DOMINGO
LIBRO

Convivencia forzada

La esencia contradictoria del Frente de Todos.

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En un diálogo previo a las PASO, los historiadores Roy Hora y Pablo Gerchunoff advierten el ida y vuelta permanente del Frente de Todos. | juan salatino

Roy Hora: Estamos a fines de marzo de 2021 y la gestión del nuevo presidente ha cumplido quince meses. Es poco tiempo para delinear el sentido de su paso por la historia, pero mucho y con mucha densidad como para pasar por alto sus rasgos distintivos. Es poco teniendo en cuenta algunas experiencias de la era democrática nacida en 1983: a los quince meses de iniciada la presidencia de Alfonsín, todavía se estaba desarrollando el Juicio a las Juntas y Juan Sourrouille acababa de mudarse al quinto piso de Hipólito Yrigoyen 250, la sede del Ministerio de Economía; a los quince meses de iniciada la presidencia de Carlos Menem, todavía no se había encontrado un rumbo macroeconómico y la palabra “convertibilidad” aún no había llegado a la tapa de los diarios; a los quince meses de iniciada la presidencia de Fernando de la Rúa, con Domingo Cavallo haciendo su ingreso al gobierno, nadie podía imaginar los sucesos de diciembre de 2001. Por otra parte, es cierto que, en un momento tan singular como el que hoy vivimos, estas comparaciones pueden parecer algo forzadas. Tras un año de pandemia, quince meses es mucho tiempo. Desde que Alberto Fernández juró como presidente de la República Argentina, el 10 de diciembre de 2019, hemos sido testigos de muchas novedades y de una cadena de sucesos que nos resultan contradictorios y confusos. Y esto nos obliga a decir algo sobre la historia del presente, aunque vos y yo sepamos bien que este ejercicio está condenado a naufragar en los arrecifes del error. Comienzo, entonces, preguntándote: ¿quién es Alberto Fernández? ¿Qué ves detrás de este nombre?

Pablo Gerchunoff: ¿Tengo que contestar esta pregunta? Efectivamente, podemos naufragar. Para tomar algún recaudo recordemos una vez más en este libro a José Luis Romero, advirtiendo una y otra vez, para admiración de Tulio Halperin Donghi, que la historia del presente requiere un esfuerzo mucho mayor de objetividad que la del pasado y obliga, por esa razón, a “multiplicar los controles”. No sé si soy capaz de ese esfuerzo, pero si me obligás, empezaría diciendo algo sobre la génesis de la actual presidencia. La historia de Alberto Fernández presidente, aunque entonces no lo supiéramos, comenzó a escribirse en la primavera de 1993. Él era superintendente de Seguros de Menem y estaba completamente alejado de lo que voy a contar. Menem quería la reelección y para eso necesitaba una reforma constitucional que negoció con Alfonsín. Menem entendió, con profunda sabiduría, que el peronismo no era la mitad más uno de la sociedad argentina, de modo que si en el proceso de negociación se veía obligado a ceder un sistema electoral de doble vuelta tenía que ser uno en que no se llegara nunca a esa segunda vuelta en la que el peronismo podía ser derrotado. Así nació lo que hoy está vigente: gana el candidato que obtiene el 45% de los sufragios o al menos el 40% con diez puntos porcentuales de diferencia. Durante veintiún años no hubo segunda vuelta, aunque sí es cierto que el peronismo fue derrotado una vez, en 1999. Pero el día llegó. En octubre de 2015, Daniel Scioli no obtuvo los votos necesarios en la primera vuelta y Macri fue presidente en la segunda vuelta. El reaseguro de Menem había fallado. Una parte del voto peronista, representado por Sergio Massa, había abandonado la casa paterna, una novedad que vale la pena mantener in mente.

