Un hombre observa un partido de tenis mientras cae la tarde en Auckland. Usa gorra azul, camisa clara y bermudas grises. Sus movimientos son mínimos. Se camufla entre los cientos de personas que están a su alrededor en el torneo neocelandés. Posee un aparato en sus manos, probablemente un teléfono celular. Está pendiente de él. Como si no pudiera desconectarse. Ese fue el motivo por el cual lo echaron del estadio, acusándolo de apostador ilegal o, al menos, de ser partícipe de una red mafiosa. La Unidad Integral del Tenis (TIU, en inglés) inició una investigación sobre el episodio, ocurrido en 2012, que finalmente quedó en la nada porque no existieron pruebas suficientes para incriminar al hombre.
Esa situación, detallada por el diario The New Zealand Herald, ocurre en casi todos los courts del planeta. Profesionales del engaño integran un circuito organizado que mueve millones de dólares.
El tenis es la segunda disciplina, detrás de fútbol, en el que se realizan más apuestas ilegales, según el documento ESSA 2013 Integrity Report, elaborado por la Asociación Europea de Seguridad Deportiva (ESSA, en inglés), encargada de regular el tema en conjunto con las casas de apuestas y los organismos deportivos internacionales. El tenis toma el 40% del mercado, y junto al fútbol (48%) dominan el 88% del planeta deportivo.
El nuevo desafío de un organizador de un torneo no es sólo preocuparse porque los jugadores se sientan cómodos y que el público disfrute. “Tenemos gente que está pendiente de lo que sucede en las tribunas, de los personajes sospechosos y de los que usan el celular constantemente”, le cuenta a PERFIL un integrante de la organización del Abierto de Buenos Aires.
La ATP envía a los organizadores de cada certamen un perfil de sospechosos, con fotos incluidas, y advierte cómo descubrir a los apostadores. En general, los tramposos suelen utilizar permanentemente el celular en las tribunas, desde donde envían información hacia otro punto del planeta. O bien, apuestan ellos mismos.
La clave del éxito en las apuestas es la diferencia de tiempo entre el delay televisivo o por internet (vía streaming) y lo que sucede dentro de la cancha. Esa demora en imágenes o en resultados (live score) puede llegar hasta los quince segundos, ventaja más que suficiente a favor del apostador.
El desarrollo de las apuestas en el tenis permitió que no sólo se “juegue” por el partido. Ahora, cualquiera puede apostar por el set, por el sacador, por el game y hasta por el punto.
El negocio de las apuestas ilegales creció un 40% en los últimos 14 años: de 100 millones de dólares en 1998 pasó a 140 millones en 2012, según cifras del FBI. El dinero que mueve por año este mercado es superior al PBI de 140 países, y un tercio de ese número se genera en Asia, más precisamente en Singapur, Bahrein, Indonesia y Malasia.
Como se sabe, no existe una garantía de control de todo lo que circula por la web. En las tribunas de los estadios, las claves para el acceso de internet están cifradas y sólo los autorizados pueden acceder a la red. “Las especificaciones que envía la ATP (a la organización de un torneo) son cada vez más precisas, pero estos personajes utilizan todo tipo de recursos para conseguir los accesos. Sabemos que el bloqueo total al wi-fi es imposible”, reconoce la fuente.
La desconfianza a la red inalámbrica es tal que el juez de silla envía el tanteador del encuentro a la central a través de un sistema cableado. “Si el árbitro pasara los resultados por una red wi-fi ya no sería necesario que el apostador estuviera en la tribuna, alcanzaría con que estuviera en el estadio o en el complejo deportivo”, explica Marcelo Tomba, un experto en tecnología. Y, luego, agrega: “Hay aparatos que permiten tomar señales inalámbricas a más de 500 metros”.
Los especialistas cuentan que Wimbledon es un torneo ideal para las apuestas ilegales por dos razones evidentes. Primero, es un Grand Slam en el que hay mucho dinero en juego. Segundo (y decisivo), se disputa sobre una superficie (césped) poco habituada en el circuito, que les cuesta a muchos tenistas, y en donde puede haber resultados atípicos. En 2009, la casa de apuestas Betfair sonó la alarma en Londres sobre un choque de primera ronda, entre el austríaco Jürgen Melzer (33°) y el estadounidense Wayne Odesnik (122°), en el que se registraron apuestas inusualmente elevadas por un triunfo en tres sets a favor del europeo. Pero el detonante para que la casa de juegos sospechara de la situación y acuda al TIU fue una apuesta que llegaba hasta los 400 mil euros, una cifra insólita para un partido de primera ronda. Ah... ¿El resultado? Ganó Melzer por 6-1, 6-4 y 6-2.
Hasta aquí se habló de los grandes torneos o del circuito profesional. Pero las apuestas ilegales son muy frecuentes en certámenes de menor jerarquía. Los Challengers, por ejemplo, son ideales para ganar dinero de forma ilícita. Hay dos factores determinantes que propician la trampa. Primero, las exigencias en los controles son bastantes más bajas y eso facilita el “trabajo” de los apostadores. La seguridad, tanto informática como el personal en las tribunas, tiene un alcance menor que en un torneo ATP. Segundo, si bien puede considerarse que las casas de apuestas pueden pagar menos por un partido de un Challenger, hay que destacar que tenistas de primer nivel juegan en este tipo de certámenes. Los motivos pueden ser varios, desde volver al ruedo después de una lesión hasta recuperar un buen nivel tras un bajón anímico en la máxima competencia.
Los tenistas tampoco están al margen de este negocio. Entre 2002 y 2007, fueron considerados sospechosos 140 partidos, la mayoría de ellos “involucran a jugadores de bajo ranking” y fueron señalados por “el inusual patrón de apuestas” en internet, reveló el diario inglés The Times.
Los especialistas reconocen que es muy difícil luchar contra este negocio. Los controles insuficientes y el desarrollo tecnológico facilitan el éxito de estas redes mafiosas, que crecen partido a partido. Las apuestas ilegales en el tenis parecen estar instaladas y quieren cambiarle el color al deporte blanco.