DOMINGO
Quin es y cmo piensa Carlos Zannini

El monje negro K

En El creador, el periodista Eduardo Zanini descubre el perfil del hombre fuerte del oficialismo. Cómo se ganó la confianza absoluta del matrimonio pingüino. El rol que asumió en la Casa Rosada tras la muerte de Néstor. Las decisiones que Cristina toma en cenas sólo reservadas para el candidato a vicepresidente de Scioli. La relación con los jóvenes de La Cámpora. Y por qué algunos lo señalan como el verdadero ideólogo del kirchnerismo.

Siempre en el poder. Cristina Kirchner le toma juramento a Carlos Zannini en diciembre de 2011 como secretario de Legal y Técnica. Con Scioli forma la nueva dupla oficialista, que promete ser la conti
| Prensidencia de la Nación

Leonardo da Vinci dibujó los planos de la tecnología moderna varios siglos antes de su diseño definitivo. El norteamericano
Thomas Edison experimentó cerca de tres mil veces antes de patentar la lámpara incandescente en 1879. Cristóbal Colón, el navegante genovés al servicio de España, tardó siete años en organizar su viaje a los confines del mundo.

Los tres, en diferentes disciplinas, imaginaron que una necesidad determinada es la madre de todos los descubrimientos.
Ubicado en otro lugar, en una geografía distante y destemplada de la Patagonia argentina, Carlos Zannini se disponía a convertirse en el inventor.

—El tipo es cien veces más que Néstor –resume su ex amigo Bernardino Zaffrani lo que piensa buena parte de la clase política de Santa Cruz. Muchos lo definen como un estratega. Alguien que piensa, diseña acciones y las pone en marcha.
—Es el tipo más capaz de todos los que rodeaban a Néstor, el más formado y el único que se comió la cana en serio –resume un ex legislador de
la oposición.
—Un excelente monje negro –es la definición que elige el ex intendente de Río Gallegos, Alfredo “Freddy” Martínez–. Aunque reconozco que es un estratega –agrega.
Para muchos otros es quien proveyó de ideología al modelo que desde Santa Cruz se trasladó al ámbito nacional. El responsable de vestir como progresistas y de peronistas de izquierda a un matrimonio que dejaba dudas sobre un camino marcado de contradicciones groseras.
—Es una persona muy inteligente –acuerda la mayoría, ya se trate de amigos o enemigos.
Es, sin dudas, alguien a quien le queda cómodo moverse entre las sombras y solamente hablar con quien tiene ganas en privado, lejos de cualquier mirada u oído que pudiese detectar cómo verdaderamente se mueve.
Todas esas características están avaladas por los testimonios de quienes lo conocen o compartieron alguna vez parte de su vida política.
Desde mediados de los 80, una vez que ya había conocido al matrimonio Kirchner, “el Chino”, con su mapa de estrategia de guerra de Sun Tzu en una mano, buscó y buscó hasta que consiguió convertirse en asesor jurídico. “Cuando estés cerca, aparentá que estás lejos, y cuando estés lejos, aparentá que estás cerca”, resume uno de los consejos de El arte de la guerra.

El primer paso era previsible. Debía sobresalir frente al resto de los abogados que querían acercarse a Néstor cuando la intendencia de Río Gallegos estaba a la vista, al alcance de la mano.
Un estratega tenía que estar dotado de varias virtudes. Una de ellas era la discreción como medida inicial para ir construyendo un perfil que le permitiera ser “un hombre de confianza”.

Era la conducta que debía guardar un príncipe para ser estimado. “Nada hace tan estimable a un príncipe como las grandes empresas y el ejemplo de sus extraordinarias virtudes”, escribe Nicolás Maquiavelo.
En el estudio que compartía con Jorge Chávez, lo consultaron varias veces para saber cómo litigar ciertas causas que llevaban los Kirchner desde su estudio.
Los expedientes que llegaban a sus manos estaban ligados a ejecuciones hipotecarias y a juicios de empresas contra particulares. Zannini recomendaba pasos, Néstor aprobaba y Cristina ejecutaba como “una abogada exitosa”. (…)

EL PRÍNCIPE DE CRISTINA
—Sos más cristinista que yo –le dijo un día Néstor Kirchner al Chino en una reunión donde se discutían diversas cuestiones de índole partidaria. Zannini sonrió, siempre sonreía.