RH: Claro. El costo de esa división debe haber quedado grabado a fuego en el cerebro de Cristina, que entonces dejaba la presidencia pero se mantenía como la dirigente política con mayor caudal de votos del peronismo y del país. El año 2013 y sobre todo el 2017 –la derrota frente a Esteban Bullrich en la provincia de Buenos Aires–, ya la habían aleccionado sobre los límites de su poder. Y en 2019, montada sobre el amplio disgusto provocado por la política económica de la segunda parte de la presidencia de Macri, convocó a los díscolos que la habían criticado y reconstruyó la unidad electoral del peronismo. Sabía que no podía hacerlo desde su propia candidatura. Sin Cristina no se podía, pero con Cristina no alcanzaba. Y no tuvo más remedio que ceder el centro del escenario, entregar esta valiosa prenda de paz. Con un simple tuit, el 18 de mayo de 2019, ungió a un dirigente de segundo rango como candidato sustituto. No podía ser un dirigente cualquiera. Debía ser alguien bien alejado de ella, alguien que la hubiera criticado abiertamente y que atrajera los votos que se habían perdido y, quizás, otros que nunca había tenido, sobre todo entre las clases medias, pero que el enojo y la frustración con Macri podían acercar. El feliz, y sorprendido, beneficiario de esta cesión fue Alberto Fernández, el despechado primer jefe de Gabinete de Néstor Kirchner, que accedería a la presidencia acompañado por Cristina en la vicepresidencia y por Sergio Massa, el apóstata de 2013 y 2015, y en su momento crítico furioso de la corrupción kirchnerista, como presidente de la Cámara de Diputados. Ciertamente, una ingeniería política de alto nivel, que revela la sangre fría de los tres conjurados. Pero que, a la vez, reflejaba las dificultades de fondo que atravesaba y atraviesa el peronismo. Su unidad es precaria; su ascendiente electoral, limitado. La presidencia de Alberto Fernández lleva esa marca de origen. Su manera de gobernar también.

PG: Estamos llegando a un punto central, entonces. Alberto Fernández tiene los atributos del mando y las herramientas institucionales para gobernar, pero es un presidente débil, que ha llegado adonde llegó por la decisión de una jefa política de la cual, aparentemente, no puede, no sabe o no quiere prescindir, o con la cual convive por conveniencia. Ese es un segundo aspecto que quería dejar indicado. Hemos conversado hace un tiempo de los presidentes débiles, de aquellos que fueron elegidos por líderes indiscutidos: Juárez Celman, Luis Sáenz Peña, Marcelo T. de Alvear, Roberto Ortiz, Héctor Cámpora. Detrás de ellos estuvo la sombra gigante y omnipresente de Roca, Mitre, Yrigoyen, Justo y Perón. Algunos fueron mansos, otros fueron díscolos; algunos cargaron su cruz con astucia, otros torpemente; algunos duraron, otros no. Lo que importa subrayar aquí es que Alberto Fernández no es un bicho raro en la historia argentina. Tiene compañía, una compañía muy difícil de clasificar por la “entomología política”, por ponerle un nombre. Cada caso es un caso.

RH: Tiene un espejo en el cual mirarse. Pero no sé si Alberto se reconoce por entero en esas imágenes del pasado. Hay una rareza que vale la pena subrayar. Porque Alberto Fernández no solo es un presidente débil, sino un presidente débil ungido por una líder política minoritaria. Nombres como Yrigoyen o Perón proyectaban una sombra que cubría gran parte del escenario político. Eran restricciones legales, más que el veredicto de las urnas, lo que les impedía ser presidentes y lo que los obligó a buscar un colaborador. Pero su ascendiente sobre sus criaturas era enorme. ¿Qué podía ser Alvear al lado de Yrigoyen, o Cámpora al lado de Perón? Cristina está en otra posición. Es la líder política y afectiva de una minoría importante, pero que no por ello deja de ser una minoría. Es, sobre todo, la guía y protectora de los pobres del Conurbano. Nada más y nada menos. Pero en nuestro país eso no construye una mayoría. Su caudal electoral en ese distrito no es muy distinto al de la Cristina que ya fue derrotada en 2017. De allí la necesidad de convocar a una figura externa a su círculo, capaz de atraer a otros públicos. Para ser justos con Alberto, digamos que es muy difícil gobernar en esas condiciones, agravadas por los efectos de la pandemia, y que necesitamos tiempo y reflexión para dictaminar si está haciendo un buen uso de su módica, condicionada, cuota de poder. Hasta ahora, mi balance es negativo. Su manera de ejercer la presidencia y la arquitectura que le dio a su gobierno no me satisfacen, pero me preocupa todavía más cuán poca energía ha puesto en la tarea de encender los motores de crecimiento de nuestra economía. Pero tal vez le estoy reclamando demasiado a un hombre cuyo destino no era ser presidente, y no tengo suficientemente en cuenta que se contenta con poco.

