Aníbal Fernández es un cagón. Escríbalo así: ca-gón”.
José Ramón Granero se acerca a la grabadora para evitar la posibilidad de que se pierda el registro de su definición sobre el máximo enemigo que tuvo dentro del gobierno kirchnerista.
Desde que la investigación por la ruta de la efedrina comenzó a cercarlo, el ex titular de la Sedronar evitó las entrevistas por consejo de sus abogados. Después de buscarlo durante varios meses, a principios de marzo de 2016 accedió finalmente a que habláramos en una heladería de Palermo. Hacía casi dos años, la jueza Servini de Cubría lo había procesado como “partícipe necesario” del tráfico de cuarenta toneladas de efedrina. Mientras esperaba en libertad el inicio del juicio, alternaba estadías entre su natal Río Gallegos y Buenos Aires.
Odontólogo de profesión, Granero ya era vicegobernador de Santa Cruz cuando se sumó a la campaña de Néstor Kirchner para intendente de Río Gallegos. Era 1987. La relación nunca se cortó. Dieciséis años más tarde, cuando Kirchner llegó a la presidencia, convocó a Granero al PAMI, donde duró poco. En 2004, le pidió a su amigo que lo nombrara al frente de un organismo que tenía un nombre pomposo, cacofónico y más largo que sus funciones reales: la Secretaría de Programación para la Prevención de la Drogadicción y la Lucha contra el Narcotráfico.
Creada en 1989, la Sedronar tenía un presupuesto mínimo, una sede sin estándares de seguridad acordes con el trabajo que debía cumplir, y una nula capacidad de combatir efectivamente al narco, tarea que siempre les correspondió a las fuerzas de seguridad. En el gabinete era vox pópuli que había un pleito entre Granero y Aníbal Fernández, el dirigente multifuncional que durante los gobiernos kirchneristas ocupó los cargos de ministro del Interior, de Justicia, secretario general de la Presidencia y jefe de Gabinete.
Según Granero, Fernández comenzó la pelea a través de los medios, sin enfrentarlo nunca de manera directa. “Fui a verlo, le dije: ‘Mira, no sé por qué te querés pelear conmigo, lo único que quiero es terminar mi gestión y volver a casa, yo trabajo para Néstor y Cristina, no tengo ambiciones políticas’. A lo mejor él pensaba que yo quería ocupar su cargo. Me evadió. No me contestó nada, no me dio ninguna explicación. Típico de él porque es un cagón, pero tiene un andamiaje político que lo protege”.
Fernández niega este encuentro y diálogo con Granero y me asegura que el problema fueron las distintas visiones de ambos con respecto a las políticas de drogas: “El tenía una posición absolutamente represiva y yo promovía la despenalización del consumidor. Eran posiciones absolutamente irreconciliables. Los serios que conocen del tema coinciden conmigo, Granero y su gente atrasaban en un debate que se tenía que dar. Le expliqué mil veces lo que pasaba. Y es muy simple: si yo era un cagón, podía habérselo dicho a la presidenta”. (…)
Pese a su cargo, Granero no tenía posibilidad alguna de hablar con la presidenta. La muerte de Kirchner lo había dejado en la orfandad política porque el trato personal y la relación política habían sido siempre sólo con él, no con su esposa. Desde entonces no fue bienvenido en la Casa Rosada. El vacío a la Sedronar se amplió cuando Fernández, como ministro de Justicia, prohibió que los representantes de las fuerzas de seguridad participaran en las reuniones del organismo.
