Fernando Savater considera que la crisis que arrastra España no es moral sino institucional y política. “No creo en la crisis moral, eso es cosa de curas”. Sobre la independencia de Cataluña, opina que lo primero que se debe hacer es “aplicar la ley” y afirma que el nacionalismo ya no es sólo un problema de nuestro país, sino que se extiende por toda Europa. “He sufrido el fanatismo etarra como otros muchos españoles, pero yo he sido un privilegiado porque podía hacer otras cosas, como ir a dar conferencias a Italia. Quienes lo han pasado mal han sido los que tenían que vivir en su pueblo rodeados de cafres con la hoz y el cuchillo”.
—¿Qué crisis es más preocupante, la económica y política o la crisis moral?
—No, yo la crisis moral... no creo en ella, eso es cosa de curas. La crisis es política e institucional en nuestro país y también una crisis legal porque se han cometido delitos, abusos, etcétera, y no han tenido mecanismos de control y de persecución de forma eficaz. La moral es cosa de cada uno pero los fraudes que cometen los políticos son cosa de todos.
—Yo me refería a la falta de ética de los políticos…
—No, no, la falta de ética es en todo el mundo. La ética es una reflexión sobre la libertad de cada uno de nosotros, entonces nadie puede dedicar su ética a hacer críticas a los demás. Lo que pasa es que institucionalmente, si un ministro roba el dinero que se le ha dado para hacer un hospital, o se lo gasta en el bingo o con una amante, entonces, ese ministro evidentemente tiene un problema moral, pero es suyo. Ahora, la sociedad lo que tiene es un problema político con ministros así, que no se les puede controlar, sustituir, vigilar, por eso lo digo…
—¿Los señores de las tarjetas black son delincuentes o enfermos ludópatas?
—No, no, son gente que está en el terreno de la delincuencia o por lo menos en situación de claro abuso de unas formas políticas que no se pueden mantener, porque un país no se puede permitir el lujo de tener polizones y gorrones a bordo viviendo a costa de los demás.
—Una cadena de televisión muestra un reality donde los concursantes van en cueros por ahí. ¿Le parece esto un síntoma de la decadencia de Occidente?
—Eso es síntoma de que hay que tener audiencia. La televisión, mientras haya alternativas, no hay problema; lo único que me preocupa es que las cadenas públicas presenten una oferta de tan escasa calidad como las privadas. Entonces, mientras haya una oferta razonable en otra cadena, a mí que la gente vaya en pelotas o se dedique a hacer cualquier tipo de barbaridades en la tele no me importa. El problema es cuando eso es lo único que hay, sin más ofertas.
—¿Sigue creyendo que la filosofía es más necesaria que nunca o todo está ya perdido?
—La filosofía es algo muy necesario para quien es capaz de practicarla, esto es como el atletismo, ¿me comprende?, una especie de atletismo de la mente, y hay gente que es capaz de hacerlo y gente que no. Para el que no es capaz, pues se tiene que contentar con sucedáneos, no sé, el catequismo, las ideologías políticas más ramplonas, cosas por el estilo, y el que es capaz de dedicarse a la filosofía, que no son muchos tampoco, pues ésos quieren hacerlo porque se perderían
algo bueno, ¿no?
—Lo de Cataluña... ¿le ve arreglo?
—Bueno, es que yo no sé lo que es Cataluña. Cataluña es una región de una nación llamada España; entonces, yo no creo que existan ciudadanos catalanes. Como tampoco existen los ciudadanos murcianos, etcétera, salvo en el terreno cultural, en el terreno de las tradiciones. Pero en el terreno político sólo hay ciudadanos españoles. Luego, los ciudadanos españoles tienen un problema, digamos, con aquellos que quieren fragmentar la ciudadanía española. Ese es el problema.
—¿Cuál sería su receta para resolver el problema catalán?
—Bueno, como soy muy anticuado, pues creo en las leyes y primero en aplicarlas. Parece que en este país la receta de aplicar la ley es la última que se intenta. Primero hay que hacer no sé cuántas cosas más antes de acudir a la ley. Bueno, yo creo que la ley está ahí para aplicarla. Que las leyes, por lo que sean, fracasaran, entonces empezaríamos a pensar: ¡caramba, qué hay que hacer! Pero cuando todavía ni ha ocurrido el delito ni se ha aplicado la ley, pues no sé de qué estamos hablando. Se suele decir que el nacionalismo es una enfermedad que se cura viajando pero algunos están todo el día de avión en avión y no parecen curarse… No, no es fácil, no es fácil…
—¿Tan grave es el mal?
—Bueno, primero porque el nacionalismo es una mala concepción de lo que es ser ciudadano, entonces eso desgraciadamente hoy en Europa lo hay en muchos países. Las últimas elecciones europeas han revelado que el populismo y el nacionalismo son enfermedades extendidas por toda Europa. No son ni exclusivas de España ni exclusivas de ningún otro país. O sea que antes podíamos decir eso de que España es el problema y Europa la solución, pero hoy vemos que España es un problema pero Francia es un problema, Inglaterra es un problema…
—Usted ha sufrido en sus carnes la sinrazón del fanatismo etarra, ¿cómo podía vivir sabiendo que un pistolero podía salir a su encuentro en cualquier momento?, ¿no le daban ganas de emigrar a un país remoto donde nadie le conociera?
—Los españoles, los españoles lo han sufrido. Yo lo he sufrido menos porque he luchado y los que luchan sufren menos que los que aguantan nada más. Entonces yo, como he luchado, pues de alguna manera me he divertido un poco más, por lo menos he plantado cara, que eso siempre es reconfortante. Es verdad que como tantos otros españoles he sufrido la cara del fanatismo, sufrí el fanatismo franquista, después el etarra, el nacionalismo, bueno, en fin, qué le vamos a hacer, decía Marco Aurelio que la vida se parece más a la lucha que a la danza.
—¿Pero cómo se lleva esa situación?
—Uno siempre tiene otras cosas, yo en el fondo he sido un privilegiado, siempre puedo irme a conferencias a Italia o a algún otro sitio y, en fin, tengo una vida bastante cómoda y fácil. Había personas que efectivamente no se podían mover de su pueblo, y estaban rodeados de cafres con la hoz y el cuchillo. Esos son los que tenían verdadero mérito, yo, pues bueno… en fin, ya te digo, dentro de los amenazados he viajado en clase vip.
—Con tanto escándalo de corrupción a veces dan ganas de apagar la televisión, la radio, dejar de leer periódicos. ¿De la indignación al pasotismo hay sólo un paso?
—No, no, la indignación es el primer paso para hacer algo, o sea, es como cuando a uno le diagnostican una enfermedad grave y la primera cosa que le pasa es el sentimiento de rechazo, la tristeza, pero luego, acto seguido, va uno al hospital o al médico a buscar soluciones, ¿no? Entonces, aquí es lo mismo. La indignación, si es el primer paso, está muy bien, porque eso hace que todo se empiece a mover. No sé qué pasaba en este país que la gente estaba tan contenta con la burbuja inmobiliaria, todo el mundo se creía que era millonario y resulta que en el fondo se dan cuenta de que no, que les estaban estafando, y hay mucha gente que se ha indignado. Pero el problema es el que se indigna y cree que indignarse ya es el punto de llegada. No, no, la indignación es el punto de partida para empezar a buscar las soluciones, institucionales, legales, que hagan falta.
Fragmento de la entrevista publicada en www.gurbrevista.com.