En el tiempo prepandémico se alzaban las voces de los que advertían de los riesgos de la conversación digital. En verdad, la crítica y el miedo se centraba en el uso de las pantallas de los smartphones, fundamentalmente. Por supuesto que también en los videojuegos y en la apropiación que niños y jóvenes hacían de todas las pantallas.
Estas advertencias suelen basarse en generalizaciones, que son siempre falaces. Como ocurrió con la clasificación de Mark Prensky de los nativos digitales versus los inmigrantes digitales. Esa clasificación que tanto gustó a tanta gente, no estaba bien argumentada ni apoyada en estudios empíricos ni era replicable en otros contextos.
En un posteo en el famoso blog del catedrático Carlos Scolari, Hipermediaciones, de este año, comenté el último libro de Sherry Turkle, En defensa de la conversación: el poder de la conversación en la era digital. Ése es el título en español. En inglés, es Reclaiming conversation, lo que puede traducirse como Recuperando la conversación. En español se enfatiza el tono apologético, como si alguien estuviera atacando la conversación humana. En inglés se suaviza el sentido con la idea de algo perdido pero que podemos recuperar, si lo deseamos. Es claro que este libro es un texto prepandémico.
El costado mental de la cuarentena
Resulta imposible que Turkle hubiera imaginado en 2015 (año de la publicación en inglés) que, en 2020, el mundo entero sería asolado por un virus que todavía (junio de 2020) lo tiene en jaque. Y tampoco hubiera podido imaginar que el virus produjera una verdadera explosión de las conversaciones digitales.
En cuarentena, no podemos conversar cara a cara, ni reunirnos en grupos para dialogar, que es como la autora quiere recuperar la conversación.
Vino de pronto la pandemia y, con ella, ocuparon completamente la escena WhatsApp, Zoom, Skype (que andaba un poco abandonada), googlemeets, Jitsi, etc. Las personas utilizaron las videollamadas para conectarse con sus familiares, para charlar con los amigos, para el trabajo (que empezó a llamarse teletrabajo), para educar y educarse, para consultar con su médico, para seguir a sus artistas favoritos. La universidad hizo uso y abuso de los webinars y de las reuniones vía Zoom, plataforma que, con vulnerabilidades y todo, no dejó de expandirse. Ya se habla incluso de la “fatiga de Zoom.” (…)
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Para intentar definir este tipo de conversación, tenemos que partir necesariamente de lo que se entiende por conversación. Para eso, nos nutriremos del Análisis de la Conversación, de la Pragmática y de la Etnografía del Habla, disciplinas fascinantes de las que tomaremos conceptos básicos y los explicaremos sencillamente.
La conversación es una actividad esencialmente humana. Es la forma primaria en que existe el lenguaje y la forma prototípica de la interacción verbal. La palabra “conversación” proviene del latín: cum (con) y versare (dar vueltas).
Podríamos decir que cuando conversamos damos vuelta en torno a un tema (o varios) de modo de clarificarlo, de opinar sobre él, de pensarlo y de aprenderlo. Inmediatamente, surge la comparación con la palabra “diálogo”. Algunos estudiosos consideran que dialogar no es lo mismo que conversar. No pertenezco a ese grupo.
Pero veamos qué significa etimológicamente “diálogo”. Esta palabra viene del griego: dia (a través de), logos (palabra o pensamiento). Es decir que el diálogo permite que la palabra y el pensamiento (los griegos usaban “logos” para las dos ideas) pase a través de los que dialogan o conversan. Podríamos pensar asimismo que esa palabra-pensamiento da una vuelta con nosotros y de ahí salimos todos enriquecidos. La especie humana habla hace un millón de años (mínimo) pero escribe desde el 3300 antes de Cristo. Este tipo de comunicación humana es un proceso de interpretación de intenciones, en el que podemos distinguir un sentido literal (las palabras textuales) y un sentido conversacional (esas palabras insertadas en un contexto determinado: espacio, tiempo, tema, participantes, lo veremos enseguida). Conversar incluye multitud de actos de habla: saludar, preguntar, responder, interrumpir, exclamar… Así también, los analistas de la conversación describen los “turnos” de cada una.
Básicamente, podríamos señalar: el inicio (saludo), la continuación, las interrupciones o solapamientos, el cierre y la despedida (saludo). El estudioso inglés David Bohm, en su clásico libro Sobre el diálogo, entiende que en éste se desarrolla un movimiento de ida y vuelta de la información. Ese movimiento favorece la emergencia continua de un nuevo contexto común, en cuyo caso el diálogo puede servir no sólo para hacer comunes ciertas ideas o información ya conocida, sino también para hacer algo en común, o sea, crear conjuntamente algo nuevo.
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Veamos un ejemplo sencillo: si yo afirmo la idea A y mi interlocutor/a afirma la B, es posible que conversando e intercambiando ideas lleguemos a una idea C, superadora de nuestras posiciones personales y que nos enriquecerá a todos. Ahora, para Bohm y para nosotros, la comunicación sólo puede crear algo nuevo si las personas son capaces de escucharse sin prejuicios y sin tratar de imponerse nada. Cada participante debe comprometerse con la verdad y la coherencia, sin temor a renunciar a las viejas ideas e intenciones, y debe estar dispuesto a enfrentarse a algo diferente cuando la situación lo requiera. El autor es consciente de que ciertas preguntas pueden desencadenar sensaciones fugaces de miedo a las que llama “bloqueos”. Las personas nos mantenemos alejadas de lo que creemos que puede perturbarnos y, en lugar de escuchar lo que dice la otra persona, no hacemos más que defender nuestras propias ideas. Esto se debe a que solemos experimentar el menosprecio de nuestras creencias como un acto de violencia que despierta a su vez nuestra propia violencia. Sin embargo, el verdadero diálogo (o conversación) es un juego de ganar-ganar.
*Autora de Una defensa de la conversación virtual, editorial Indie Libros. (Fragmento).