DOMINGO
LIBRO

La cocina de la mentira

Cómo nacen y se distribuyen las fake news.

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A partir de casos locales y del mundo, Julián Maradeo cuenta la historia de las noticias falsas, de cómo nos ponen en estado de alerta y, al mismo tiempo, refleja la debilidad estatal, la falta de control y el enorme lobby alrededor de ellas. | PABLO TEMES

Día gris en Buenos Aires. La ciudad luce tapizada con carteles proselitistas. Una leve llovizna que no empapa pero molesta cae sobre los transeúntes. Nada detiene al fotógrafo Juan Quiles. Algo agitado, identifica su objetivo y va tras él. Se mueve por inercia, como un animal hambriento. Encuentra la posición, pre­para el objetivo y enfoca a una joven que camina con su beba a cuestas y una bicicleta. Lleva la campera y la mochila de Pedi­dosYa, empresa de delivery online. Cuando ella voltea hacia la derecha, él gatilla varias veces. Es su obra maestra sobre la pre­carización laboral de un tipo de empresas de reparto que prolife­raron en el último lustro. Nada que no se encuentre desde hace décadas en diferentes sectores de la economía local. El 3 de octubre de 2019, el fotógrafo sube a la cuenta de Insta­gram de Estudio3 y a su muro personal de Facebook la imagen de la joven con esta inscripción: “Generando trabajo de calidad!!!!!”. 

El contexto nunca es un dato menor: en veinticuatro días se celebrarían las elecciones generales de 2019 para decidir quién gobernaría el país por los siguientes cuatro años. Según cifras del Indec y el Observatorio de la Universidad Católica Argentina (UCA), que miden la pobreza, los índices son negativos y no hay expectativas de que mejoren en el mediano plazo. La imagen de la joven es una pieza que encaja perfectamente. 

La foto se viralizó. El encadenado entre influencers y segui­dores da resultado nuevamente: en menos de doce horas, su ima­gen asociada a la explotación laboral fue compartida 8 mil veces. 

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Al día siguiente, Nayrubi de León, venezolana, se quedó pas­mada al ver la repercusión nacional e internacional de la foto.

Si de algo tuvo certeza en ese momento fue de que no tendría ningún tipo de posibilidad de desmentir lo que sobre ella se de­cía. La asimetría era evidente. Mientras recibía los llamados de sus parientes en el exterior preguntándole cómo ella, formada universitariamente, trabajaba portando a su hija por las agitadas calles porteñas, su imagen era replicada con textos diversos en las cuentas de los diputados nacionales Wado de Pedro, Facundo Moyano, Hugo Yasky, Fernanda Vallejos, Nicolás del Caño y Malena Galmarini.

Fue Reverso, el proyecto contra la desinformación al que se asociaron más de cien medios para cubrir el proceso elec­toral, el que se encargó de buscar a la joven para que diera su versión, refutando el rumor de que trabajaba con su niña a bordo de la bicicleta. De León contó en un artículo publicado el 4 de octubre de 2019 que Quiles no le había pedido autori­zación para fotografiarla y que temía que su trabajo estuviera en riesgo. 

“Yo tengo la bicicleta en la mano y me fui a voltear. Cuando me volteo, veo que un señor está enfocándome con su cámara. Se me acerca y me dice: ‘Estaba esperando a que te montaras en la bici para tomarte la foto’. O sea, él me dio a entender que no tomó la foto. Yo me fui del sitio, le dije que no monto a mi bebé, o sea, sé que eso es totalmente ilegal, que le puede pasar algo a mi bebé en la bici. Y seguí mi camino. Y al día siguiente me encuen­tro con todo esto de la imagen en todas las redes”. 

La desmentida no tuvo la potencia de la fake news inicial, a pesar de que los portales más importantes del país la difundieron. 

Las fake news pegan duro y justo ahí donde –más allá de la supuesta horizontalidad que implican las redes sociales– se encuentra la cosmovisión de cada uno y el íntimo deseo de con­firmar nuestras prenociones. “Sesgo cognitivo”, se llama. Tal vez por ello no sea casual que ninguno de los usuarios mencionados, con cientos de miles de seguidores, se haya tomado el trabajo de rectificar lo que había publicado. ¿Acaso la verdad vale la pena?

Nada importa

Las noticias falsas confunden. 

Las noticias falsas fortalecen la censura. 

Las noticias falsas enferman. 

Las noticias falsas alimentan mal. 

Las noticias falsas generan pérdidas económicas. 

Las noticias falsas fomentan el odio. 

Las noticias falsas matan. 

