DOMINGO
LIBRO

La gloria en once segundos

El segundo gol a los ingleses de México 86. Andrés Burgo reconstruyó paso a paso el encuentro y el gol, con los recuerdos de Diego, desde entonces un “barrilete cósmico”, de sus compañeros y de sus rivales.

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Elegido por votación popular el mejor gol de los mundiales, la fantástica corrida de Diego ante los ingleses lo catapultó al Olimpo del fútbol. | juan salatino

Entonces el Azteca se alumbra, como si el resto del mundo quedara a oscuras. Maradona surca el césped y nadie lo detiene: 52 metros, 44 pasos, 10,6 segundos, 14,4 kilómetros por hora, 12 toques con la pierna izquierda, cinco ingleses eliminados en una persecución autodestructiva (Beardsley, Reid, Butcher, Fenwick y Shilton, los capitanes Ahad del Azteca), y otros dos rivales que quieren acosarlo pero no lo alcanzan (Hodge, al comienzo de la jugada, y Stevens, al final). En la lista de engañados también deberían incluirse dos argentinos, Valdano y Burruchaga, que por decisión de Maradona cumplen el rol de señuelos para despistar a los rivales, siempre a la espera de un pase que no llega. ¿Cómo es ser partícipe secundario de la jugada de todos los tiempos? ¿Cómo se disfruta –y cómo se tolera– la bomba atómica de los goles? 

“Yo recibí la pelota de Batista. Si la hubiera tirado a un costado, era lateral para Inglaterra pero no, no lo hice, y se la pasé al mejor –dice Enrique–. No soy boludo eligiendo, elegí al mejor”.

—Lo que me dejó asombrado de Maradona es cómo quería la pelota todo el tiempo —recuerda Fenwick—. No le importaba la tensión o dónde era la jugada: siempre quería la pelota, era valiente. Nunca me había encontrado con alguien así, estaba en un planeta diferente. Era muy pequeño pero ancho. Era un bastardo fuerte.

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“Cuando Maradona comenzó la jugada, cuenta Reid en su libro, yo estaba ahí, pero él giró entre mi posición y la de Beardsley. La gente dijo que si yo no hubiera estado lesionado, podría haberlo agarrado, pero no había forma. Ese partido jugué con dolor en el tobillo. Después me hice un estudio y surgió que tenía una fractura por estrés. El efecto de la emoción, la adrenalina y la atmósfera del Azteca es increíble: jugué con una pierna rota”. 

“Cuando tomó la pelota, Maradona estaba de espaldas a mí”, escribió Hodge. Hizo una vuelta para sacarse de encima a Reid y a Beardsley y se escapó. Fue raro, pero yo no tuve otra marcha para retroceder y alcanzarlo. No pude. Igual pensé que, por el mal estado del campo de juego, todavía le quedaba un largo camino hasta nuestro arco”. 

Maradona comienza su unipersonal con tres toques, una pisada sobre la pelota, un giro de bailarín y abracadabra: atrás quedan Beardsley y Reid. El primero, como buen delantero, no defiende con tanta determinación: pronto se desentiende de la jugada. En cambio Reid, mediocampista y con obligaciones de marca, no se resigna y comienza a perseguirlo. Maradona juega en una ley de gravedad diferente. Tampoco toca la pelota, la galvaniza. Su próxima barrera es Butcher, el primer defensor que lo recibe en territorio enemigo, como si fuera un guardia real que custodia el palacio de Buckingham. 

“La mano de Dios fue una cosa anormal. Yo me quedé más enojado por el segundo gol porque me eludió a mí —reconoció Butcher a Daily Mail, en noviembre de 2008, y a Four Four Two, en febrero de 2009—. Eludió a todos los jugadores ingleses una vez, pero a mí me eludió dos. Pequeño bastardo. A mí me eludió al comienzo y al final, pero culpo a otros jugadores. Reid corrió todo lo que pudo, casi que terminó saliendo del estadio de tanto correr”. 

—Veo que Diego deja en el camino a dos o a tres ingleses, y se le aproxima un defensor medio pesado, Butcher —dice Giusti—. Entonces lo veo a Valdano, solo por la izquierda, y yo quiero que Diego se la pase a Valdano, pero no se la pasa. Yo pensaba: “Este hijo de puta no se la da”, y seguía sin dársela. 

“Hablan de una velocidad centelleante en el segundo gol, y no es así —dice Signorini, el preparador físico de Maradona—. Diego tardó 11 segundos en 52 metros, una marca atlética malísima. Si ponés en una misma línea a los cinco ingleses a los que eludió, y los hacés correr 50 metros, Diego llega último. Pero en el fútbol la velocidad es freno, engaño, giro, te doy la pared pero no te la doy, no es velocidad atlética. Diego no pensaba, era instinto, rapidez mental a la velocidad de la luz, un pensamiento de rayo”. 

