La foto es un documento. Marcelo Bielsa está detrás de un escritorio, plena conferencia de prensa. Buzo azul reglamentario del Olympique de Marsella, lentes de marco negro, cartel de fondo con auspiciantes. Una postal. El técnico tiene la mirada baja, la típica pose que usa cuando habla para los periodistas. La foto es del jueves, el día que Bielsa rompió el protocolo y acusó: “El balance de este mercado de las transferencias es negativo. Creo que el presidente me hizo promesas que sabía que eran insostenibles. Ningún jugador llegó por mi decisión. Propuse doce opciones y ninguna se plasmó”. A un costado, en un discreto segundo plano, aparece la jefa de prensa del club. Con la mano izquierda se agarra la cabeza, mira al suelo, no entiende. Y piensa, no lo dice pero piensa: “Cet homme est fou”.
Este hombre está loco, por supuesto. Llegó hace dos meses al equipo más popular de Francia, dirigió apenas cuatro partidos oficiales y ya atendió al presidente Vincent Labrune. La mecha de Bielsa se encendió cuando cerró el libro de pases y recién ahí se enteró de que habían vendido a Lucas Mendes sin su consentimiento y contratado a Doria, otro defensor brasileño, contra su voluntad. Incómodo, fastidiado porque el presidente rompió una pieza clave del proyecto, aprovechó los micrófonos: “La realidad es diferente a lo que se había planeado. Asumiré el reto con alegría y optimismo, pero la forma en que trabaja el club me decepciona”. Estas frases, esa conferencia, ese gesto de la jefa de prensa, todo es parte de la Revolución Bielsa.
Un obsesivo. Contratar a Marcelo Bielsa como entrenador es mucho más que traer a un tipo para que se haga cargo de un plantel. Ocurrió en Chile, en Bilbao y ahora en Marsella. El Loco llega y cambia el paradigma. Y no sólo se trata de cuestiones futbolísticas. El estilo Bielsa abarca todo: los entrenamientos, el vínculo con los jugadores, la obsesión por los mínimos detalles, las eternas conferencias de prensa, los conceptos explicados con paciencia pedagógica. Cuando llegó al Olympique, por ejemplo, fue presentado como el gran refuerzo de la temporada. Desde entonces, la página web oficial del club recibe a los visitantes con una foto de Bielsa en la portada. La estrella, ahora, es el técnico. Y los hinchas lo adoran. Después de cada gol se repite la ceremonia de comunión: no ovacionan al autor, prefieren repetir “Bielsa, Bielsa, Bielsa...”. En YouTube hay videos que los muestran.
El rosarino dejó en claro que lo suyo iba en serio no bien se hizo cargo del plantel. Armó un trabajo de pretemporada con ejercicios atípicos, más cercanos a un entrenamiento militar que al de un equipo de fútbol. En medio de un paisaje boscoso, los jugadores debieron superar pruebas físicas con obstáculos: subir por una soga, desplazarse a través de barras paralelas, hacer equilibrio sobre troncos y trotar por caminos sinuosos.
Terminaron agotados, pero dio resultado: de los cinco amistosos que jugaron antes de que arrancara el torneo, ganaron cuatro y empataron uno.
Amistoso o no, Bielsa mira cada partido que juega el Olympique más de diez veces. Y para transmitirles a sus jugadores ese análisis minucioso, se apoya en la tecnología. El técnico le entrega un DVD a cada uno con sus propias jugadas y la estadística que refleja a qué compañeros les pasaron la pelota durante los noventa minutos. Para poder satisfacer esta obsesión, el club tuvo que comprar un sistema de video que cuesta más de 20 mil euros.
Y en los entrenamientos la obsesión pasa por la repetición. Bielsa le llegó a pedir a Benjamin Mendy y a Brice Dja Djédjé que insistieran treinta veces con un centro al área y les pidió a dos delanteros que durante una hora ensayaran pases entre ellos antes de patear al arco.
Con Bielsa como entrenador, el Olympique disputó cuatro partidos oficiales, de los cuales ganó dos, empató uno y perdió otro. Ayer cayó por 2-0 en un amistoso contra Arles Avignon, un equipo de la segunda categoría de Francia. Pero los números acá no cuentan. Al Loco hay que interpretarlo por lo que genera. Sí allí adonde llega se habla de revolución, es porque algún mérito debe tener. Si no, que los jugadores hablen de su obsesión, los periodistas de su dialéctica y los presidentes de su conducta.