Como un matrimonio que se separa sin tirarse ceniceros, se dividieron casi todo: la pelota (empate técnico en posesión), los off-sides (uno para cada lado), los córner (dos por bando) y hasta la ausencia de goles. Y entonces, ganó Estudiantes.
La última película de la saga de tres partidos le dejaba margen a Gimnasia para robarle el papel protagónico a Estudiantes, el ganador del pase a octavos de la Sudamericana. Aunque sea para paladear el sabor de una revancha en cuotas, en un estadio donde el Lobo nunca ganó el clásico. Otra vez, misión imposible. Como un capricho del destino, el club que en sí mismo podría ser una regla de la Ley de Murphy volvió a no ganar.
No pudo porque en la segunda parte no tuvo resto ni argumentos para sostener lo bueno que había hecho en un tramo del primer tiempo. Y porque Vegetti se volcó a los costados para arrancar como un tanque y terminar cada jugada como un auto chico a gas. Tres veces aceleró y gambeteó rivales; dos por izquierda y la última por derecha. Todas sinfonías inconclusas; Vegetti jamás logró sacar el centro. Y sin centro no hay paraíso.
Tampoco si el arquero rival acierta cuando tiene que intervenir. En los cinco minutos exclusivos de Gimnasia (casi sobre el final de la primera parte), Silva le tapó un cabezazo a Alvaro Fernández. El otro Fernández, Ignacio, también pudo marcar, pero su remate se fue por encima del travesaño. La igualdad que se traduce en números, pero no en lo intangible. Ayer Estudiantes ganó porque a dos minutos del cierre del partido, cuando un gol puede quedar impregnado para siempre en la memoria y colarse como burla, aunque sea una vez en la historia, Gimnasia desaprovechó un tiro libre al borde del área. Sería todo.
El equipo de Pellegrino ya apunta a la Copa, a pesar de que el campeonato todavía no alcanzó la mitad del recorrido. No perdió con Gimnasia, entonces la conciencia está limpia para abocarse a una competencia en detrimento de la otra, en la que ya eliminó a su archirrival.
Después de un tiempo sin control del juego, Estudiantes asumió el rol de manejar los tiempos y la pelota. Sin descuidarse atrás, buscó golpear arriba, ya con el ingreso de Vera por Carlos Auzqui.
Cuando advirtió que nada iba a cambiar, que los tobillos de todos ya estaban pelados y que la gente, su gente, festejaba el empate, Estudiantes le puso llave al candado. Adentro tenía guardado su propio triunfo.