Ya con Beardsley, Reid y Butcher en el espejo retrovisor de la jugada, a Maradona le queda la trinchera final antes de filtrarse en el área: Fenwick es el último guardián del Imperio. Aunque solo veamos una ciclópea obra individual, Maradona también se apoya en el juego colectivo para construir su jugada: ofrece indicios de pasarle la pelota a Burruchaga y busca un hueco para habilitar a Valdano. Los usa de carnada. Los ingleses se abren como las aguas del Mar Rojo porque Maradona, cuando no los elude con la pelota, los engaña con el movimiento de su cuerpo. Sus gambetas son reales y virtuales. También Víctor Hugo, en su relato para radio Argentina, se zambulle en esos amagues: “Y deja el tendal y va a tocar para Burruchaga… ¡Siempre Maradona!”.

“Acompañé a Maradona casi toda la jugada, desde que Diego da la media vuelta entre dos ingleses” —dice Burruchaga—. Éramos tres al ataque: yo en la derecha, él en el centro y Valdano por la izquierda. Yo pensaba que me iba a pasar la pelota. Cuando le sale el último defensor, Fenwick, Diego amaga y el inglés quiere anticiparse al pase. Yo creía que ahí me la daba. 

“Me ayudaron mucho Burruchaga y Valdano, que me acompañaron en toda la jugada, entonces yo amagaba y seguía” —dijo Maradona a El Gráfico en 1987—. El que me marcaba a mí (Reid) se quedó, lo encaré al grandote (Butcher), lo pasé, y agarré velocidad. Vi que venían Burruchaga y Valdano a mis costados, pero Fenwick no me salía”. 

—Cuando enfrento a Maradona, yo estaba en el borde del área grande, dice Fenwick por correo electrónico. Varios compañeros míos ya habían intentado detenerlo. Yo tendría que haberle hecho falta, pero no la hice porque todo el tiempo pensaba en que podrían volver a amonestarme. Me habían sacado tarjeta amarilla en el primer tiempo y eso me condicionó el resto del partido. 

“Yo era como el traveling de la televisión, acompañando la jugada — dijo Valdano a la web de la FIFA, en 2007—. Maradona contaría después que estuvo buscando un hueco para pasarme la pelota en mi mejor posición. O sea que hizo lo que hizo y aparte tuvo tiempo de mirar a su alrededor, lo que a mí me pareció un insulto a la profesión. Si me la hubiera pasado, yo habría convertido el gol con mucha facilidad, pero no habría sido el mejor de la historia de los Mundiales”. 

“Cuando enfrento a Fenwick, me empezó a ayudar Valdano”, dice Maradona en su biografía. Si Fenwick me salía, yo se la daba a Valdano y él quedaba solo contra Shilton. Pero Fenwick no me salía. Yo lo encaré entonces, amagué para adentro y me le fui por afuera, hacia la derecha. Me tiró un guadañazo terrible, Fenwick”. 

“El partido con Argentina fue una pesadilla, dice Fenwick en su biografía. Todavía puedo ver a Maradona corriendo hacia mí, en ese infierno de gol. Maradona debió haber sido detenido mucho antes de que llegara al área. Antes de mí hubo cuatro intentos de detenerlos y eso te hace preguntar: ¿fueron lo suficientemente buenos? Después fui yo contra él, en la última línea de la defensa, luchando para tomar una decisión. Maradona me pasó y marcó el gol que recordaremos el resto de nuestras vidas. Debí haberlo derribado. Fue un error y lo lamento. Después del Mundial recibí muchas críticas de la prensa. Mi carrera internacional fue para atrás”. 

—Cuando Diego comenzó a gambetear —dice Batista—, dejé de ver parte de la jugada. La función de los mediocampistas era que, mientras los delanteros atacaban, nosotros teníamos que ordenar el equipo, y entonces uno a veces se perdía lo que pasaba arriba. Tuve platea preferencial del golazo pero me perdí la mitad de la jugada por ordenar. 

“Yo insulté a Diego en la jugada porque iba superando etapas y veía que, si perdía la pelota, los ingleses se nos venían de contra —le dijo Batista a Olé en 2011—. Recién pude disfrutarlo cuando lo vi por tele”. 

