DOMINGO
homenaje

Magdalena: entrevistas que eran clases de periodismo semanal

Sus reportajes brillaron en el Suplemento Domingo durante años. Desgrababa ella misma sus textos y los hacía llegar rigurosamente a tiempo. Aquí, dos ejemplos: con Aníbal Fernández tuvo recordados duelos retóricos y con Julio César Strassera compartió su defensa por los derechos humanos, él desde la Justicia, ella desde la Conadep.

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Magdalena Ruiz Guiñazu. | cedoc

Aníbal Fernández: “Voy a presentar mi declaración jurada después de Ganancias”

[por Magdalena Ruiz Guiñazu]

 

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Lamentablemente debemos comenzar este reportaje con lo ocurrido esta semana al senador Aníbal Fernández. “¿Qué sintió cuando lo encañonaron?” es algo que no podemos dejar de preguntar.

  Un breve silencio, y luego contesta: “Al principio, nada… Yo venía con unas tartas que acababa de comprar para comer ese día y estaba escuchando música mientras me detenía en un semáforo. De pronto, delante de mí paró un coche. Otro, detrás. Y en algún momento alguien empezó a golpearme el vidrio. Yo no entendía qué quería decirme, hasta que vi el caño del revólver. Mientras sacaba la palanca de cambios ya tenía a otro, también armado, del lado del volante. Abrí la puerta, me bajé y el que estaba a mi lado me metió la mano en el bolsillo para sacarme la llave. Pero se sabe que en estos coches no se pone llave. En cuanto vi un huequito en el tránsito crucé hacia la vereda. Eran pibes de unos 20 años y no dejaban de encañonarme. “Llevate todo”, le dije al más cercano, y cuando bajaron el arma me sentí más tranquilo.

—¿Era la primera vez que tenía un arma enfrente?

—Sí. Fue la primera vez que me pasó. 

—Debe ser una sensación espantosa. Pero usted, que es una persona inteligente, ¿cómo pudo tener aquella famosa frase acerca de que la inseguridad era sólo “una sensación”?

—¡No vamos a discutir esto toda la vida! Me hago cargo: fue un error hablar de “sensación de inseguridad”, fue un error comentarlo. Es un tema que el diario La Nación ha tomado muchas veces. Según los recortes que he guardado desde el año 2008, es el título de la nota que dice “sensación de inseguridad”. Yo no debería haberlo comentado porque parecería que uno utiliza eso para bajarle el tono a la discusión por la seguridad. Una estupidez. Bueno, el error está cometido, así que es inútil llorar sobre la leche derramada. Lo que digo es que yo no inventé el término. Lo saqué de un medio serio y señalé que, a veces, cuando usted repite muchas veces una nota periodística pareciera que fueran varias, y esto puede estar en la cabeza del inconsciente colectivo, cuando en realidad estamos hablando de un mismo delito. Pero bueno, ya está. Como le decía, es un error mío que pagaré por un buen tiempo porque muchos de los desprevenidos van a seguir insistiendo sobre este tema como si fuera un invento mío.

—Lo triste es que, cuando usted lo dijo, la situación era menos grave que ahora. Acabo de leer que en Wilde han matado a otra persona para sacarle el auto. Es una escalada que va en aumento.

—Hay una forma de medir estas cosas: cuando se trabaja en ellas se elaboran promedios, y los promedios son injustos. Si yo digo que usted se comió dos pollos y yo no comí ninguno, el promedio da que nos comimos un pollo cada uno. Pero la realidad indica que usted se comió dos, y yo, ninguno. La misma injusticia se presenta cuando uno habla de los delitos teniendo a un señor a quien han matado. Su familia se va a sentir ofendida y agraviada porque pareciera que uno lo quiere transformar en un número y no debe hacerlo. Lo que debe mirarse es el todo, y en el todo, este país, como Uruguay o Chile, tiene índices públicos suministrados por los diarios que acabo de mencionarle: La Nación y Clarín. Y esto demuestra que, en Latinoamérica, uno de los países que cada cien mil habitantes tienen menos homicidios es Argentina. Ahora, quién le explica ese promedio a las familias a las que les han ocurrido estas cosas. Yo no pretendo minimizar esto y soy muy respetuoso de lo que sucedió. Tuve la suerte de que no me pasara nada. La realidad es que uno no tiene que contrastar el hecho formal, como estadística, al que está partido de dolor porque le han matado a un familiar. Pero en realidad, la Argentina, de acuerdo con las Naciones Unidas, no tiene un número que la ponga en una situación de riesgo.