“Nos boicotearon”, dice Granero. Fernández rechaza la acusación: “Nunca boicoteé a la Sedronar porque no hacía nada que a mí me interesara. No tenía yo que ocuparme de lo que estaban haciendo o no”. Pero debía interesarle. Era el organismo con el que tenía que coordinar estrategias antinarco, por ejemplo el control de precursores químicos como la efedrina. (…)
La guerra entre ambos se agudizó a mediados de 2008 con la sucesiva explosión de la ruta de la efedrina, el triple crimen y la mafia de los medicamentos, que demostró el descontrol absoluto con el que se importaba el precursor. En septiembre, Fernández, Granero y la entonces ministra de Salud, Graciela Ocaña (que renunciaría muy pronto) tuvieron que juntarse a la fuerza, por orden de la presidenta, y en una rueda de prensa anunciaron que el gobierno limitaría el ingreso de efedrina. La tensión entre los funcionarios era más que evidente. La medida provocó que la importación de efedrina se desplomara de 15 toneladas en 2008 a sólo 24 kilos en 2009. El ex ministro de Justicia se adjudica la paternidad y el éxito de la resolución. “Granero firmaba recontra embroncado porque no quería saber nada con el control de precursores químicos, ¿y dice que el cagón soy yo?”. (…)
Granero continuaba su largo pleito con Fernández en desventaja. A comienzos de 2016, parte de la opinión pública estaba convencida de que las acusaciones de Lanatta eran ciertas: el ex jefe de Gabinete era la Morsa. Pero no había sido imputado formalmente por la Justicia. En cambio, el ex titular de la Sedronar ya estaba procesado. En julio de 2014, la jueza Servini de Cubría lo consideró “partícipe necesario” del tráfico de cuarenta toneladas de efedrina que dejaron ganancias aproximadas por 500 millones de dólares. Hasta ese momento, Granero era el funcionario argentino de más alto rango acusado de vínculos narco ante la Justicia. La fecha de inicio del juicio en el que debía definirse su culpabilidad o inocencia era incierta. (…)
El fallo de la jueza atribuyó el mismo cargo contra Granero a Gabriel Yusef Abboud, ex subsecretario de Planeamiento y Control del Narcotráfico, y a Julio Alberto De Orue, ex director del Registro Nacional de Precursores Químicos. También acusó a Andrea Fabiana Paolucci, Viviana González Dell’Oro, Patricia Mónica Marra, Norma Fernández y Adrián Ariel Carnevale, responsables de las empresas que importaron efedrina, de haber formado parte del entramado que desvió los precursores que fueron a parar a manos de narcos mexicanos. (…)
El procesamiento del ex titular de la Sedronar contenía otra sorpresa. Al investigar el cruce de llamadas desde y hacia el organismo, se descubrió que la ruta de la efedrina llegaba hasta la Casa Rosada. La jueza enlistó comunicaciones telefónicas que probaban conexiones entre funcionarios de la Sedronar y de la sede presidencial con empresarios que traficaban el precursor. Los contactos se realizaban en los días precisos en que se autorizaba el ingreso de abultados cargamentos de efedrina.
Miguel Zacarías, secretario de Granero, era una de las claves. En 2008, a su teléfono habían entrado llamadas de Alfredo Abraham, uno de los empresarios que después serían condenados por desviar al mercado ilegal más de diez toneladas de efedrina. Miguel tenía tres hermanos más que trabajan en el gobierno: Máximo en el PAMI y Rubén y Luis en la Unidad Presidencial de Casa Rosada. Cuando sus nombres aparecieron vinculados a la ruta de la efedrina, fueron desplazados. Miguel y Máximo terminaron procesados por Servini de Cubría.
Granero y Abboud se exoneran a sí mismos y a los Zacarías. Dicen que las llamadas diarias entre Casa Rosada y la Sedronar eran algo cotidiano y que la jueza sólo incorpora en el expediente las llamadas que convienen a su hipótesis, pero sin revelar qué es lo que se decía en esas conversaciones.
“El único Zacarías que fue empleado mío fue Miguel, mi secretario privado. Máximo fue a la Sedronar a sacar un permiso apurado para importar efedrina, pero se lo negamos. Eso es algo que la jueza no valora. ¿Y a mí quién me avisa lo que quería hacer Máximo? ¡Su propio hermano! Miguel y los que trabajaban en la Casa Rosada se llamaban todos los días, él a veces se iba a comer con ellos porque les salía muy barato el comedor, iban y venían”, cuenta el ex titular de la Sedronar.
“Eramos una secretaría de Presidencia, claro que había llamadas a diario, es una locura decir que se hacían los días de las autorizaciones porque ellos no sabían cuándo las dábamos, es una estupidez, un invento periodístico porque vende. Los Zacarías eran unos hermanos que trabajaban en Presidencia y se la pasaban pelotudeando porque no tenían nada que hacer. Y a Máximo, que está procesado, nunca le dimos la autorización para que trajera efedrina. ¡Fuimos nosotros los que lo denunciamos!”, asegura Abboud.
La jueza no les cree. Considera que “no fue casual ni un descuido lo que aconteció con los volúmenes de importación de efedrina. La real y única problemática es una operación de narcotráfico internacional a México […] ningún kilo de efedrina podría haber ingresado legalmente al país sin el conocimiento, consentimiento y autorización de los tres funcionarios de Sedronar sometidos a proceso”.
A Granero le encantaría que el juicio en su contra comenzara lo más pronto posible: “Quisiera llegar a juicio oral mañana porque tengo dos portafolios de papeles preparados para presentar. Hay gente que la va a pasar muy mal con todo lo que yo tengo para contar”. Abboud, por el contrario, está convencido de que ni siquiera habrá un juicio, porque la causa se complicó aun más después de que la jueza unificara la investigación del triple crimen con la ruta de la efedrina, en la que él y su ex jefe están implicados. El operativo del laboratorio de Maschwitz que develó el tráfico de efedrina de Argentina a México se realizó en julio de 2008. Desde entonces se llevaron a cabo juicios con decenas de condenas, hubo asesinatos, muertes dudosas, acusaciones y nuevas y múltiples pistas que complicaban los casos. Parecía una madeja interminable. Y todavía faltaban las fugas