DOMINGO
libro

La fuerza del mileísmo

El Presidente y sus ideologías.

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| juan salatino

Milei mereció un análisis sobre el hecho en sí mismo. Porque la escenografía que eligió marcó su posicionamiento de su primer año de gobierno y se podría decir, además, de la elección de las características de su liderazgo o de su protagonismo en la interpretación de la ópera política argentina. De espaldas al Congreso Nacional, frente a una concurrencia nutrida que se había acercado a apoyar su flamante presidencia. El mensaje fue claro: lo individual, lo disruptivo, lo mesiánico, en términos de Walter Benjamin (ver sus Tesis sobre la filosofía de la historia), se contrapone a lo institucional, a lo establecido, a lo habitual, y Javier Milei se presentó como aquel hombre providencial que venía a quebrar el curso de la historia o a reponer ese curso quebrado en algún momento del siglo XX.

Por supuesto que es posible banalizar al Presidente después de su primer año de gobierno. Restarle importancia. Minimizarlo. Pero sería un grave error. Me refiero no solo a la posibilidad de burlarse de él, o de “patologizarlo”, que es una buena forma de bajarle el precio, con las debidas consecuencias del caso. Pero también demonizarlo por demás y alertar sobre las consecuencias de su acción política es menospreciarlo. A Javier Milei no alcanza con analizarlo desde las miradas progresistas o nacional-populares, (aunque esas miradas sean siempre necesarias). A Milei hay que tomárselo bien en serio. Porque más allá de sus excentricidades, es el cuadro del liberalismo conservador argentino más curioso y extravagante de las últimas décadas. No es un político meramente pragmático ni tampoco un hombre de negocios. Se presentó como un teórico. Un idealista. Un dogmático.

Y en eso consistió, justamente, su “espeluznante atractivo”. ¿Qué quiero decir con esto? El actual Presidente posee una cosmogonía propia, una forma de ver y de vivir el mundo, la política, la ética y la filosofía que iremos desentramando. Se puede no compartir absolutamente nada de lo que dice o hace. Pero tiene un sistema cultural que lo sostiene. Más allá de los eslóganes y los lugares comunes con que el macrismo intentó impregnar a la sociedad –la meritocracia, “el país de nuestros abuelos, vincularse al mundo”, Milei ofreció, en cambio, un “sistema cultural” explicativo (que incluyó valores, principios, afectividades e imaginarios) que se vinculó directamente a la herencia de la “Argentina Establecida” durante el Proceso de Organización Nacional (1862-1880). Su vínculo con el siglo XIX no es publicitario, es programático, estrictamente político en el más profundo de los sentidos, es decir, como una acumulación de poder y un restablecimiento jerárquico dentro del Estado-Nación o, tal vez, una disolución de ese mismo artefacto histórico.

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A diferencia del macrismo (que era un tanto ramplón y venal), Milei se tomó muy en serio a sí mismo: era necesario, para él, reorganizar la Argentina, desordenada por el voto universal, secreto y obligatorio, por el peronismo en los años 40 y, sobre todo, por el kirchnerismo a principios del siglo XXI. Entronca, entonces, con la “misión patriótica” a la que aluden todos los reorganizadores de la “Argentina Establecida” (o hegemónica, si gusta más) y es en función de ese espíritu misional que se apela a sacrificios e inmolaciones que la sociedad y, sobre todo, las mayorías debieron y deberán soportar con estoicismo.

“Será duro. Pero como dijo Julio Argentino Roca, ‘nada grande, nada estable y duradero se conquista en el mundo, cuando se trata de la libertad de los hombres y del engrandecimiento de los pueblos, si no es a costa de supremos esfuerzos y dolorosos sacrificios’,” advirtió Milei en su discurso de asunción, refiriéndose a la frase pronunciada, el 12 de octubre de 1880, por el “zorro tucumano” cuando inauguró su primer mandato presidencial, ante el Congreso Nacional. Por supuesto que Milei no recordó que fue “duro” para muchos, pero no para la familia Roca, que por esos meses recibía las 300 mil hectáreas apropiadas tras la campaña contra los pueblos originarios de la Patagonia, ni tampoco para la élite oligárquica que se benefició del Orden Conservador y el modelo agroexportador. Y ese olvido también se repitió en este año de gobierno libertario. No fue duro para todos. También fueron beneficiados algunos sectores minoritarios de la economía.