PG: Decís que tu balance provisorio es negativo y yo comparto tu juicio, pero quizás no debamos cargar las tintas exclusivamente sobre el Presidente, quizás el rompecabezas del Gobierno sea imposible de armar.

RH: Puede ser. No quisiera subestimar cuán condicionado se encuentra. Desde el primer día, Fernández parece guiado por dos grandes objetivos: no perder a las franjas de la sociedad recuperadas, al menos por ahora, para el voto peronista, y mantener unida a su coalición. La brújula de Cristina tiene otro norte. Ella trabaja para consolidar la fidelidad de su base y, en la medida de lo posible, para ampliarla en beneficio propio y de La Cámpora, que constituye la organización política más importante de la Argentina actual. La Cámpora y sus extensiones forman una organización que no tiene el entusiasmo de antaño, pero sí un proyecto de poder que trabaja de manera incansable en las entrañas justicialistas. Eso significa que en el seno del Gobierno coexisten dos figuras políticas de distinta ambición y envergadura pero, también, y más importante, dos discursos distintos y dos estrategias políticas y económicas con zonas de conflicto y zonas de acuerdo. Se necesitan mutuamente, pero no parten del mismo punto ni avanzan en la misma dirección.

PG: El vector que resulta de esas fuerzas es la ambigüedad, la falta de nitidez. Desde el Perón de 1945 hasta la Cristina de 2015, las cosas nunca fueron así en el peronismo. El tema judicial ilustra esta dinámica, pero no es el único campo donde se observan choques y abrazos. De hecho, no necesitamos ingresar en este territorio enlodado para constatar esta peculiar dinámica. Las cambiantes figuras geométricas que se forman en el caleidoscopio de esta nueva encarnación del peronismo abarcan la economía, la política sanitaria, la política social, la política internacional. Lo abarcan todo. Pedirle un rumbo claro a un gobierno de estas características, como muchas veces le reclamamos, es pedir lo imposible. La contradicción está en su naturaleza y, paradójicamente, garantiza su supervivencia. El vector que resulta de las fuerzas que constituyen el Frente de Todos no puede ser otro que el ida y vuelta: un día a favor de los equilibrios macroeconómicos, otro día desdeñándolos; un día a favor de los sectores exportadores, al otro día condenándolos porque afectan al mercado interno; un día negociando con el FMI, al otro día responsabilizándolo de los males argentinos; un día estatizando empresas, al otro volviendo atrás de esa iniciativa. Cristina ha dicho en un ya famoso discurso que la Argentina es el país en que mueren las teorías económicas. Alberto trata de mantenerlas vivas, pero evitando que sus palabras contradigan a Cristina, al menos evitando que la contradigan por mucho tiempo. Cada día asombra, pero el conjunto no asombra. Tiene explicación, su razón de ser. Ciertamente, si esto es una experiencia peronista, es una experiencia peronista muy particular, alejada de sus formas tradicionales de verticalismo, acercándose sorprendentemente a una horizontalidad que trata de mantener en secreto pero que le otorga rasgos que encontramos con más naturalidad en la historia de la UCR. Los peronistas –dirigentes territoriales, sindicalistas, intendentes, gobernadores– viven esa experiencia absortos. Quizás sea un aprendizaje. Pero eso no es un tema que deba sorprendernos. Todas las experiencias peronistas han sido particulares. Hasta ahora eso ha formado parte de su vitalidad. Hasta ahora. No sabemos cómo seguirá la historia.

RH: No hemos mencionado sino al pasar la pandemia. Si esta charla hubiera tenido lugar hace seis o diez meses, la conversación habría estado dominada por el covid-19. Durante todo un año, la pandemia dominó por entero nuestras vidas y alteró nuestras rutinas. Ahora que estamos sosteniendo esta última conversación, la amenaza sanitaria sigue latente, no ha desaparecido de nuestras preocupaciones cotidianas. Pero nos vamos acostumbrando a convivir con ella y los optimistas confiamos en que se ve luz al final del túnel. En comparación con otras grandes epidemias del pasado, la primera de la era global dio lugar a una crisis profunda y dramática pero breve, al menos para los tiempos de la historia. La ciencia confía en que se trata de un desafío manejable. En pocos meses, los investigadores identificaron el agente patógeno que causa la enfermedad, aprendieron a prevenirlo y tratarlo y, de a poco, la vacunación masiva nos está devolviendo algo de calma. La Argentina no será recordada como un ejemplo de eficiencia en el tratamiento de la pandemia pero, aun así y como en casi todas partes, el tributo de sangre no es tan grande como a veces imaginan los que tienen la vista fija en el día a día. En nuestro país mueren dos veces más personas por año solo a causa de enfermedades cardiovasculares (unas 100 mil) que las que el coronavirus se llevó en todo 2020. ¿La crisis que provocó el covid-19 es un paréntesis en la historia, quizás solo un acelerador de tendencias que ya estaban actuando desde antes? Sería muy simplista verlo de este modo, y todavía hay capítulos y costados de esta cruel saga que no logramos entender o que nos resultan desconocidos. Pero a los fines de esta conversación tal vez nos convenga pasar muy rápido por lo que produjo la epidemia, que solo podrá verse con mayor claridad cuando tengamos una perspectiva temporal más amplia.

