DOMINGO
LIBRO / Una primera dama elegante y discreta

La Eva de Mauricio

En Juliana, Franco Lindner identifica, a través de una exhaustiva investigación, diferentes facetas de la primera dama. La que sedujo al presidente Macri en un gimnasio de Barrio Parque, la que se bautizó a los 40 años y la que convenció a su esposo de nombrar a Gabriela Michetti como compañera de fórmula en el PRO. Aquí, un fragmento sobre los vínculos de Zulemita Menem con María Juliana Awada.

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Flashes. La actual primera dama de pequeña con su padre, Abraham. El ex mandatario Carlos Menem con Awada. El casamiento con el presidente Mauricio Macri en 2010. | Cedoc Perfil
Mauricio Macri estaba pasmado.
Su esposa acababa de saludar a uno de los personajes más polémicos de la Argentina con una familiaridad llamativa:
—¡Luisito! ¿Cómo te va, querido?
Y Luis Barrionuevo había devuelto la gentileza:
—¿Qué hacés, nena? Cada día más linda vos, ¿eh?
Corría septiembre de 2012 y estaban en la multitudinaria fiesta del sindicato de los gastronómicos en La Rural, a la que Barrionuevo había invitado al entonces jefe de Gobierno porteño y su primera dama.
Pero Macri no entendía lo que pasaba entre Juliana y el sindicalista. Risas, miradas cómplices, alguna broma picante. Era evidente que había confianza entre ellos. Y mucha.
—¿Pero ustedes de dónde se conocen? –los interrumpió Macri, casi celoso.
Barrionuevo, risueño, le contestó:
—No seas boludo, si ella nació en mi casa… Contale, nena, contale.
—Es verdad –dijo Awada–, Luis era muy amigo de papá. Le compró la casa que teníamos en Ballester cuando yo era chica.
—La casa donde nació ella –se rió el sindicalista–. ¿Sabés hace cuánto la conozco?    
Macri no salía de su asombro. ¿La inmaculada Juliana era íntima de uno de los emblemas menemistas de los años 90, el mismo que había inmortalizado aquello de que “tenemos que dejar de robar por dos años” para sacar el país adelante? Por lo visto, su princesa de cuento de hadas tenía un pasado que él desconocía.
—Mirá vos… –enmudeció Macri.
La escena me la contó el propio Barrionuevo y demuestra que Juliana efectivamente no salió de un repollo. Su familia, aunque hoy nadie lo recuerde, estaba muy cerca del poder menemista, de sus caras más visibles y del propio Carlos Menem, un viejo amigo de Abraham Awada, el padre de la primera dama.
Barrionuevo solía jugar al golf con Abraham en el club San Andrés, una costumbre que no perdieron ni siquiera cuando el padre de Awada dejó de tener un estado físico apto para ese deporte. En sus últimos años de vida, él acompañaba al resto de los amigos en un carrito de golf y se limitaba a darles charla, ya sin pegarle a la pelotita.
Entre hoyo y hoyo, Barrionuevo lo chicaneaba por la reciente relación de Juliana con Macri. Su vocabulario era soez:
—Qué braguetazo que se pegó tu hija, ¿eh?
—Callate vos –se molestaba el padre.
Los demás, todos peronistas, se sumaban a la broma.
—Terminó con un “gorila” la nena…
La casa de la anécdota, la misma en la que había nacido Juliana, se la compró Barrionuevo a Abraham en el verano de 1989, antes de que su hija cumpliera los 15. Queda sobre la calle Lange al 200, a pocas cuadras del centro de Villa Ballester. Es amplia, luminosa, con un parque cuidado y pileta, y sobresale por una particularidad: delante del garaje, pegada a la  casa, hay una palmera que dificulta la entrada y salida del auto.
—La casa la pagué 150 mil dólares –me dijo Barrionuevo–. Vale más que eso, pero Abraham quería venderla rápido porque los habían asaltado tres o cuatro veces y estaba buscando algo en la ciudad, un departamento.
Barrionuevo cuenta que, una vez iniciada la transacción, el padre de Juliana tuvo un momento de duda. El gremialista ya le había dado 50 mil dólares de anticipo y Abraham se fue de viaje a Nueva York en medio de las tratativas. A su regreso le quiso devolver el dinero y cancelar la operación, argumentando que a él no le alcanzaba para comprarse el departamento porteño que tenía en vista. Pero era tarde.
