OPINIóN
AISLAMIENTO SOCIAL PREVENTIVO Y OBLIGATORIO

El costado mental de la cuarentena

Existe un grupo de personas llamadas "esenciales" o "exceptuadas" para quienes los efectos psicológicos tampoco deberían ignorarse.

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Aislamiento | Pixabay

Desde la antigüedad, el ser humano debió aislarse frente a situaciones adversas provocadas por factores climáticos, fenómenos naturales y además por la propagación de enfermedades. Hoy, quién nos tiene confinados por un periodo indefinido es la pandemia del COVID 19. Este aislamiento social, preventivo y obligatorio con su mejor versión en distanciamiento, es conocido como “la cuarentena”, la forma más antigua de guardarse originada en Italia  en el siglo XIV. Se tomó como medida para controlar las epidemias de peste negra que azotaban a Europa y obligaba a los barcos y personas que provenían de Asia a esperar 40 días antes de entrar en las ciudades, tras comprobar que no estaban enfermos. 

¡Que la cuarentena, si!  ¡Que la cuarentena, no! En este contexto es indispensable por lo que no está en discusión, pero ya llevamos más del doble de aislamiento que nuestros hermanos de la edad media y estas restricciones de movimientos en las personas, desde el punto de vista psicológico provocan un significativo aumento del estrés y diversos cambios en el comportamiento de los individuos. Muchos son los motivos que disparan esta situación de tensión física y mental: la frustración de no poder disfrutar de las libertades personales, el aburrimiento de repetir un sinfín las mismas acciones, la pérdida del contacto social, el exceso de información con contenido fatalista, la incertidumbre en la duración del aislamiento y hasta posibles problemas económicos y perdidas laborales. Todo esto puede desencadenar y/o exacerbar diversas patologías psíquicas.

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Adicionalmente está nuestro autoanálisis, donde permanentemente nos juzgamos. Sentimos presión por no haber leído todos esos libros pendientes, por abandonar la carrera, por no adaptarnos a la metodología virtual o por haber dejado la rutina de ejercicios a los dos días de comenzarla y comer todo lo que está en la heladera. El no poder parar de pensar que hacemos o no hacemos ocupa nuestra mente, y tiene más que ver con no darle lugar a la angustia, no conectarse con las emociones y así anularnos como individuos. Hay que conectarse con la realidad y dejar de ver las fotos, videos y comentarios esplendidos o tremendistas en las redes sociales que en muchas ocasiones más que un entretenimiento, generan un eco de frustración y potencian nuestro malestar .No todos tienen el mismo contexto, no todos tienen las mismas oportunidades, y la fantasía de igualarnos en cuanto a cómo sentirse, que hacer y qué no y en qué medida, es por lo menos, perverso. Ser productivos es también parar a pensar qué me está pasando y qué puedo hacer con ello. Este hecho inédito y disruptivo de nuestra cotidianidad nos da el espacio para encontrarnos cara a cara con nosotros mismos, ponernos frente a frente con nuestros miedos y también ser la oportunidad para sanarlos.

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Existe un grupo de personas llamadas “esenciales” o “exceptuadas dentro de la pandemia, para quienes los efectos psicológicos tampoco deberían ignorarse en tanto tales circunstancias también generan condiciones de estrés desfavorables, capaces de afectar no solo sus niveles de rendimiento y productividad laboral, sino también los niveles de energía disponible para otras áreas de funcionamiento vital de la vida de las personas.

Este grupo, es el que debió mantenerse en actividad desde los inicios del aislamiento social, preventivo y obligatorio, a sabiendas de que, a pesar de adoptar las medidas de higiene y seguridad recomendadas, se encontraban potencialmente expuestos a contraer una enfermedad de evolución incierta.

A medida que transcurrió la pandemia, este grupo no solo debió cargar con la preocupación por su propia salud sino, además, con el temor de llegar a transmitir el virus a su entorno, y esto hace que los individuos sientan una tensión difícil de tolerar a largo plazo.

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Pero la situación ha empeorado desde que los trabajadores “esenciales” o “exceptuados” comenzaron a tomar conocimiento, por ejemplo, de la aparición de casos dentro su propio lugar de trabajo y o entorno comunitario, y es así como aquella posibilidad de enfermarse y de ser posible transmisor resultan cada vez más cercanas, aumentando proporcionalmente los niveles de preocupación, temor, angustia y ansiedad.

Existe una serie de efectos psíquicos tales como los comportamientos de hipervigilancia, malestar anímico,  cambios de conductas, dolencias súbitas e intensas, trastornos del sueño y  dificultades para la concentración que resultan reactivos al hecho de estar expuestos y encontrarse en contacto directo con una experiencia traumática. Estos síntomas se pueden despertar dentro de los 3 meses de exposición, ocasionando el desarrollo de una patología psíquica aguda que resulta la emergencia de un trastorno de adaptación a la situación. Entonces, no nos olvidemos de éste grupo de personas esenciales, y continuemos alentándolos con aplausos  cada día a las 9 de la noche.