Cualquier persona con un celular y conexión a internet está potencialmente en condiciones de quedar frente a una noticia falsa cada minuto de su día. Pero hay un momento en particular en el que estamos más expuestos a la desinformación. ¿Cuándo? Cuan­do estamos en grupo, porque chequeamos menos. La explicación, que nunca es única, es que nuestro rigor baja cuando formamos parte de un colectivo. Esa es la respuesta que brindan las indaga­ciones experimentales a las que están acostumbradas las universi­dades norteamericanas, como la Universidad de Columbia. 

¿Por qué? ¿Cómo? ¿Quiénes? ¿Para qué? Toda serie de afirma­ciones contiene interrogantes que, en ocasiones, no resuelven sino que complejizan al infinito un problema en apariencia sencillo. 

No importa que las multinacionales tecnológicas hagan su negocio y se guarezcan detrás de la libertad de expresión. 

No importa que su fin último no sea acortar distancias y faci­litar la comunicación sino capitalizar al máximo nuestros datos. 

No importa que el capitalismo digital sea, en realidad, capita­lismo financiero disfrazado. 

No importa que los Estados pasen de representar el enorme e impactante Leviatán a parecer uno de los enanos de Blancanieves frente al poderío transnacional. 

No importa que un abrumador sistema de control y vigilan­cia se yerga ante nosotros pero permanezca invisible. 

No importa que los políticos sean un objeto manipulable y, en simultáneo, una de las cajas que financian las campañas sucias. 

No importa que todos entreguemos información sensible sin saber qué se hace con ella y –lo que es peor– sin contralor alguno. 

No importa que se sucedan los escándalos internacionales y veamos todo a través de los portales de noticias sin que aquí nada cambie. 

No importa que las noticias falsas sean la punta del iceberg. 

Nada de eso importa, o al menos eso parece. 

Esta investigación trata sobre otra forma de ejercer el poder. Una que es imperceptible, escurridiza, placentera y extraterrito­rial. Una que jaquea todas las teorías que discurrieron por siglos al respecto. Una en la que interviene un lenguaje que resulta aje­no, sujetos que parecen salidos de una película, geografías remo­tas. Una que pone en entredicho las reglas del juego democráti­co. Las noticias falsas no discriminan entre Oriente y Occidente, afectan a todos sin mirar a quién. 

Cuando se azuzan los riesgos que conlleva internet, com­prensiblemente quienes enfocan sus virtudes responden que son teorías conspirativas. Pero si, como dicen las cifras oficiales, en Argentina el tiempo promedio de conexión a internet es de 4 ho­ras 29 minutos por día, muy superior al de consumo de música (3 horas, 15 minutos) y de televisión (2 horas, 45 minutos); si de los 41,6 millones de usuarios activos en internet, Facebook tie­ne 33 millones y Twitter roza los 19 millones; si más del 35% de la población comenta y comparte contenidos en redes sociales; si el gasto en internet, cable y celular es lo que más se lleva de la inversión cultural por parte de los argentinos, es una perogrullada afirmar que la red forma parte de la cotidianeidad de la mayoría. 

¿Será por eso que hacemos un uso acrítico cuando, por ejem­plo, les cedemos todos nuestros datos gratuitamente a las plata­formas? ¿O cuando no subimos al máximo la vara de exigencia respecto del contenido con el que nos bombardean? ¿O cuando mantenemos conversaciones y compartimos imágenes de nuestra intimidad a través del chat? ¿O cuando no les damos el valor que realmente tienen a las denuncias por uso indebido del contenido al que acceden las empresas? ¿O cuando no sopesamos como se debe el hecho de que las plataformas censuren unilateralmente la imagen, por ejemplo, de una mamá dándole el pecho a su bebé? 

Las noticias falsas no son ninguna novedad. Existen desde que la humanidad es tal. Que se haya acelerado y extendido al máximo su circulación no agrega prácticamente nada, concep­tualmente hablando. En realidad, abren una ventana para obser­var varios fenómenos. Resultan útiles para ver en qué se convir­tió la red creada en 1989 bajo el anhelo de expandir los límites de la libertad. Comprender el proceso de elaboración de la inmensa cantidad de noticias falsas y sus efectos nos permitirá no solo aprehender las causas, las consecuencias y los riesgos, sino tam­bién quitar el velo a los intereses económicos y políticos que se esconden detrás. 

Al cabo de esta investigación emerge una conclusión espesa que requiere abordajes diversos. Si hay mucha gente que solo quiere consumir aquello que confirma sus creencias, el nervio de nuestra democracia tiene un problema. Pero si una empresa cuya función aparente es la de comunicar a los sujetos sin impor­tar el lugar del planeta donde se encuentren hace un negocio de ese déficit, agudizando la burbuja, tenemos mucho más que un problema. 