—¿Le parece? Todos, aun inconscientemente, tomamos más precauciones hoy que un año atrás.

—Yo también las tomo y, a partir de lo que sucedió la semana pasada, me veré obligado a tomarlas mucho más. Infinitas veces le he dicho a mi mujer que transite por avenidas iluminadas, y usted ve lo que me ha ocurrido, en una avenida llena de gente, luces y coches. ¿Dónde está uno seguro? ¡Qué sé yo! Uno tiene que tomar todos los recaudos, y si damos un consejo, hay que tratar de hacerlo de la manera más quieta posible para que estas cosas no traigan una consecuencia posterior. Mientras los tres pibes me estaban apuntando... bueno, una vez que dejaron de apuntarme, desapareció mi preocupación.

—Y de acuerdo con su mirada de vigilancia, ¿cómo ve la situación del narco en el país? Se lo pregunto 

porque Berni y Rossi han disentido en este punto.

—No estoy de acuerdo con lo que dijo Rossi. Me parece que Rossi está impregnado del microclima santafesino. En un momento feo, cuando a Bonfatti le pasó lo que le pasó, yo lo llamé inmediatamente. “Estoy a tu lado. Contá conmigo. ¿En qué puedo ayudarte?”. También me pareció muy bueno el trabajo que hicieron en conjunto las fuerzas federales y la policía de Santa Fe monitoreadas por Berni y por el propio gobernador. Hay que seguir trabajando en esto. Usted tiene que pensar que si Naciones Unidas considera a la Argentina como un país de tránsito es porque, entre otras cosas, es más negocio. La droga, en vez de pagar un peso aquí, paga veinte en España o en Estados Unidos. Es tal la cantidad de dinero para corromper que hay de por medio… Cuando ocurrió lo de la efedrina, si no me equivoco, se pasó de 2,9 toneladas de efedrina que entraban por año al país para elaborar remedios a 19 toneladas. En aquel momento nosotros insistimos en que si bien estaba el registro de precursores químicos en la Sedronar, la realidad es que el Congreso no tiene atribuciones para decidir quién es autoridad de aplicación, artículo 99, inciso 2 de la Constitución. Si es una atribución del Poder Ejecutivo, saquemos entonces un decreto y compartámoslo con la Anmat, que es quien tiene la responsabilidad respecto de los medicinales, y con la Policía Federal. De ese modo habrá un control mutuo que va a garantizar que solamente se pueda aceptar la importación de efedrina para los laboratorios que están fabricando estos medicamentos. Se puede hablar largo sobre este tema, pero le digo que el incremento, en Argentina, no es una cosa descontrolada. El trabajo que se ha hecho es muy fuerte y hay gente muy especializada trabajando en las fuerzas federales y provinciales. Es necesario seguir perfeccionándose y cuidando que no ingresen al país cosas novedosas que puedan permitir que se multipliquen esos negocios.

—A propósito de drogas, ¿por qué hay tan pocos radares en nuestro país? ¡Algunos hasta trabajan con horario! Constantemente hay denuncias en las zonas fronterizas.

—Se siguen construyendo, pero también con eso se comete un error: se cree que si tengo un radar y detecto un avión, el problema está resuelto. Me dijeron que, en Bolivia, habían sancionado una ley de derribo. Brasil la tiene. Pero esto no se hace en ningún lugar del mundo, porque es una condena a muerte sin procesos. Nosotros siempre insistimos en que el avión, y de hecho hay muchos aviones decomisados por fuerzas federales y provinciales, se baja con más facilidad a través de la inteligencia. Me refiero a escuchas, investigaciones, etc.

—Pero escúcheme, senador: el avión de los Juliá no solamente fue llenado de droga en Morón, donde el aeropuerto es de jurisdicción de la Aeronáutica, sino que pasó dos controles en Ezeiza hasta llegar a Barcelona, donde lo estaban esperando los españoles.

—Como ministro firmé un convenio con Alfredo Pérez Ubarcabal, entonces ministro del Interior de España, precisamente para intercambiarnos información entre la República Argentina y países como España, Portugal con quienes, reitero, tenemos convenios firmados. Le repito lo que dije antes: más que vender en Argentina, el objetivo de los narcos es vender allá. En el caso que usted menciona, seguramente habrá mucha gente que deberá dar explicaciones ante el juez.