PG: Por supuesto, estos quince meses no han pasado en vano. No regresamos al mismo punto de partida. No es un paréntesis. El coronavirus y la dura y temprana cuarentena con que el Gobierno respondió a la amenaza sanitaria trajeron angustia y sufrimiento e incorporaron cierta naturalidad a una agenda que, en casi todo el mundo, estaba reservada a pequeñas elites sofisticadas: el ambientalismo, la salud como bien público a escala mundial, las demandas igualitaristas por su distribución. Por un tiempo, y quizás vuelva a hacerlo mientras este libro se imprime, Alberto Fernández se sumergió en un discurso universalista, a la manera del Perón del 73, pero con otra temática. Por lo demás, el costo económico y emocional de la cuarentena fue muy alto, pero lo que subrayo es que su costo residual puede ser altísimo en términos de capital destruido y en términos sociales. Quiero decir que si bien la ciencia está dando respuestas asombrosas, quizás estemos frente a una tragedia que necesite otras respuestas económicas y políticas igualmente asombrosas y que todavía no están a la vista, ni en la Argentina ni en el mundo en general. Poniendo el foco en nuestro país, la tragedia y la complejidad de las políticas para hacerle frente se hicieron presentes muy rápido. Las dificultades que encontró el Gobierno en la emergencia sanitaria pusieron de relieve las debilidades de nuestro Estado –falto de moneda y de crédito, y de un robusto sistema sanitario– y, en muchas partes, sacaron a la luz viejos autoritarismos. Más allá del balance de lo que pasó en estos meses, es claro que la pandemia profundizó muchos de los problemas que el país ya enfrentaba antes de que nos enteráramos de la existencia de una ciudad llamada Wuhan. En el primer año del gobierno de Alberto Fernández, la economía argentina estuvo entre las que más se contrajeron, acumulando tres años de recesión con alta inflación, que se suman a un largo estancamiento. Y como la pandemia golpeó con mayor fuerza al sector informal, del que dependen los más débiles, esto trajo más desempleo y pobreza. Alberto Fernández había llegado al poder con el mandato de poner en marcha la economía y traer más bienestar. Es difícil, casi imposible, que pueda dar una respuesta satisfactoria a esa promesa.

RH: Ha tenido mala suerte Alberto Fernández, entonces.

PG: Mala suerte… no sé si se puede decir tan nítidamente. Una cosa es cierta. Cuando asumió, el 10 de diciembre de 2019, tenía un sendero económico bastante ancho por el cual transitar. Gracias al ajuste de Macri y a su propia contribución –“ les vamos a pagar a los jubilados con las Leliqs”, una intervención tan parecida al “dólar requetealto” de Guido Di Tella durante la campaña electoral de Carlos Menem–, la economía argentina tenía una moneda competitiva, un escenario fiscal cercano al equilibrio y el cepo ya instalado por el gobierno anterior. Solo faltaba reestructurar la deuda pública, lo que se iba a hacer bajo el comando del ministro Martín Guzmán, y llegar a un acuerdo con el FMI, más difícil para el gobierno que se inauguraba que para el que salía. Tomando todo esto en cuenta, Alberto Fernández tuvo mala suerte con la pandemia porque le desequilibró la economía y lo condenó a administrar una recesión inesperada. No recuerdo un proceso económico tan oscuro y a la vez tan largo en la historia argentina, y hemos tenido varios. Sin embargo, en marzo de 2020 un analista político muy inteligente dijo que la pandemia fue la oportunidad para instalar a Alberto Fernández en la presidencia con una agenda propia: el gobierno de los científicos, la épica del combate contra lo invisible. Y ello dejaba en un segundo plano a Cristina, que no tenía nada que decir sobre todas estas novedades. Dos miradas, una económica, otra política. Una enfatizaba la mala suerte; la otra, la buena suerte y la supuesta creciente autonomía de Alberto Fernández.