—No, querido –lo frenó Barrionuevo–. Andá a la escribanía que ya te dejé los 100 mil que faltaban.
Abraham protestó un poco, pero terminó aceptando y la familia se mudó a un departamento de la Avenida del Libertador, frente al Hipódromo de Palermo. La historia demuestra que a los Awada, aunque ya tuvieran un relativamente buen pasar, no les sobraba el dinero. Para comprar una nueva casa tuvieron que vender la que tenían.
Así como compartía bromas y hacía malos negocios con Barrionuevo, Abraham también conocía bien a Menem. La amistad había empezado en los tiempos en que el riojano, siendo un joven estudiante de abogacía, paraba en la casa de Jadiye Awada cuando viajaba a Buenos Aires. Allí visitaba a Alejandro Tfeli, “Alito”, quien en los años 90 terminaría siendo su médico presidencial. Jadiye era la madre de Alito, la hermana de Abraham y una figura de peso en la colectividad musulmana local, y ambas familias, los Awada y los Menem, tenían un origen geográfico parecido: los padres del ex presidente habían llegado de Siria, y los de Abraham, del Líbano (tenía 3 años cuando arribó con ellos a la Argentina).
El padre de Juliana no solamente conocía a Menem, sino también a su esposa, Zulema Yoma, y a dos hermanos de ella: Emir, el mismo que protagonizó escándalos noventistas como el de la venta ilegal de armas a Ecuador y Croacia, y Amira, la de las valijas con supuestos narcodólares de esa misma época. El clan completo.
Zulema Yoma a su vez se hizo amiga de la esposa de Abraham, Pomi Baker, de ancestros también sirios, y esa relación continuó aun después de que la primera dama se divorciara de Menem. Y Juliana entabló un vínculo fluido con Zulemita, la hija del ex presidente.
A Abraham le gustaba difundir detalles de su amistad con el caudillo de las patillas. Por ejemplo, el viaje que en los años 80 hicieron juntos al desierto del Sahara, pero equipados como se debe. Cada vez que el entonces gobernador de La Rioja hablaba de la hazaña, Abraham acotaba, divertido:
—Sí, Carlos, nos fuimos al Sahara, pero en un coche con aire acondicionado…
Menem también estuvo invitado a la boda del hijo mayor de Abraham, Daniel Awada, “Kemel”, quien en 1985 se casó con la modelo Patricia Fraccione. El riojano llegó acompañado de Zulema Yoma y lució el incomparable look que lo convirtió en blanco de las imitaciones de Mario Sapag: traje blanco y corbata y pañuelos rosados.
Menem había bautizado “Chapulín Colorado” a su amigo porque Abraham repetía la frase de aquel personaje de Roberto Gómez Bolaños: “No contaban con mi astucia”. Así fue como, para el entorno del riojano, pasó a ser el Chapulín Awada. En los 90 iba seguido a tomar el té a la quinta de Olivos, donde el anfitrión le convidaba los habanos que le mandaba Fidel Castro. Hablaban de política, fútbol y mujeres ante la inevitable presencia de Alito Tfeli, el sobrino de Abraham y médico de cabecera de Menem. A veces también compartían alguna mañana de golf en el club San Andrés o en otro llamado Los Cedros, conectado a la comunidad musulmana. Ninguno de los dos jugaba bien, pero se divertían.
El actor Alejandro Awada, uno de los cinco hijos de Abraham y Pomi y la oveja negra de la familia, recordó que Menem también estuvo en  casa de sus padres:
­—Hubo una comida en casa donde fue ese señor, pero yo no fui –dijo en un reportaje–. Sigue siendo un tema que nos diferencia.
En realidad fueron varias visitas y no sólo una, primero en la casa de Villa Ballester y luego en el departamento de Palermo. Pero el hijo antimenemista del Chapulín Awada no se enteró o no quiso enterarse. La que sí estaba siempre sentada a la mesa en esos encuentros era la menor del clan, la bella y consentida Juliana, junto con toda la familia, salvo Alejandro. A ella le causaba gracia aquel excéntrico personaje de acento norteño y carisma desbordante, aun mucho antes de que fuera presidente.
Menem la mimaba:
­—Qué linda está tu hija, Chapulín.