Pero más allá de las chicanas históricas, el discurso del Presidente tuvo un aditivo aún más peligroso que las referencias al pasado. No se trató solo de un simple dogmatismo, de un anacronismo “no hay nada más reaccionario que pretender retrotraer a una sociedad al siglo XIX”, ni siquiera de la arrogación individual de un deber misional. Lo “espeluznante” en Milei, ya sin ningún atractivo, es que ha desatado a las “fuerzas del cielo”. No es un problema religioso. Es una cuestión estrictamente política, porque significa la entronización de la “teología política” como forma de justificación de toda acción humana. Si hay “fuerzas del cielo”, habrá “fuerzas del infierno”; si hay “luz”, habrá “tinieblas”; si hay “verdad”, habrá “mentira”. La lógica de toda “teología política, bien lo sabe el filósofo alemán Carl Schmitt, quien trabajó muy bien estos conceptos” es siempre binaria, de relación de amigo-enemigo. Y esa concepción siempre es autoritaria.

Una última apreciación: la presencia de las “fuerzas del cielo”, por definición, anula la libertad humana.

¿Milei es revolucionario, conservador o reaccionario?

A más de 200 años de la Revolución Francesa y más de un siglo de la Revolución Rusa, la palabra “revolución”, hoy, está vaciada de contenido. Pero en pleno auge de la modernidad, desde el conservador Edmund Burke a Vladimir Illich Uliánov Lenin, desde Hannah Arendt a Ernesto ‘Che’ Guevara, teóricos y políticos han utilizado el término para denostarlo, glorificarlo o simplemente fetichizarlo. Durante siglos, los hombres y las mujeres han vivido bajo la utopía de creer que al mundo era posible cambiarlo de la noche a la mañana, que era posible “tomar el cielo por asalto”, “como le escribiría Karl Marx en una carta a su amigo Ludwig Kugelman, desde Londres, el 12 de abril de 1871”. Hoy sabemos que esa palabra tan alumbradora sirve apenas para, en términos apacibles, caracterizar a una crema antiarrugas, para un método de ejercicios para hombres mayores de 60 años o en el peor de los casos para describir procesos políticos llevados adelante por lo que se percibe como una “derecha radical”, término que podría englobar el fenómeno liderado por Javier Milei. ¿Es Milei un revolucionario? ¿Es un conservador? ¿Un reaccionario? ¿Un fascista o un neofascista? ¿Un simple neoliberal radicalizado? ¿En qué consiste, finalmente, ser un anarcolibertario? De la respuesta que se le dé a este interrogante “no se trata solo un preciosismo teórico”, dependerán, también, los discursos y las acciones que serán necesarias para que su experiencia termine en un fracaso rotundo. Para comenzar es necesario aclarar que Milei tiene razón: no es un nazi, ni un fascista, ni un neofascista ni nada que se le parezca. Y, también, vale aclarar que el anarcolibertarismo no tiene mucho del anarquismo emancipador del siglo XIX y principios del XX ni tampoco, en la práctica, con el liberalismo tradicional de la misma época. Quienes intentan explicar a Milei mediante categorías europeas del siglo XX no pueden escapar de una categorización que los hace sentir cómo dos, pero que en realidad no explican la realidad argentina. Primero, porque ese significante en la Argentina siempre fue muy mal usado y tiene tantos sentidos y contradicciones que no explica absolutamente nada: el mote de fascista fue utilizado para describir a José Félix Uriburu, a los nacionalistas oligárquicos de la Liga Patriótica, a Juan Domingo Perón y su movimiento, a la agrupación Tacuara, a la última dictadura militar y a todo aquello que le resultara autoritario al emisor de ese epíteto. Segundo, porque el término podría explicar a los neofascismos europeos, pero no describen a las mismas fuerzas políticas, económicas y sociales que sostienen a Milei. Hay algunas características fenoménicas que pueden semejarse: violencia discursiva, supremacismo, autoritarismo, desprecio de la otredad, hipermodernismo tecnocrático. Sin embargo, la experiencia mileísta no posee vinculación con el nacionalismo ni con el industrialismo, no es movilizador de las masas ni defiende al Estado-Nación. Es posible que el anticomunismo conspiranoico que Milei y sus adláteres enarbolan despierte cierta melancolía teórica a algunos sectores de la izquierda que desean volver a marcos conceptuales en los que podían sentirse cómodos y entender el proceso sin ahondar en lo que realmente sucede. Pero el autoritarismo de Milei no proviene del fascismo europeo, es el heredero más fiel del viejo conservadurismo argentino, de lo peor del Proceso de Organización Nacional de 1862-1880, del rancio positivismo decimonónico, del supremacismo antiperonista de 1955-1973 y del neoliberalismo brutal de la última dictadura militar y su plan económico.