La pelota, después de haber atravesado el océano, llega a la orilla. Beardsley, Reid, Butcher y Fenwick quedaron eludidos. Hodge y el propio Reid, que lo perseguían, abandonan. Las alarmas inglesas suenan: Butcher se rehace como el ciborg de Terminator y alcanza a Maradona por la derecha. El arquero Shilton sale para atorarlo y Stevens corre desde la izquierda para cubrir el arco. En el palco de prensa, Víctor Hugo grita “¡Genio! ¡Genio! ¡Genio! ¡Ta ta ta ta!”, mientras a Maradona le resta lo más fácil pero lo más determinante, una decisión que lo acompañará toda la vida: patear al arco o eludir al arquero. ¿Piensa en el reproche que en 1980 le hizo su hermano menor, Hugo, alias El Turco, cuando ante una jugada similar contra Inglaterra, pero en Londres, Diego pateó al arco frente a la salida del arquero Clemence y su hermano lo regañó porque, le dijo, debió haberlo eludido? 

—Cuando Diego engancha y se abre al costado del arquero, me dije: “Dios mío” — recuerda Brown. 

“Cuando Shilton salió, pensé que podría hacer algo, dice Hodge en su libro, pero Diego fue por el lado más corto, algo que no era fácil, especialmente porque Butcher se tiró sobre él. Yo estaba en el borde del área y ya no podría alcanzarlo. Solo podía rezar para que hubiera un error, pero Maradona no lo cometió, y eso que corrió 50 metros con la pelota.” 

“Cuando salí para achicarle el arco,  dice Shilton en su biografía, Maradona llevaba la pelota y Butcher le respiraba debajo del cuello. El 99 por ciento de los jugadores que están en esa situación optarían por rematar al arco. Yo esperaba eso y estaba listo, pero Maradona recién pateó cuando Butcher le cometía infracción. Me tiré pero fue una fracción de segundo tarde. Estuve cerca de tocar la pelota, pero no pude y fue gol. El estadio estalló.” 

“Le amagué a Shilton y vi que Butcher venía cerrando, dijo Maradona en 1987, en el primer aniversario del partido. Pensé en tirarla al medio para mis compañeros, pero le pegué con la cara externa del pie izquierdo para asegurar. Ahí sentí que el grandote (Butcher) me metía una patada brutal, pero no me dolió.” 

—Diego al final no le pasó la pelota a nadie —dice Giusti—, y cuando gambetea al arquero se le va un poco larga, o yo creí que se le iba larga, pero no. ¡La metió, loco, la metió, hizo el gol! Yo no lo podía creer. 

La pelota sale zumbando del pie de Maradona y cruza la línea. No es un gol, es una alquimia del fútbol, y es, también, como si un relámpago de eternidad cayera sobre el Azteca. El tiempo se acelera y, a la vez, se detiene: se vuelve mármol, se sella en bronce, se graba en la memoria de millones de personas alrededor del mundo y ese instante empieza a ser, ya para siempre, un instante eterno. 

“ En lugar de ir a abrazar a Maradona fui a buscar la pelota adentro del arco para sentir que hacía algo útil”, dice Valdano. 

“Me pasa como esos programas de televisión que detienen una imagen —escribe Reid en su libro—. Veo en cámara lenta que Maradona se escapa de los defensores. Pensé que Fen (Fenwick) tuvo mala suerte; se puede decir que Butch (Butcher) podría haber hecho algo; que Shilts (Shilton) tal vez se tiró un tiempo antes. Pero después de decir todo eso, a veces solo tenés que levantar la mano y decir que fue brillante, y eso fue lo que pasó.” 

—El gol fue increíble, pero lo doblemente increíble fue dónde lo hizo, dice Burruchaga. No solo porque eludió a los defenso-res, sino por cómo llevaba la pelota controlada. ¡En esa cancha era imposible! El campo de juego era deplorable, la pelota picaba y el Gordo la llevaba al pie como solo él podía hacerlo. En ese mismo arco, a la semana siguiente, yo le hice el gol a Alemania en la final, y solo toqué tres veces la pelota en 40 metros porque era imposible de controlar. Este la tocó diez mil veces, y no se le escapaba. 

—Ese gol se veía venir, por eso no me sorprendió tanto, dice Enrique—. En los entrenamientos en México yo jugaba para los suplentes y era muy difícil sacarle la pelota. Parecía que se caía pero se arrastraba y seguía. 

—Me habría sorprendido si el Tata Brown lo hubiera hecho, pero no Diego, dice Olarticoechea—. ¿Sabés la cantidad de goles que le vi hacer así? Lo que pasa es que lo hizo en un momento histórico y en el lugar justo, en el Mundial y contra Inglaterra. 

