La pandemia de coronavirus, su impacto en la comunidad y en particular en la salud de la población, requieren medidas integrales e integradas.
Priorizar, en este contexto, la salud por sobre otras variables de análisis, es un deber ético que ha logrado el consenso general de los distintos sectores. De todos modos, a la hora de definir los alcances de dicha priorización, las medidas sanitarias se han focalizado de manera casi exclusiva, en reducir el incremento de contagios, siendo la curva de casos, la única visibilizada.
Es fundamental ampliar la mirada y comprender el impacto de la pandemia en la salud psicosocial de la población, y las consecuencias en su salud mental.Una reciente revisión sistemática del Lancet -El impacto psicológico de la cuarentena y cómo reducirlo: revisión rápida de la evidencia-(1), muestra resultados compatibles con efectos psicológicos negativos, el incremento de factores estresantes, la mayor probabilidad de efectos duraderos post cuarentena y la relación directa entre duración de cuarentena e impacto en la salud mental de la población.
En Argentina, a partir de datos oficiales, los casos registrados con COVID-19 permiten visualizar una curva que hasta el día de hoy se constituye y se mantiene aplanada. En cambio, según estadísticas de otros países, y lo que está sucediendo en estas semanas en nuestro país, la curva de problemas de salud mental es esperable que crezca sostenidamente.
Esta probable situación debe alentar la toma de medidas para incrementar el abordaje de estas problemáticas, teniendo en cuenta los impactos diferenciales que tiene en las dos situaciones:
Por un lado, se han diagramado y se están implementando recomendaciones y acciones en la prevención, rastreo y tratamiento de los casos COVID-19, pero no sucede de la misma manera en lo que respecta a la salud mental.
A su vez, se espera que al controlar los casos de personas contagiadas de coronavirus, la curva se aplane en primera instancia y luego comience a descender. En cambio, en lo que respecta a salud mental, y de acuerdo con lo que viene sucediendo en otros países, aún después del descenso del número de casos de personas con COVID-19, la curva de problemas psicosociales es esperable que continúe creciendo con el paso del tiempo, es decir, pueden continuar emergiendo las consecuencias del aislamiento y distanciamiento social.
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Por otro lado, en lo que respecta a los casos detectados, la mayoría de ellos requiere un tratamiento breve en cuanto al tiempo, 14 días de promedio, y de cuidados leves. Solo un pequeño porcentaje requiere hospitalización, y en menor proporción aún, tratamiento en unidades de terapia intensiva, como ha definido el ex Ministro de Salud de la Nación, Adolfo Rubinstein. En cambio, en cuanto a los problemas de salud mental detectados, su curso y su tratamiento son en su mayoría más prolongados, por lo tanto, requieren un sostenimiento mayor de las acciones de los sistemas de salud a lo largo del tiempo.
¿Qué acciones deben desarrollar entonces los sistemas de salud para abordar correctamente el incremento de los problemas de salud mental en estos tiempos?
Realicemos un análisis en base a tres grupos poblacionales: el primer grupo es el de la población general sin ninguno de los dos problemas: sin COVID-19 y sin padecimientos mentales producto de la pandemia. El segundo, población con COVID-19 o con algún problema de salud mental, no reconocidos, y por lo tanto, sin respuesta del sistema de salud. El tercer grupo, entre quienes tienen COVID-19 o bien tienen un problema de salud mental, y que estos han sido detectados y están con tratamiento.
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Ahora bien, ¿cuales son las acciones que se deberían realizar y cuales se están realizando para cada uno de los grupos?
Respecto al primer grupo, se están desarrollando acciones preventivas. En cuanto al COVID-19, se realizan recomendaciones respecto a las medidas de higiene y el aislamiento social preventivo y obligatorio. Son medidas claras y masivas. En cuanto a salud mental, se realizan, de manera dispar, recomendaciones de autocuidado para minimizar el impacto negativo del aislamiento.
En ambos casos, las acciones están dirigidas a mantener e incrementar el tamaño de este grupo evitando, por un lado, contagios y por el otro, padecimientos mentales.
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En cuanto al segundo grupo, personas con COVID-19 o problema de salud mental no reconocidos, las medidas están orientadas a disminuirlo, es decir, a aumentar la cantidad de detección de casos, pero de manera muy desigual. En lo que respecta al COVID-19, se implementan medidas de rastreo, como la socialización de las pautas de alarma, las aplicaciones móviles de autoevaluación, las mediciones de temperatura y los testeos. En salud mental, sin pretender trazar un paralelismo sobre dos situaciones que no son completamente asimilables, nos encontramos frente a un déficit de intervenciones para este grupo. Esto genera una importante brecha de accesibilidad, y que sin dudas aumentará considerablemente la ya existente brecha en salud mental, sino se planifican medidas para abordarla. No se trata de “rastrear psicopatologías en la población”, ni de patologizar o medicalizar padecimientos propios de la vida cotidiana hoy atravesada por la crisis, pero es necesario que los sistemas de salud generen acciones para acercarse a quienes padecen, pudiendo detectarlos para así poder ofrecer cuidados oportunos.
Y por último, en el tercer grupo, las personas que tienen el problema detectado, así como se garantiza el tratamiento de personas con COVID-19 es importante que también exista disponibilidad de tratamiento oportuno de los problemas de salud mental, sea de manera remota y por vías tecnológicas, como presencial, en los casos en los que fuera imprescindible por la problemática o por dificultades de acceso.
¿Están preparados los sistemas de salud para dar estas respuestas en salud mental, para los tres grupos poblacionales?
En Argentina, a partir de datos oficiales, los casos registrados con COVID-19 permiten visualizar una curva que hasta el día de hoy se constituye y se mantiene aplanada. En cambio, según estadísticas de otros países, y lo que está sucediendo en estas semanas en nuestro país, la curva de problemas de salud mental es esperable que crezca sostenidamente.
Las medidas de promoción de la salud y prevención primaria en salud mental, a través de recomendaciones, pueden y deben implementarse desde los ámbitos comunitarios de las redes de salud, con una fuerte participación del primer nivel de atención. Lo mismo sucede con la detección y el abordaje de la mayoría de los problemas de salud mental, que pueden resolverse en ese ámbito, de igual manera que el tratamiento de la mayoría de los casos de COVID-19. En salud mental, sólo un pequeño porcentaje requiere abordaje especializado en el segundo nivel de atención, intervenciones en la guardia de los hospitales, atención psiquiátrica, medicación e incluso internaciones breves.
Esto actualiza el debate respecto al rol del primer nivel de atención. Es necesario fortalecer a los equipos interdisciplinarios de salud territoriales, los cuales tienen mucho por hacer en este contexto.
Se trata del mismo problema de siempre, disminuir la brecha, aumentar la accesibilidad y mas aún, la cobertura efectiva y luego, la continuidad de los cuidados. Sólo así tendremos intervenciones integrales en salud en el marco de la pandemia.
No hay una sola curva. Visibilizar ambas, es comprender que no hay salud sin salud mental.
(1) LANCET: Lancet 2020; 395: 912–20 The psychological impact of quarantine and how to reduce it: rapid review of the evidence