La relación con Cristina había nacido en Santa Cruz, y “siempre era de mutuo respeto”.
A ella la conoció en el mismo momento que a Néstor. Cuando se la presentaron, a mediados de los años 80, pensó en cómo ese destino esquivo que había tenido hasta allí se le cruzaba inexorablemente en el camino. Uno de sus jefes políticos de los 70 había sido “el Cabezón” Roberto Cristina, el dirigente de Vanguardia Comunista desaparecido, o mejor dicho asesinado tras permanecer detenido en un centro militar clandestino en el gran Buenos Aires.

El sólo dijo:
—Ahhh, Cristina, mucho gusto –se presentó, sin tonada, con su acento neutro cordobés. Y se quedó toda la reunión mirándola, discretamente, con esa sonrisa que llevaba siempre en la cara.
En el momento en que Cristina Fernández lo confirmó en el cargo de secretario de Legal y Técnica, poco antes de asumir el 10 de diciembre de 2007, Zannini entendió que su lealtad volvía a ubicarlo en un lugar de
privilegio. (…)

La muerte de Néstor fue una noticia dura para Zannini, pero no tenía tiempo para dudar ni para dejar de apuntalar desde todos los lados que pudiera a Cristina.
A cada instante apelaba a un manual imaginario cuya pregunta principal era: “¿Qué haría Néstor en estas circunstancias?”. Una pregunta que él mismo se repetiría todo el tiempo. El, tanto como Cristina, se preguntaba si hubiese podido hacer algo más por la salud de Néstor, que había dejado señales contundentes a lo largo de dos años.
La responsabilidad de gobernar ahora tenía un socio menos en una empresa que debía decidir quién iba a ser el candidato en las elecciones presidenciales de 2011.
Siempre en un plano resguardado de cualquier indiscreto, insistía.

—No hay otra persona –le argumentaba convencido a Cristina cuando charlaban acerca de quién iba a ser el candidato a presidente de la Nación por el Frente para la Victoria.
Cristina sabía que no le quedaban alternativas. Después de meditarlo, consultarlo con unos pocos y llorar muchas veces, decidió que iba a ser nuevamente candidata.
Le pidió al Chino ayuda para el armado de las listas de legisladores, en el que también tendrían injerencia Máximo y Andrés “el Cuervo” Larroque en representación de La Cámpora. La relación de Zannini con los jóvenes kirchneristas siempre fue buena.

—No hay relación de amistad profunda, pero nos tenemos respeto mutuo. El siempre defendió los principios del proyecto y sabemos que piensa como nosotros –es la confesión de uno de los militantes camporistas.
Otra de las agrupaciones juveniles oficialistas, los muchachos afines a Guillermo Moreno, que ejercía desde 2003 la Secretaría de Comercio, le tenía también aprecio.

—Nunca nos reunimos con él, pero además de Néstor y Cristina, Zannini es un soldado de la causa –justifica Gonzalo, uno de los chicos de las huestes de Guillermo Moreno.
Los dirigentes peronistas tradicionales, que en 2011 adscribían al kirchnerismo, en cambio, le desconfiaban.
Sabían que con Néstor podían hablar de plata y financiamiento, pero que ahora debían guardar las formas frente a la mano derecha de Cristina, y que esos asuntos, en el mejor de los casos, podían plantearlos ante el ministro de Planificación, Julio De Vido.
A principios de 2011, Carlos Zannini cerró aun más el círculo alrededor de la presidenta de la Nación pero no por decisión propia, sino por voluntad de Cristina.

La relación se fue estrechando hasta tal punto que uno de los asistentes habituales a la quinta de Olivos se encontró de un día para otro con que tenía que hablar primero con Carlos Zannini para recién después acceder a la residencia presidencial.

—Cristina empezó a almorzar con Zannini todos los días, y después empezó a cenar todos los días con él –dice un ex senador nacional del Frente para la Victoria.
—¿En ese ámbito se tomaban las decisiones?
—Sí, se charlaba de todo y de todos y se tomaban decisiones.
La mesa chica había quedado reducida a dos, uno frente al otro, una mujer y un hombre.
Hacía tiempo que Alberto Fernández había partido y Néstor ya no estaba. Y Máximo reservaba su poder a charlas que sólo tenían lugar en el Sur o a través de conversaciones por teléfono.