—Pasando a otro tema, recuerdo que en el programa de radio de Lanata usted nos dijo que mañana lunes va a hacer pública su declaración jurada, ¿no es cierto?

—Lo que dije es que tuve siempre una declaración jurada pública. No voy a transformarla en privada. Cuando presenté mi declaración jurada en el Senado suponía que se hacía pública. Fue el 13 de mayo de 2012. Lo que voy a hacer ahora es la presentación de mi declaración jurada después de haber presentado mi declaración jurada de impuesto a las ganancias. Es un error pedirle al legislador o al funcionario que haga una presentación previa a la que va a presentar en Ganancias porque puede haber un ajuste, una corrección, algo que el contador entienda que conviene hacer presentándolo de una determinada manera y tiene que estar rectificando facturas. Dejen que termine Ganancias y se presentará la declaración jurada. Una vez que yo presente la declaración jurada de Ganancias que mi contadora tenga firmada y presentada, a partir de ese momento presento a la Oficina Anticorrupción mi declaración jurada porque yo no quiero que deje de ser pública.

—Legalmente no tiene obligación de hacerlo.

—Sí, pero yo quiero que siga siendo pública, porque si no me meten en un lío. Fíjese lo que dice hoy Clarín: “Tras el robo de su BMW, su patrimonio quedó bajo la lupa de la AFIP y en la AFIP figura como asesor de empresas y con ingresos de hasta 15 mil anuales”. Esa es la forma en que se inscribió. Yo no escribo estas cosas. Las escribe mi contador. El hecho imponible lo hace la actividad y no la inscripción. Pago conforme a la actividad que yo tengo. Y estoy pagando el máximo nivel. Todos los meses emito mis facturas, las envío a las empresas, me mandan los cheques y se depositan en mi cuenta corriente; tengo una sola cuenta, y además es muy fácil acceder al resumen de la cuenta corriente y advertir que todo está cumplido. No es lo que dice Clarín. Lo que pasa es que le tiran una papa caliente y arréglese usted. Pero yo no tengo nada que explicar.

—Salgamos de los números y dígame qué le pareció la reunión del Frente Amplio UNEN.

—En primer término, yo soy muy cuidadoso. Normalmente, no me meto a opinar sobre los partidos de oposición. Es un problema de ellos que solucionarán como les parezca. También, alguna consideración al respecto puede hacerse: lo que veo aquí es que es una alianza de la coyuntura buscando solamente un objetivo electoral. Y punto.

—Ellos tampoco lo esconden.

—No digo que lo escondan ni que sea deshonesto. En este caso tengo que mirar quiénes son los actores. Veo hombres a quienes les tengo mucho respeto, como Ernesto Sanz, Hermes Binner, quien no digo que sea amigo pero tiene una imagen personal muy buena. Ahora, la verdad es que ver a Sanz, Binner, Solanas, Carrió, Libres del Sur, Prat Gay, Lousteau… ¡no tienen nada que ver! ¿Que el objetivo es electoral? Bueno, sabrán hacerlo. ¿Cómo se trasunta después eso en términos del ejercicio de las políticas públicas? Y… el fracaso de la Alianza fue rotundo. Pasaban cosas terribles. Yo he visto funcionarios que ante la debilidad del presidente decían, por ejemplo: “Bueno, yo voy a plantear tal cosa y si no, ¡renuncio!”. A Raúl Alfonsín, a quien siempre respeté y respeto mucho y gocé de su afecto en los últimos años de su vida, a Néstor Kirchner, a Cristina, si alguien les presentaba la renuncia se la aceptaban en el mismo momento. Nadie iba a correrlos con la vaina ni por casualidad. En cambio, cuando aparecía de cada pueblo un amigo traía dolores de cabeza que no podían trasladar a una decisión de políticas públicas concretas en beneficio de la sociedad. Ahora tengo la sensación de que vamos a lo mismo. Lo mismo hubiera sucedido con la Unión Democrática sesenta años atrás. No quiero hacer chicanas, pero qué respuesta le hubieran dado al Partido Conservador, al radicalismo y al Partido Comunista, que en aquel momento eran todos la misma cosa compitiendo con Juan Domingo Perón.

—Las fotos de archivo muestran a Alfredo Palacios al frente.