Pero Milei es algo más que la mera continuidad de esa tradición histórico-cultural que puede denominarse la “Argentina Establecida”. Es una vuelta de tuerca, un apriete de clavijas del modelo liberal conservador original, con nuevas argumentaciones y argucias discursivas provenientes ya no del neoliberalismo ochentoso sino de esa superchería económica llamada Escuela Austríaca.

Fabricio Castro, doctor en Ciencias Sociales, es especialista en el estudio de los fenómenos conservadores. Su tesis de doctorado se titula “Neoliberalismo y contrarrevolución. El pensamiento de Friedrich Hayek a la luz de un nuevo enfoque sobre el conservadorismo”. Profesor del Seminario de Análisis Político de la Maestría de Teoría Política y Social de la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA, en sus clases se dedica a explicar las diferentes teorías de lo que de manera silvestre se denomina como “la derecha”, término del cual, por supuesto, él abjura.

En otro artículo titulado “El gobierno de la derecha radical en la Argentina: un balance provisorio”, escrito en coautoría con Antonio Javier Moreno Cobas, sostiene: “Debe subrayarse la excepcionalidad del caso Milei en la historia política argentina: nunca antes un outsider había alcanzado la Presidencia, y menos aún en un lapso tan breve, sin una estructura partidaria robusta y con una propuesta ideológica tan radical y alejada de los consensos establecidos desde el regreso de la democracia en 1983 (tolerancia política, derechos humanos, seguridad social, entre otros). [...] Los estudios consultados en este trabajo coinciden en ubicar al movimiento libertario dentro de las llamadas derechas radicales, en el sentido propuesto por Cas Mudde. […] De acuerdo con este autor, un derechista radical acepta las reglas de la democracia, pero rechaza aspectos fundamentales de ella, como los derechos de las minorías, la división de poderes o la libertad de prensa [...]. “En efecto, tanto antes como después de su llegada al poder, Milei mostró cierta disconformidad con la cultura política democrática. En 2018, aseguró que “la democracia no es garantía de nada” y durante la campaña legislativa afirmó que el sistema democrático tiene “muchísimos errores”. Más aún, una vez asumida la Presidencia, pronunció su discurso de asunción de espaldas al Congreso y amenazó, a los pocos meses, con gobernar por decreto si la ley ómnibus era rechazada. De todos modos, aunque hay consenso respecto al carácter radical del mileísmo, resulta muy discutible, en cambio, describirlo a través de las otras tres coordenadas establecidas por Mudde para las derechas europeas: nativismo, autoritarismo y populismo”.

Castro y Moreno Cobas sostienen respecto del “nativismo, es decir, la creencia de que la comunidad nacional debe evitar la intromisión de elementos extranjeros, sean estos culturales o de otro tipo, que aunque La Libertad Avanza está lejos de promover el multiculturalismo y la política de fronteras abiertas, la protección de lo nativo no es decisiva de su discurso derechista”. En cuanto al autoritarismo –entendido como la idea de una sociedad jerárquica, cuyas autoridades son incontestables–, los autores sostienen que “hasta el momento deja claro que la forma de hacer política de Milei opera en los bordes de la democracia liberal y de los valores republicanos. Así lo demuestra su irrespeto por los procedimientos legislativos y los intentos de limitar la contestación social. Todo esto en función de desmontar las compensaciones igualitaristas de los gobiernos precedentes y de restituir las relaciones de desigualdad económicas, en especial en materia de derechos laborales y distribución de la carga impositiva”.