Curiosidad tras curiosidad en un gobierno genéticamente curioso.

RH: Es cierto. Por un momento, la pandemia pareció disponer el escenario para que el Presidente ensayara un programa original y propio. Para cambiar la agenda, para acumular poder, para convocar a una cruzada que reuniera a todo el arco político bajo su liderazgo, y que lo tuviera como piloto de tormentas. Ese proyecto ya se marchitó. El “gobierno de los científicos” se diluyó rápido. La lucha contra la pandemia y la larga cuarentena fatigaron a la sociedad y consumieron los recursos del Gobierno. A esto se sumó la debilidad del Banco Central. En una situación como la que le toca enfrentar a Fernández, un Banco Central sin reservas es una sombra ominosa, una fuente de grandes peligros. Sobre ese fondo de malestar y dificultades, volvió a emerger la protesta popular, en particular la de las clases medias, para confirmar que la sociedad sigue dividida y cada vez más estabilizada, en términos políticos, en dos grandes conglomerados. Antes hablábamos de que tenemos un gobierno de coalición; ahora agreguemos que tenemos una oposición cortada por esa misma tijera, y que también se ha mostrado capaz de preservar su unidad y con ello parte considerable de su gravitación política. En ese contexto, a veces parece que lo único importante para Alberto Fernández es ganar tiempo. A veces, ganar tiempo es muy valioso. En especial cuando la principal aspiración parece consistir en terminar el mandato.

PG: Y demorar decisiones conflictivas es también importante para disimular las fisuras de su coalición. No tomar decisiones es también una decisión política, y a veces es la decisión inteligente. Y demora tras demora, otras cosas más favorables ocurrieron después que le permiten a Alberto Fernández atravesar el campo minado del corto plazo, aunque con el vacío de una visión coherente sobre la estabilidad y el crecimiento, según yo lo veo. Las sorpresas de la historia son especialmente ricas cuando ponemos la lupa en las vicisitudes del corto plazo. Muchos economistas daban por sentado durante la primavera de 2020 que todo iba a terminar en un Rodrigazo. Y bien, no fue así. Mientras estamos conversando, la soja vale más de 500 dólares por tonelada, un precio “kirchnerista”, es casi seguro que el FMI se va a capitalizar y a nuestro país le va a tocar su cuotaparte, el ministro Guzmán tiene amigos en el gobierno de Biden y en la nueva conducción del FMI. No quiero exagerar el valor de la amistad en la política y en la política internacional, pero algún valor tiene. Este cuadro de situación era impensado hasta hace poco. No voy a cometer el error de apostar por la continuidad de estos vientos favorables, pero tampoco apostaría por su rápida reversión en este año electoral. Y la combinación de soja cara y vacuna, aunque aún avanza lento, es un buen nutriente político para el Gobierno. Todavía está por verse si Guzmán puede tener un lugar central en esta historia. Por el momento es una buena combinación de paciencia y sensatez, un buen zurcidor, pero no alguien que trace una hoja de ruta para la economía argentina y logre convencer con ella a todos los integrantes de la coalición.

RH: Cuando la pandemia llegó a nuestras playas el futuro del mundo se veía muy negro: contracción del comercio internacional, proteccionismo redoblado, imperio del Estado de excepción y ascenso del Estado autoritario. Hoy esos pronósticos ya no resultan muy convincentes. Por fortuna, el paso del tiempo los ha desmentido y nos presenta un panorama más amable. La economía asiática retoma su crecimiento y le vuelve a tender una mano a países como la Argentina. Otro tanto sucede en el mundo financiero internacional, que ofrece tasas de interés bajas y dólares en abundancia. También dentro de nuestras fronteras podemos registrar algunas señales positivas. La actividad económica está remontando desde el fondo del pozo y la sangría de los depósitos en dólares se ha detenido; la inflación se mantiene alta, pero no se ha desbocado. Subrayo esto para marcar que, pese a todo, Alberto Fernández tiene cierto margen de maniobra, que bien utilizado quizás le permita darle un sentido original a su presidencia, un sentido que hasta ahora no fue posible entrever. Pero ello depende, en alguna medida, de su visión de la Argentina, de su diagnóstico de cuáles son los grandes problemas nacionales, y de lo que cree que es políticamente posible hacer para remediarlos. Por momentos, el Presidente parece más nostálgico del pasado que dispuesto a imaginar un futuro distinto al de los años de la bonanza kirchnerista, que, como hoy bien sabemos, no ofrecían un camino despejado sino un callejón sin salida.