Involucrarnos en la industria de las noticias falsas nos obliga a quitar cuidadosamente cada parte que compone el artefacto, a revisar el contrato social, el vínculo consumista con los medios de comunicación, el estatus de ciudadano con derechos y obliga­ciones y, también, a aguzar los sentidos ante lo dado. 

El fin es recuperar la capacidad de interrogar tercamente a los verdaderos responsables. Por eso, este libro habrá valido la pena solo si –aunque cambien las condiciones, muten los nombres de las apps y emerjan neologismos como fluye el agua– usted pudo encontrar aquí el mapa que le ayude a salir del laberinto.

La gran siete

FirstDraft (FD) es una organización no gubernamental que se dedica a apoyar a periodistas, académicos y especialistas en tec­nología, cuyo núcleo son los desafíos relacionados con la con­fianza y la verdad en la era digital. FD intervino en las eleccio­nes de Estados Unidos, Francia, Reino Unido, Alemania, Brasil y Nigeria. En Argentina integró Reverso, coalición de medios creada para enfrentar la desinformación. 

FD diferenció siete tipos de fake news: 

1) Sátira o parodia: no pretende causar daño o engaño, sino gracia. 

2) Contenido engañoso: se trata del uso engañoso de la infor­mación para incriminar a alguien o algo. 

3) Contenido impostor: es el tipo de información que suplan­ta fuentes genuinas. 

4) Contenido fabricado: contenido nuevo que es predo­minantemente falso, diseñado especialmente para engañar y perjudicar. 

5) Conexión falsa: cuando los titulares, imágenes o leyendas no confirman el contenido.

6) Contexto falso: cuando el contenido genuino se difunde con información de contexto falsa. 

7) Contenido manipulado: cuando información o imágenes genuinas se manipulan para engañar.

Las “fake news” enferman

Donde hay una necesidad (de cualquier tipo) o un deseo, nace una fake news. Un observador agudo está en condiciones de es­cribir en un pizarrón una fórmula sencilla: 

noticia falsa emotiva + tropa cibernética = desinformación 

Hay una afirmación que los medios de comunicación ama­rillistas supieron explotar hasta el cansancio: si usted quiere que una noticia corra, apele a lo emotivo. No tiene por qué ser dis­tinto en el caso de las noticias falsas. Aunque lo cierto es que con eso no alcanza: también deberá tener una tropa monolítica que la impulse sin miramientos. O sea, sin importarle ni un poquito las consecuencias. Mientras que en la era analógica se trataba de una masa crítica de lectores, oyentes o televidentes, en la digital todo se complejizó y aceleró. 

El movimiento antivacunas preexiste a la era de las redes so­ciales, con las cuales se potenció. En veinte años, pasó de un ar­tículo en una revista científica a una dramática advertencia de la Organización Mundial de la Salud (OMS). 

Todo empezó en 1998, cuando se popularizó la hipótesis del investigador británico Andrew Wakefield, quien asoció la vacu­na trivalente (sarampión, parotiditis y rubeola), conocida como “la triple”, con un aumento del riesgo de padecer autismo. Su in­vestigación, luego considerada fraudulenta, fue publicada por la revista británica The Lancet. Doce años después, en 2010, el Consejo General Médico inglés le retiró su licencia por conside­rar que actuó de manera “deshonesta”, “engañosa” e “irrespon­sable”. Además, sostuvo que Wakefield “abusó de su posición de confianza” como médico y “desacreditó a la profesión” en sus estudios llevados a cabo con niños. Sin embargo, su tesis ya se había expandido: en septiembre de 2018, la OMS consideró al movimiento antivacunas una “amenaza creciente”, ya que a nivel mundial se registran cada año 1,5 millones de muertes infantiles por enfermedades que podrían prevenirse con vacunas ya dispo­nibles. 

En Argentina, esta fake news científica tiene su réplica. Sin ir muy lejos, en septiembre de 2019, la Secretaría de Salud de la Nación informó que dos niñas de 11 meses y otra de 3 años registraron sarampión. Ninguna de las tres había sido vacunada. 

Según el argentino Brian Cavagnari, especialista en biología molecular, el movimiento antivacunas logró inocular su veneno: “Nunca antes, en la consulta, me llegó tanta gente pidiéndo­me no vacunar a sus hijos. 

Es lo que más daño está causando, por ejemplo, generando un rebrote de sarampión. Los movimientos antivacunas no tienen ningún asidero científico, más que nada son ideológicos. Estamos en la era de la mentira emotiva”. 