La discusión sobre el populismo mileísta requiere, según los autores, un párrafo aparte. Según ellos, “Mudde define lo populista como una ideología que postula una sociedad antagónica, dividida entre el pueblo y la élite corrupta, en la cual la política se realiza en nombre de la voluntad general del pueblo. En principio, parece plausible traducir la dicotomía mileísta entre “argentinos de bien” y “la casta” al lenguaje populista. En efecto, al hablar de “casta”, Milei alude a un universo vago, compuesto por una primera capa que incluye a los políticos, los empresarios beneficiados por el poder, los sindicalistas y los intelectuales estatistas, y una segunda más abarcativa, que alude al sector público en general. La centralidad de la crítica al Estado en esta división es un aspecto decisivo de su discurso político y evidencia la raíz ultraliberal de su ideario”. Pero si se analizan otros autores se relativiza la posibilidad de usar ese concepto: Ismael García Ávalos, por ejemplo, niega la posibilidad de que haya sido construido un “pueblo mileísta” por la sencilla razón de que los libertarios desprecian toda noción de “colectivismo y la construcción de identidades colectivas”. Otros especialistas, como el politólogo Sergio Morresi, sostienen que el discurso antipopulista es tan poderoso que hablar de “derecha populista” puede resultar contradictorio.

La cuestión por desentramar sobre el mileísmo es si, finalmente, tiene un cuerpo teórico sólido o simplemente se trata de un grupo derechista de oportunistas discursivos. ¿Es Milei un dogmático acérrimo o un pragmático advenedizo? Posiblemente sea las dos cosas. O Milei es el elemento predominantemente dogmático rodeado de jugadores preponderantemente especuladores. Lo más probable es que como ocurre siempre, o casi siempre, se trate de advenedizos convencidos de que son idealistas, o viceversa.

Sin dudas, su pragmática de gobierno está orientada por el radicalismo estratégico de Murray Rothbard, autor de “El hombre, la economía y el Estado”, y “La ética de la libertad”. Naturalista, defensor de la apropiación originaria de bienes a través del trabajo, el libre mercado más absoluto, la ilicitud de la redistribución, la mercantilización totalitaria de la vida, como por ejemplo, la licitud del trabajo infantil, la patria potestad sobre los hijos como una forma de propiedad, la legitimidad del chantaje y la extorsión. Leyendo a Rothbard se pueden comprender algunos de los de-satinos que los libertarios plantearon en su campaña: que los padres no deberían tener la obligación legal de alimentar a sus hijos, vestirlos y educarlos, ya que tales exigencias serían coactivas y privarían a los padres de sus derechos; rechaza la normativa de la asistencia obligatoria a la escuela y a las leyes que prohíben que los niños trabajen y se ganen la vida. Por último, el autor neoyorquino afirma que si se permite el mercado libre de niños, se eliminaría el desequilibrio entre padres que no quieren a sus hijos y padres que desean adoptarlos. Pero más allá de las exageraciones anarcocapitalistas de Rothbard,su lógica ha impregnado el grupo político que acompaña a Milei. Aunque muchos sostienen que, en su primer año de gobierno, más que un modelo libertario parece tratarse de un “neoliberalismo recargado”. Siempre según Castro y Moreno Cobas: “El paleolibertario Hans Hermann Hoppe, por ejemplo, criticó la centralización del poder y la suba de algunos impuestos por parte del Gobierno, y consideró que Milei no impulsó reformas lo suficientemente profundas como para ser consideradas libertarias. Y en esa misma línea [el historiador Pablo] Stefanoni entiende que Milei está más cercano al “neoliberalismo autoritario” o a un “neomenemismo que al anarcocapitalismo propiamente dicho”. Para Gastón Souroujon, en cambio, La Libertad Avanza “es una derecha radical paleolibertaria caracterizada por una actitud utópica, revolucionaria e incluso mesiánica, que aspira a la fabricación de una sociedad [en la que] reine la pura libertad individual, atomista”.