En su puesto de transmisión al aire libre, Víctor Hugo se pierde, queda fuera de sí: 

—¡Goool! ¡Goool! ¡Quiero llorar! ¡Dios Santo! ¡Viva el fútbol! ¡Golazo! ¡Diegol! ¡Maradona! Es para llorar, perdónenme. 

En la cancha, al festejo de Maradona, junto a un córner, se suman dos jugadores, Burruchaga y Batista. No debe resultar sencillo estar a la altura del acontecimiento: un gol extraordinario merece una felicitación acorde. ¿Qué se le puede decir a Maradona en un momento como ese?

—Diego va a festejar el gol a un rincón y yo lo seguí, dice Burruchaga—. Le dije de todo, lo insulté de arriba abajo: “Qué pedazo de gol hiciste, hijo de puta”. 

Yo tenía prohibido festejar los goles con los delanteros —dice Batista—, pero en el segundo me olvidé de las precauciones y fui a abrazar a Diego. No podía creer lo que había hecho, no entendía nada. Fui pensando qué le decía. No le iba a decir “qué lindo gol, Diego, felicitaciones”, así que lo insulté, le dije de todo, que era un marciano. Después nos quedamos un ratito allá arriba para que los de abajo se acomodaran. Hice lo mismo en la final, en el gol de Burruchaga, cuando él dice que vio a Jesús. 

Como Maradona festeja junto al banderín del córner, dos auxiliares de la selección corren a buscarlo por detrás de los carteles de publicidad. Son Salvatore Carmando, el masajista napolitano de Maradona, y Rubén Benros, el utilero. 

—Nosotros mirábamos el partido desde detrás del arco, porque ahí estaba la entrada al vestuario, cuenta Benros. Con el gol casi me desmayo. Hice una vuelta carnero, me tiré de cabeza. Aparezco en un par de videos haciendo todo eso. 

En una imagen difícil de detectar, mostrada apenas un segundo por la televisión, Carmando llega a Maradona. Lo    separa un cartel de publicidad, pero el italiano inclina su torso y lo besa en la frente. Debería ser un póster intemporal, el beso al prestidigitador, pero ningún fotógrafo captura el momento. Maradona inicia el regreso al círculo central, hace cuatro pasos y llega otro compañero. 

“Una vez que agarré la pelota dentro del arco, dice Valdano en Esto (también) es fútbol de selección—, fui adonde estaba Diego en el festejo y se la di, como si él tuviera un sentido patrimonial sobre la pelota.” 

“Antes del partido —recuerda Robson, el entrenador inglés, en su biografía, les había dicho a mis jugadores que Maradona tenía la capacidad de cambiar el partido en cinco minutos. Qué profético resultó ser.” 

“Qué gran gol, les dije a los otros suplentes ingleses, a mi lado —escribe Barnes en su libro—. Sabía que ese gol probablemente nos eliminaría del Mundial, pero fue tan fantástico que me sentí como si aplaudiera. Desde el banco veíamos a Terry (Butcher) tratar de alcanzarlo y le gritábamos: Sigue, Terry, sigue, pero no llegó. Verlo fue emocionante y angustioso al mismo tiempo. Si el gol lo hubiera hecho uno de mis pares, jugadores a los que consideraba en mi nivel, habría sentido envidia, pero Maradona era de otro planeta. Para mí lo importante fue compartir una cancha con él, no con Argentina.” (…)

Sin embargo, si hay un Homero para la Ilíada y la Odisea de Maradona, ese es Víctor Hugo Morales. Su relato debería ser el prólogo de la Constitución futbolera argentina: 

—Ahí la tiene Maradona, lo marcan dos, pisa la pelota Maradona, arranca por la derecha el genio del fútbol mundial. Y deja el tendal y va a tocar para Burruchaga. ¡Siempre Maradona! ¡Genio! ¡Genio! ¡Genio! Ta ta ta ta. Goolll, goolll, ¡quiero llorar! Dios santo, viva el fútbol. Golaaazo, Diegoool, Maradona. Es para llorar, perdónenme. Maradona, en una corrida memorable, en la jugada de todos los tiempos. Barrilete cósmico, ¿de qué planeta viniste?, para dejar en el camino a tanto inglés, para que el país sea un puño apretado gritando por Argentina. Argentina 2, Inglaterra 0. Diegol, Diegol. Diego Armando Maradona. Gracias Dios por el fútbol, por Maradona, por estas lágrimas. Por este Argentina 2-Inglaterra 0. 

—Las transmisiones eran al aire libre, en pupitres —recuerda Morales—. Nos conocíamos todos los periodistas extranjeros y la narración del gol tiene un componente algo desafiante contra un periodista mexicano al que había visto hablar por televisión. Un tipo muy prestigioso, pero que tenía mala onda (con Argentina). Y cuando grito el gol, también estaba destinándoselo. 

