Proyectás por meses o por años y hacés “lo imposible” para vivir esa experiencia con la certeza de que ese encuentro o la vivencia de determinadas situaciones haga que la extraña sensación desaparezca. Pero cuando llega el “gran día”, lo que desaparece rápidamente de esa escena tantas veces soñada es la alegría y el disfrute. Y te repetís una y mil veces: “¿Por qué? Si era esto lo que esperaba, lo que me iba a hacer feliz”. Y aparece como respuesta esa conocida y, al mismo tiempo, extraña sensación: una mezcla de angustia, dolor e insatisfacción.
Vivimos en un tiempo donde parece que lo único estable son los cambios permanentes, donde la incertidumbre, la confusión entre lo público y lo privado, la exigencia, el deseo y el culto a la aceleración nos hacen sentir que “debemos” aprender, lograr nuestras metas y “disfrutarlas” en el menor tiempo posible. Bajo el lema “no hay tiempo que perder”, nos conectamos a todas las redes virtuales posibles, mientras trabajamos, estudiamos o “disfrutamos” de nuestro tiempo libre con la promesa, como dice Zygmunt Bauman en su libro Mundo consumo, de evitar la exclusión, el abandono y la soledad. La vida del consumo es una vida de aprendizaje rápido (y de olvido igualmente rápido): para cada “debe” hay un “no debe”. En un mundo de tantos estímulos y tantas ofertas, terminamos muchas veces desbordados por emociones negativas, disociados de nuestros deseos. Terminamos sintiéndonos ajenos en nuestra propia vida.
El vacío emocional es esa rara sensación que se puede definir como una mezcla de tristeza, ansiedad y miedo, y que linda, a veces, con la desesperación. Se puede simbolizar como un agujero negro que a veces atraviesa el estómago y otras veces el corazón o la garganta. No importa donde lo sentís, porque esté donde esté duele física y emocionalmente, muchas veces envuelto en un laberinto de emociones inmanejables. Buscás refugio comprando o comiendo de manera compulsiva o creando vínculos dependientes. Te propongo aprender a atravesarlo, viviéndolo como una “alarma emocional” de que algo nos está sucediendo. Si lo intentás, seguramente podrás evitar que se transforme en un trastorno de ansiedad o en un síndrome depresivo, entre otras posibles patologías, y puedas vivirlo como un proceso de crecimiento personal.
La sensación de vacío es una experiencia frecuente que tiene que ver con nuestras creencias, muchas veces llena de “no puedo”, “tengo que”, “nunca” y pocas veces de “necesito” y “quiero”. Magnificar defectos y errores, anticiparse a un futuro negativo, etiquetarse y buscar la perfección llevan a tener una autovaloración negativa. Quizá creciste pensando que el modelo de cómo se debía ser para sentirse querida/o o aceptada/o estaba afuera y que bastaba con copiarlo, que ahí estaba el secreto de la seguridad, como sinónimo de felicidad, pero la realidad es que no todo lo que te dicen los demás es la verdad, en todo caso es su verdad. Tenés que construir la tuya, conectada a tu criterio, a tu deseo, tratando de ser tu mejor versión. El vacío emocional se cerrará de a poco, con nuevas preguntas, con el reaprendizaje de algunas creencias. Las que determinarán que tus pensamientos y tu accionar sea disfuncional o positivo. Sabemos que todo cambio es un proceso, se trata de pasar de la zona de confort –que si bien es la zona conocida, no es la elegida– a la zona que a mí me gusta llamar “personalizada”, porque es donde podrás darle a tu vida la forma que quieras, identificándote con ella, sintiéndote libre. Pero para pasar de una zona a otra, existe un “peaje emocional”: el aprendizaje de la gestión de creencias, emociones y pensamientos, ese agujero negro, el vacío emocional. Ese sentimiento que está formado por los vínculos de apego, por el miedo a la soledad, por temor al cambio y por el autoboicot.
Vivimos como pensamos que somos. Decir que somos lo que pensamos puede parecer exagerado, pero no lo es si consideramos que tenemos entre unos 30 mil y 50 mil pensamientos al día. Los pensamientos están influenciados por factores externos (situaciones cotidianas), por lo vivido en los distintos ámbitos donde nos movemos (familiar, vincular, social y laboral) y por factores emocionales internos. El porcentaje que ocupa cada grupo de pensamientos en nuestra cabeza depende básicamente de nuestras creencias. Un claro ejemplo es cuando estamos más preocupados por lo que va a pasar en el futuro que por lo que estamos viviendo en el presente. La autoexigencia, la baja tolerancia a la frustración y el perfeccionismo hacen que generemos más pensamientos negativos que provocarán mayor preocupación y ansiedad. En general, quienes se sienten vulnerables e inseguros emocionalmente ocultan estos sentimientos dando una imagen distinta. Por miedo al rechazo, al desamor, a no alcanzar la vida que soñaron, se esconden detrás de un personaje y viven en señal de alerta emocional permanente.
Es fundamental recordar que debemos tomar los pensamientos como ideas, que son hipótesis y no hechos concretos. Poder contrastarlos con la realidad, aceptándolos o no, de acuerdo con las evidencias, nos permite focalizarnos en un tema puntual que nos preocupe. De esa manera podemos armar la estrategia de afrontamiento y no, por miedo a lo que nos puede pasar, hundirnos en la preocupación, que es en cierta manera pegarnos a nuestros miedos e inseguridades.
En cada capítulo de este libro encontrarás historias reales y aprenderás técnicas para intentar resolver situaciones que no te permitan avanzar. Hay una frase de Carl Jung que, para mí, sintetiza el concepto de vacío emocional: “Solo se volverá clara tu visión cuando puedas mirar en tu propio corazón. Porque quien mira hacia afuera sueña. Y quien mira hacia adentro despierta”.
*Autora de Vacío emocional, de editorial Vergara (fragmento).