Un buen profesor es aquel que puede explicar claramente aquellas teorías que no comparte ni moral ni ideológicamente. Ese es el caso de Fabricio Castro, en la Maestría de Teoría Política y Social, que en sus “hamleteanas” clases “tiene una exposición de delicioso corte histriónico” parte de la pregunta que da título a este capítulo: ¿es Milei un conservador o un revolucionario? Por supuesto, la cuestión irritó a los maestrandos. Pero con paciencia, Fabricio logró imponer la lógica de su pedagogía, que consistía, fundamentalmente, en pensar aquello que nos repele.

De esa manera, el docente explicó que las teorías conservadoras, citando a Albert Hirschman, son aquellas que consideran que “a) actuar frente a un problema empeora ese mismo problema (tesis de la perversidad), b) actuar frente a un problema lo mantiene igual (tesis de la futilidad), c) actuar frente a un problema trastoca otro o el conjunto (tesis del riesgo)”. Es un gran punto desde el cual analizar, junto a Fabricio, el pensamiento conservador sin el prejuicio moral o ideológico tan propio del sentido común que sostiene que el conservadorismo es solo una teoría política que sirve para esconder los intereses ocultos de, por ejemplo, profundizar la concentración de la riqueza o su apropiación por parte de las élites económicas. También podría pensarse que el pensamiento conservador es una cosmovisión legítima del mundo que consiste en que hay un orden establecido regido por un principio determinado “la naturaleza, la tradición, los mandatos de un Dios, el mercado” y que cualquier intento por trastocar ese orden es un acto de injusticia. Por supuesto que ese orden tiene dispuesto beneficiarios y perjudicados y que los primeros son, generalmente, los más proclives a la mantención de ese estado de cosas, pero no es menos cierto que la tesis de la perversión, la futilidad y el riesgo deben ser por lo menos atendida para un debate profundo sobre la acción política: ¿estamos seguros de que mejoramos el mundo cuando intervenimos? ¿Estamos seguros de que hacemos más justo ese mundo o creamos futuras injusticias? Jorge Luis Borges escribió en su texto “El desierto”: “A unos trescientos o cuatrocientos metros de la Pirámide me incliné, tomé un puñado de arena, lo dejé caer silenciosamente un poco más lejos y dije en voz baja: Estoy modificando el Sahara. El hecho era mínimo, pero las no ingeniosas palabras eran exactas y pensé que había sido necesaria toda mi vida para que yo pudiera decirlas. La memoria de aquel momento es una de las más significativas de mi estadía en Egipto”. Nada hay más conservador que el terror borgeano al “efecto mariposa”. A partir de esta forma de pensar lo conservador, Hirschman, en la explicación de Fabricio, concluye que la diferencia entre un conservador y un reaccionario no es que este último es un ultraconservador sino que es aquel que intenta “contragolpear para reordenar”, o es “la pretensión de querer volver atrás, hacia un pasado inexistente, mediante la violencia política radical”. Por supuesto, estas definiciones tienen su problemática para el uso en investigación social, pero bien pueden ser utilizadas para el análisis político coloquial.

☛ Título: El síntoma Milei

☛ Autor: Hernán Brienza

☛ Editorial: Marea

☛ Edición: 2025

☛ Páginas: 136

Datos del autor

Hernán Brienza nació en Buenos Aires en 1971. Es politólogo y periodista. Es titular de la cátedra Pensamiento Político Argentino y Latinoamericano I y II en la Universidad Nacional de las Artes. Fue titular del Instituto Nacional de Capacitación Política.

Fue editorialista político del diario Tiempo Argentino y columnista en Radio Nacional. Condujo Primera Mirada, en Radio América y el último ciclo de Argentina Tiene Historia, también en Radio Nacional. Trabajó en medios gráficos como La Prensa, PERFIL, Crítica, Tres Puntos, TXT, Le Monde Diplomatique y Caras y Caretas.