan disfuncional a la convivencia como lo hubiera sido para la supervivencia sentarse a reflexionar ante la embestida ciega del animal.
También debemos decir que todos conservamos dentro –según investigaciones en neurología–, los aspectos primarios de lo humano, y que sólo necesitan que se creen ciertas circunstancias propicias para ser activados.
Claro que a algunos les basta un pequeño estímulo, por ejemplo, un gol del equipo contrario, y otros necesitan verse realmente en peligro de muerte, propia o de los suyos. Esta diferencia en el umbral de estimulación tiene claramente que ver con el grado en que las personas han podido establecer su nivel de autovaloración, ya que ése es, en principio, el principal argumento contra la tentación de "jugarse la vida por cualquier cosa".
"Mi vida vale", es condición necesaria –aunque no suficiente– para "tu vida vale". Ambas fórmulas, unidas, suelen poner un dique bastante sólido a las irrupciones de los comportamientos bárbaros. Y si falla, como en toda la historia humana, deberá anteponerse la LEY.