Tarde pero seguro, en octubre de 2020 Facebook anunció que comenzaba a rechazar aquellos anuncios que incitaran a las per­sonas a no vacunarse, a fin de evitar “perjudicar” los esfuerzos de la salud pública. 

Sugerencia: retengan el nombre de Brian Cavagnari. 

Influenza 

Las hermanas Kardashian tienen, entre ambas, casi 250 millones de seguidores en Instagram. Un día comenzaron a recomendar en sus cuentas una gama de té desintoxicante de la compañía Flat Tummy. Acto seguido, reaccionaron nutricionistas y médicos, que consideraron que este producto no solo no estaba debida­mente regulado, sino que sus propiedades “supresoras del apeti­to” no habían sido respaldadas científicamente.

El asunto se fue tanto de las manos que un grupo de senadores estadounidenses exigió a la Comisión Federal de Comercio que regulara la actividad de los grandes usuarios de redes sociales. 

Pero el problema es más complejo: no alcanza con investi­gaciones que aparentan ser científicas. Desde el auge de las re­des sociales en la vida de cada uno de nosotros, los influencers, quienes saltaron de las revistas y la TV a los teléfonos móviles, representan el medio ideal para la difusión de noticias falsas vinculadas al consumo. 

Los ejemplos que tienen a la salud en el centro se suceden. YouTube es también otro canal de riesgo. Los especialistas se pusieron en alerta cuando supieron que en esa plataforma se es­taba vendiendo, desde 2010, un producto promocionado como “Solución Mineral Milagrosa” para curar a quienes padecen au­tismo o cáncer. 

Algunos de los videos en los que se desinformaba aparecían entre los tres primeros resultados al escribir “cura para el autismo” en el buscador de YouTube. Consecuencia: 

dos muertes y varios heridos por la ingesta del compuesto, que tenía cloro, entre otras sustancias. La propia Food and Drug Administration (FDA) de Estados Unidos, encargada de aprobar los alimentos y fármacos, emitió el 12 de agosto de 2019 un comunicado implorando a la ciudadanía que 

dejara de consumir el compuesto, lo que obligó a la plataforma a eliminar los videos: 

Miracle Mineral Solution no ha sido aprobada por la FDA para ningún uso, pero estos productos continúan siendo pro­movidos en las redes sociales como un remedio para tratar el autismo, el cáncer, el VIH/sida, la hepatitis y la gripe, entre otras afecciones. Sin embargo, la solución, cuando se mezcla, se con­vierte en un blanqueador peligroso que ha causado efectos se­cundarios graves y potencialmente mortales. 

El capítulo más importante de los últimos años en cuanto a las desinformaciones que afectan la salud se vivió durante la pande­mia ocasionada por el covid-19. A partir de su diseminación, desde los primeros meses de 2020, comenzaron a aflorar en las redes sociales y los servicios de mensajería como WhatsApp di­ferentes falsedades sobre cómo afrontar el virus. Fue de tal mag­nitud que hasta el propio presidente, Alberto Fernández, incu­rrió en ellas cuando, durante una entrevista, recomendó tomar bebidas calientes: “La Organización Mundial de la Salud, entre otras cosas, recomienda que uno tome muchas bebidas calientes porque el calor mata el virus”. 

Rápidamente, especialistas desmintieron al mandatario, pre­cisando que no existe ningún consejo de la OMS en ese sentido. No fue la única aseveración falsa que circuló durante esos meses. Estas son algunas más: 

Si una persona infectada estornuda delante de nosotros, tres metros de distancia harán caer el virus al suelo e im­pedirá que nos caiga encima. 

Inspirar profundamente y retener el aliento por diez se­gundos; si se logra –sin toser, sin dificultad y/o sensación de opresión etc.–, quiere decir que no hay fibrosis en los pulmones, lo cual indica la inexistencia de infección. Es necesario en estos críticos tiempos hacer este control cada mañana en un ambiente con aire puro. 

Todos debemos asegurarnos de que nuestra boca y gar­ganta estén siempre húmedas, nunca secas, para lo cual de­bemos beber un sorbo de agua al menos cada 15 minutos. 

Aun cuando el virus entre por la boca, el agua u otros lí­quidos lo pasarán por el esófago directamente al estóma­go, donde los ácidos gástricos destruyen al virus. Si no se toma agua de forma regular, el virus puede pasar a la tráquea y, de allí, a los pulmones, es muy peligroso. 