PG: Me parece acertado el término “nostálgico” aplicado al Presidente, ¿pero nostálgico de qué pasado? Él creyó en un principio que podía reeditar el desempeño económico de Néstor Kirchner entre 2003 y 2007, recuperación productiva y solvencia macroeconómica. Sin embargo, Néstor parece hoy más un prócer en un retrato y en los nombres de calles y teatros que el nombre de una experiencia colectiva que conmueva. Lo que conmueve a las bases kirchneristas es el recuerdo nostálgico –nostálgico porque es irrecuperable– de Cristina en su cenit. Me refiero al período que transcurrió entre fines de 2009 y fines de 2011 y que culminó con el 54% de los votos: Asignación Universal por Hijo, expansión de la cobertura previsional, salarios en dólares que crecían más del 50%, consumo per cápita un 70% más alto que en 1998, el mejor año de Menem, combinado con el matrimonio igualitario y la viudez estoica. Para millones de argentinos, todo esto se mantiene como una coyuntura feliz e inolvidable. Me atrevería a decir que 2009-2011 toleraría una comparación con 1946-1948 (aunque seguramente caería derrotada). Para infortunio de Alberto Fernández, la línea histórica es Perón-Cristina, no Perón-Néstor, y eso, a la par que le pone muchas piedras en el camino, le dificulta encontrar lo que recién has llamado “un sentido original para su presidencia”.

RH: Sí. La evocación de los años de Néstor por parte de Alberto, tanto cuando era candidato como ahora que es presidente, cumple la función de acotar la centralidad del “momento Cristina”, de ese segundo kirchnerismo que el paso del tiempo cada vez separa más del primero y recorta con rasgos más brillantes y más nítidos. Doble desafío entonces para Fernández: ya no solo encontrar un camino propio, sino hacerlo tomando distancia de esa experiencia que muchos corazones populares atesoran como la más valiosa que han conocido en toda su vida. A la luz de este argumento, creo entender por qué no mostrás mucho entusiasmo con lo que viene ocurriendo. Pero igual te hago una pregunta final: a lo largo de La moneda en el aire dijimos varias veces que el principal obstáculo –no el único, el principal– para que la Argentina encuentre el camino que le permita estabilizarse y volver a crecer es político. Un bloqueo político. ¿Lo ve de este modo Alberto Fernández? Y si es así, ¿descartás que pese a todo lo que dijimos pueda encontrar la claridad de ideas, la vocación, la suerte y los recursos necesarios para intentar sacar al país de su laberinto, para ofrecerles un futuro mejor a sus mayorías?

PG: La solución siempre es política, lo hemos reiterado en estas páginas. Le ha tocado esta vez a Alberto Fernández enfrentarse a la tarea de Sísifo, una tortura argentina. Siempre pienso que las respuestas escépticas a tus preguntas llevan las de ganar, pero eso es porque el pasado de medio siglo plagado de frustraciones manda sobre un futuro que es pura especulación. Vamos a ver qué ocurre esta vez, vamos a ver si algo inesperado desmiente nuestro propio escepticismo, en el que hemos coincidido. Como siempre, el paso del tiempo nos dará perspectiva. Pero el libro termina aquí, en el tránsito hacia un destino que desconocemos.

 

☛ Título La moneda en el aire

☛ Autores  Pablo Gerchunoff y Roy Hora

☛ Editorial Siglo XXI Editores
 

Datos sobre los autores 

Pablo Gerchunoff es historiador eeconómico. Profesor emérito de la Universidad Torcuato Di Tella; profesor honorario de la Facultad de Ciencias Económicas (UBA); profesor visitante en diversas universidades extranjeras. 

Roy Hora es historiador, investigador independiente del Conicet y profesor titular en la Universidad Nacional de Quilmes.