En cuanto a la ya mencionada amistad entre Juliana y Zulemita, lo cierto es que, aunque hoy se trate de un secreto de Estado, hay demasiados testigos de ese vínculo como para intentar desmentirlo.
Uno de ellos es un ex novio de la hija presidencial, un conocido empresario que pide que no se revele su nombre.
­—Eran amigas, sí –me dijo el empresario–. Salíamos a comer todos juntos, incluso después de que Menem fuera el presidente.
El hermano del ex jefe de Estado, Eduardo Menem, también confirma esa relación, aunque intenta poner algo de distancia donde sencillamente no la hubo.
­—Zulemita y Juliana Awada se conocían, pero no sé si eran tanto como amigas –me dijo.
­—¿Pero no se veían seguido? –le pregunté.
­—Ah, eso sí –concedió el ex senador–. Andaban juntas.      
La propia Zulemita Menem me confirmó:
­—Con María Juliana nos veíamos seguido de jóvenes, las dos éramos parte de la colectividad.
­—¿Eran amigas? –pregunté.
Zulemita asintió:
­—Sí, salíamos juntas. Después nos dejamos de ver, cada una estaba con sus cosas…
­—¿Cuándo dejaron de verse?
­—Hace muchos años ya… Después de los 90 habrá sido.
­—¿Hoy tienen algún contacto?
­—Hace mucho que no hablamos –dijo la hija de Menem–. Pero es divina, está todo bien.
La hija de Menem, como se ve, la sigue llamando por su nombre completo: María Juliana.
Zulemita también me dijo:
­—Papá era muy amigo de Abraham Awada, andaban todo el día juntos.
­—¿Jugaban al golf?
­—Sí, mucho. Y se veían siempre.
­—¿Es cierto que viajaron juntos al Sahara? Eso contaba siempre Abraham.
Zulemita se rió del otro lado de la línea telefónica:
­—A ver, lo tengo acá al lado a papá… Papi, ¿usted viajó con Abraham al Sahara?
Se escuchó la voz de Carlos Menem:
­—Puede haber sido… Viajé a tantos lados yo.
­—No se acuerda mucho –lo disculpó su hija–. Pasaron tantos años…      
A Zulemita, como a su madre Zulema y su tía Amira, por un tiempo le gustó vestir las prendas de la marca Awada. Luego se inclinó por la indumentaria de la modista Elsa Serrano, quien aún le está reclamando la deuda por los vestidos que la hija presidencial, conocida por su voracidad, se llevó sin pagar, argumentando que se trataba de un “canje”.
A los Awada, más allá de la linda amistad que había logrado con Juliana, Zulemita los miraba con desprecio.
­—Estos se llenaron de plata con papá –era el prejuicio que repetía.
Su ex novio empresario, el que habló unas líneas más arriba, la tranquilizaba:
­—Estás siendo injusta, son laburantes de verdad.   
La cronología de los hechos indica que la explosión de la marca Awada se dio en los años menemistas, cuando Abraham y Pomi lograron abrir un local de venta al público en el selecto shopping Alto Palermo, a fines de 1993. Al año siguiente, a las prendas femeninas de Awada se le sumó la indumentaria para niños de Cheeky, la marca de Daniel, el hijo mayor, en el mismo paseo de compras. No cualquier recién llegado al negocio abría dos locales de la noche a la mañana en el Alto Palermo, pero los Awada tenían espalda y también contactos en lo más alto del poder. Ninguna traba burocrática se interpuso en su camino.
En el caso de Cheeky, además, siempre se rumoreó que Daniel Awada contó con la colaboración económica de alguien que fue acusado públicamente de ser un testaferro de Menem. Se trata de Alberto Rossi, el marido de Zoraida Awada, una de las dos hermanas mayores de Juliana.
Rossi llegó al entorno del entonces presidente de la mano de su suegro Abraham, quien se lo presentó en una cena familiar. Es arquitecto, y rápidamente se hizo cargo primero de la remodelación de la quinta de Olivos –mucho antes de que Juliana volviera a cambiarle la cara al lugar– y luego de las reformas de La Rosadita de Anillaco, la casa que el entonces Presidente tenía en su terruño riojano.
Para que se entienda: el hombre al que se acusó de ser testaferro de Menem, es decir, de encubrir la verdadera fortuna del ex presidente, es el cuñado de Juliana Awada.