También circularon mensajes en cadena falsos, como el de una charla que se le atribuye a la infectóloga Silvia González Ayala, de la Universidad Nacional de La Plata, quien cuando se enteró advirtió que estaba pasando lo mismo en otros países, solo que con el nombre de los colegas locales.

El modelo Paltrow

Aquí se abre otra ventana: la industria alimentaria tiene una im­pactante potencia publicitaria. Uno de sus ejes es la supuesta vir­tud casi mágica de los productos sobre la salud. Por eso, internet mediante, se expandieron las falsedades. 

Para muestra alcanza un clic. Si usted pone en Google: 

“El chocolate favorece el acné”, le aparecerán de inmedia­to 359 mil resultados; 

“La comida calentada en el microondas pierde nutrien­tes”, 201 mil resultados; “Mezclar hidratos de carbono y proteínas engorda”, 301 mil resultados. 

¿Se acuerdan de Brian Cavagnari? Pues bien, lo narrado alertó a los científicos, que generalmente no salían de los artículos con mayor o menor relevancia en los medios, pero que no formaban parte de un tratamiento sistemático. A partir de ahí, Cavagnari hizo algo inusual en Argentina: creó un curso para combatir la desinformación en el universo de la alimentación. Se llama “Ali­mentación basada en la evidencia” y forma parte del Máster In­ternacional en Tecnología de los Alimentos que se dicta en la Facultad de Agronomía de la Universidad de Buenos Aires. El eje son los trabajos del doctor Gordon Guyatt en Canadá. Es el primero de estas características en Argentina. 

Cavagnari no quiere responsabilizar a los periodistas en tanto divulgadores, pero no se olvida de subrayar que dejan de lado el rigor científico y difunden como noticias informaciones “flojas de papeles”, que tocan la fibra más íntima de muchas personas. Por eso, él elige alfabetizar sobre la nutrición basada en eviden­cia. Le juega en contra el exceso de información que abunda en los medios y las páginas web, y en muchas ocasiones hasta apa­recen teledirigidos en los correos electrónicos. 

Por ejemplo, Gwyneth Paltrow y sus permanentes sugerencias de consumo, dice. Una de sus principales preocupaciones en la alimentación es la leche, esencial por el calcio y el fósforo que provee. Sin embargo, a diario aparecen publicaciones que afirman que es muy dañina. “Esto es falso”, sostiene, a la vez que asegura que sucede algo similar con el caso del edulcorante aspartamo, cuya mala fama surgió al extrapolar un estudio con roedores a los que se les brindaron dosis varias veces superiores a la ingesta diaria admisible (IDA). Para él, no caben dudas de que si lo consumimos dentro de la IDA no presenta ningún efecto adverso para la salud. 

En su curso, propone cinco claves para identificar las noticias falsas en lo concerniente a la alimentación: 

1) Dudar ante títulos que sostengan que algún alimento es “increíblemente milagroso” o “terriblemente malo”. Los “supe­ralimentos” no existen. La clave de una vida sana no está en un ingrediente en particular, ni siquiera en un determinado alimento, sino en tener un estilo de vida saludable. Esto incluye una dieta completa, variada, moderada y equilibrada. 

2) Corroborar que la nota tenga como referencia el artículo científico que supuestamente le dio origen. 

3) Identificar la fuente de la noticia. No es lo mismo un artículo científico publicado en una revista de prestigio o en el sitio web de una sociedad médica de trayectoria –como la Sociedad Argentina de Nutrición (SAN) o la Sociedad Argentina de Pedia­tría (SAP)– que algo publicado en redes sociales o en un blog. 

4) Recordar que las experiencias personales son simplemente anécdotas, no constituyen evidencia. 

5) Averiguar las credenciales del autor de la nota. Podemos confiar en un profesional de la salud que es referente en el área de la alimentación y que publica en revistas internacionales, pero no necesariamente en una celebrity, un chef o un entrenador per­sonal. Hoy en día es sencillo investigar por internet la formación académica y los antecedentes de las personas.

 

☛ Título Fake News

☛ Autor Julián Maradeo

☛ Editorial Ediciones B
 

Datos del autor

Julián Maradeo nació en General Madariaga, Buenos Aires, el 22 de octubre de 1981. 

Es licenciado en Periodismo y Comunicación Social por la Universidad  Nacional de La Plata.

Sus investigaciones sobre diversos temas fueron publicadas en Página/12, Diario Público (España), La Voz del Interior (Córdoba), Tiempo Argentino, La Izquierda Diario, y en las revistas Noticias, Ajo y Anfibia.

Entre sus últimas publicaciones figuran: Quién es Daniel Angelici, Radiografía de la corrupción PRO, los dos en coautoría con Ignacio Damiani, y La trama.