Somos seres sociales, no cabe la menor duda. Los diferentes homínidos hasta llegar a los neandertales, que enterraban a sus muertos, y los sapiens, que realizaban pinturas en las paredes de las cuevas, tenían todos ellos un factor común: no estaban solos. Los hombres –los cazadores– salían al alba a cazar animales para proporcionar alimentos para su clan, mientras que las mujeres cuidaban su progenie y recogían frutas y granos en las proximidades. Todos procuraban el cuidado y la alimentación de todos. ¿Esto sigue siendo así hoy en día? (…)
La agricultura lo sacó de sus hábitos nómadas para afincarlo y para que creara pequeñas comunidades. (,,,)La agricultura va de la mano de la ganadería; la crianza de animales lleva al hombre a terminar de asentarse en un terruño. Ya no necesita salir de caza porque su alimento es autogenerado por la crianza de animales. (…)
Esta condición de ser social, que excede el marco del nacimiento de la sociocultura, muestra a un humano con necesidades de contacto, de relación. La familia surge como una organización afectiva con lazos de sangre. Se yergue como una fuente inagotable de creencias, difusión de valores, instauración de pautas, el legado de la historia de los ancestros. Pero, fundamentalmente, la familia es un emporio afectivo, una matriz de amor, donde aparece el amor más incondicional, que es el de los padres hacia los hijos, en convivencia con el amor conyugal. Sin embargo, la génesis de la estructura familiar es la pareja. Dos personas se encuentran y, si surge el sentimiento amoroso, se mancomunan para sacar adelante un proyecto común, con un único objetivo: la constitución de una pareja madura que sienta las bases para la construcción de una familia. La pareja puede definirse como un sistema relacional que va más allá de los componentes individuales. De ninguna manera puede concebirse como la suma de dos personas; es mucho más que eso, si la entendemos como un sistema con componentes que interaccionan, que intercambian no solo palabras, sino ideas, pensamientos, emociones, sentimientos, ideologías, gustos, y que están dispuestos tácita o explícitamente a negociar en pos de una unidad: la unidad del sistema pareja.
La pareja es un sistema autogobernado por reglas que se desarrollan, evolucionan y se instauran a través del tiempo por medio de ensayos y errores. Pero para su crecimiento, la pareja pasa por acomodaciones y reformulaciones a partir de ciertas situaciones que la ponen en crisis y que son las verdaderas protagonistas del cambio. Las crisis son, ni más ni menos, una situación de cambio. Toda pareja pasa por situaciones críticas que la vulnerabilizan, la desestructuran y la obligan a restituir el equilibrio perdido: una mudanza, una muerte, un cambio laboral, enfermedades graves, nacimientos, viajes, etc., son algunas de las situaciones que rompen con la estabilidad. Pero de esa inestabilidad surge el cambio, como sucede con el estiércol de las vacas, cuya degradación puede propiciar el nacimiento de hermosas flores silvestres.
Estos cambios, ocasionados por los problemas que se presentan y que originan la crisis, crean un estado de máxima tensión, poblado de emociones y sentimientos que a veces no son fáciles de superar. Si bien las crisis son bienvenidas, la dureza emocional que las circunda duele tanto que la pareja puede sucumbir a ellas y disolverse; sin embargo, si logra superarlas, se fortalecerá notablemente.
Aunque estos son cambios evolutivos y, como tales, esperables, también pueden aparecer situaciones críticas imprevisibles, como muertes tempranas, enfermedades terminales o incurables en la juventud, accidentes de gravedad, por ejemplo.
Estos acontecimientos inciden en el funcionamiento de la pareja, desarrollando un proceso de adaptación que lleva, por un lado, a transformar las reglas capaces de generar cohesión entre sus integrantes y, por el otro, al crecimiento psicológico de cada uno de ellos.
Como todo sistema, el de la pareja está sostenido por reglas particulares, inherentes a cada pareja en sí misma. Estas reglas se constituyen en código a través del tiempo, por las sucesivas interacciones, y son en general reglas tácitas, espontáneas, que devienen de la ecuación de las pautas, normas, valores, costumbres, hábitos, ideologías, etc., de las familias de origen de cada uno de los integrantes de la relación. Dicho de otra manera, una pareja no está compuesta por una realidad simple: sus miembros (que comienzan a conformar una familia) son representantes de un código determinado por las familias de origen de cada uno de ellos. Por lo tanto, en una pareja existen dos personas reales y múltiples fantasmas.
*Autores de Cuando duele el amor, Editorial Herder (fragmento).