Sin ese relato, el gol no sería menos bello, pero sí una película muda de Chaplin. Las gambetas de Maradona y la narración de Morales se harían indisolubles. 

—Yo escuché el relato del gol varios años después del Mundial, dice Enrique—. Estaba en mi auto, conseguí un casete, lo puse y entré a llorar, solo. No podía creer lo que consiguió Víctor Hugo. Consiguió hacer más lindo el gol más lindo. 

“Barrilete cósmico” no fue un éxito inmediato: proviene de una época en la que el fútbol solo era cuestión de los domingos, no un reality show de siete días a la semana. En 1986, no había diarios especializados, escuelas de periodismo deportivo ni cana-les de cable. Las grandes corporaciones, los jeques árabes y los petrodólares rusos no vislumbraban el negocio. Maradona volvía de Italia y salía por la puerta principal del aeropuerto de Ezeiza. La selección viajaba en clase turista. Los técnicos eran marginales: la transmisión de Argentina-Inglaterra solo mostró dos veces a Bilardo y ninguna a Robson. El espectador no reclamaba protagonismo: las banderas que colgaban en las tribunas hacían referencia a las ciudades o pueblos de quienes las llevaban y las exhibían, no a los nombres de los hinchas ni a mensajes con sobredosis de pasión. El fútbol siempre exageró la vida y el Mundial siempre exageró el fútbol, pero entonces mucho menos que ahora. La inocencia y la pelota se despedían. La narración de Víctor Hugo pasó de largo, o mejor dicho quedó a la espera de ser rescatada por el futuro. “Barrilete cósmico” se masificaría a partir de los años noventa, con las nuevas tecnologías, y mientras Maradona cumplía otro de sus requisitos para convertirse en héroe: su pulseada contra la tragedia. Sus proezas del 22 de junio de 1986 lo acompañaron cuando eludía a la muerte. “Dios, dale otra mano” titularon los diarios en el verano de 2000, mientras estaba en coma en Punta del Este por sobredosis de cocaína. “No dejes de volar, barrilete cósmico”, escribieron sus fanáticos en la puerta de una clínica de Buenos Aires en 2004, con Maradona otra vez internado en terapia intensiva. En el Mundial 2006, en Alemania, el relato de Víctor Hugo ya era un salmo incorporado a la misa maradoniana. Recuerdo a hinchas estacionar su auto frente al estadio de Gelsenkirchen, para el partido contra Serbia y Montenegro. En el estéreo no sonaban canciones, sino la voz del uruguayo gritando barrilete cósmico. “Música sacra”, la definió el periodista Diego Torres, de El País. 

—Yo tenía reservas —dice Víctor Hugo. Desde el gol hasta que terminó el partido, en el resto del relato pedí perdón dos veces, y era porque creía que había hecho un macanazo. El grado de locura, la emoción violenta, era muy fuerte. Yo estaba muy salido, en blanco total, tipo violencia criminal. Después me hice más clásico, pero en aquella época, en mis relatos había más barroquismo, sobre todo antes de que dejara los auriculares. Vivía en una burbuja, en la locura del ruido, como si fuera droga. Los auriculares eran una fuente de inspiración formidable. Y entonces, durante el partido, repasaba mentalmente el gol, y le veía un costado amarillo, que había cruzado los límites naturales de la emoción, que no era yo. Hace algunos años, un chico que vive en Holanda, Marcelo Costa, me mandó el audio completo. Sus padres habían grabado todo el partido con el sonido de la radio, y lo subimos a mi web. Es increíble: la única vez que volví a ver el partido, y cuando mi hijo me escucha por segunda vez pedir disculpas, su comentario fue: “Tarado, ¿por qué pedías disculpas?”. Pasaron algunos años, y no pocos, y me fui amigando. Me dije que ese gol me estaba dando tanto que yo no tenía derecho a ser crítico. Pero había llegado al punto que, cuando me llamaban de otras radios para entrevistarme y me ponían ese audio de bienvenida, yo me tapaba el auricular: no podía escucharlo.

 

☛ Título El partido

☛ Autor Andrés Burgo

☛ Editorial Tusquets
 

Datos del autor

Andrés Burgo nació hace 45 años en Buenos Aires y es periodista especializado en deportes.

Publicó seis libros, tres acerca de Diego Maradona y tres sobre el equipo del que es hincha, River.

Los otros libros sobre Maradona son Diego dijo, las 1000 mejores frases de toda la carrera del 10 y El último Maradona, cuando a Diego le cortaron las piernas.