—Estoy hablando de los que tenían una estructura distinta. Yo no dudo de que Tamborini y Mosca la tuvieran también. Pero allí había un montón de otras personas que, por más que tuvieran estatura, poseían otra visión de la política. No tenían una alternativa común para llevarla a la práctica. Lo de la Alianza, que fue poder, muestra a las claras los errores que se cometen cuando se privilegia el beneficio electoral. Pero es entrar en un tema que no me interesa. Fíjese que en Capital Federal, cuando se junta UNEN, es para un candidato como Pino Solanas. Cuando gana, todos nos preguntamos: ¿se cumplió la primera parte de las PASO, una herramienta estupenda? Ahora, la segunda, ¿hay fidelidad en el voto? Y bueno, veámoslo. Esperemos la elección. Y Solanas hoy es senador de la Nación. Son las reglas que uno pensaba que podían crear una nueva Argentina.

—Anoche, en el teatro Broadway, las piedras del escándalo eran dos: Macri y Massa.

—Sí, lo que pasa es que una buena parte de los participantes que estaban allí se ha derechizado. Sin pertenecer al sector a la derecha.

—¿Tumini también?

—¡A Tumini no le tengo ningún tipo de respeto! Mucho no me preocupa, pero en otros casos se han volcado y ya no lo ven tan lejos a Macri, que es un hombre coherente y con el cual tengo miles de diferencias, pero por lo menos es coherente. Como Federico Pinedo, a quien le tengo mucho respeto: también es coherente. Nunca ha variado su manera de pensar. Hoy lo ven como a un posible aliado a futuro. Algunos dicen que en el ballottage. Otros, en distinta situación, pero la verdad es que termina comulgando en una propuesta de derecha solapada, y me gustaría ver dónde termina una conclusión de esas características en un eventual ejercicio del poder.

—Pero en el caso de Massa, fue jefe de Gabinete K.

—Sí, un error que seguramente se debe estar pagando caro. El utilizó ese espacio para su propio beneficio traicionando a la Presidenta a ocho metros de su propio escritorio. Conozco las reuniones porque conozco a varios de los que él citaba y que se sorprendían de ser invitados al despacho del jefe de Gabinete en reuniones en las que se competía en contra de la Presidenta de la Nación. 

¡Lo echaron por eso! ¡Por traidor! Después aparece Santiago O’Donnell con su libro, en el que exhibe expresiones respecto de lo que manifestaba en la embajada de Estados Unidos contra Néstor Kirchner. Expresiones que, supuestamente, nunca se darían a conocer pero que un día se publicaron y son la visión de una persona que fue despedida al año. Yo asumí después que él. Fui dos años jefe de Gabinete, y cuando terminé mis funciones, me ofrecieron encabezar la lista de senadores nacionales para la Provincia de Buenos Aires. Ahí queda marcada una diferencia muy grande entre uno y otro pensamiento.

 


 

Julio César Strassera: “Kirchner quiso monopolizar el tema derechos humanos”

[por Magdalena Ruiz Guiñazu]

 

Este 2008 trae a la memoria de los argentinos un impresionante aniversario. Se cumplen exactamente 23 años de aquella famosa frase con la que el entonces fiscal Julio Strassera diera término a la lectura de la sentencia con que culminó el juicio a las Juntas Militares que gobernaron a nuestro país durante la dictadura.

—Señores, nunca más…

A pesar del reiterado pedido del entonces camarista Arslanian: “Silencio en la sala…”, los vetustos muros del edificio de Tribunales se estremecieron ante el  clamor de un público profundamente conmovido.

Veintitrés años después, entonces, en el fragor de este verano 2008, nos sentamos frente al mar con el doctor Strassera simplemente para recordar un acontecimiento que fue particularmente significativo no sólo en la historia argentina sino también en el Derecho Internacional.

—¿Qué recuerda, doctor, del día en el que fueron a ofrecerle convertirse en el fiscal del juicio a los comandantes?

Strassera enciende uno de sus innumerables cigarrillos:

—Dudé un poco. Yo era entonces juez de Sentencia y pedí una semana para pensarlo. Me contestaron, en cambio: “Tenés 24 horas”. Entonces acepté. Hacía dos años que era juez de Sentencia y no sabía (nadie tampoco sabía) el nivel de tarea que íbamos a tener por delante.

—Pero, ¿cómo surgió la idea del juicio a los comandantes? Si mal no recuerdo fue casi simultáneo con el advenimiento de la democracia…

—En efecto. Lo que ocurrió es que ya se había reformado el Código de Justicia Militar, se había dictado el Decreto 158 que ordenaba enjuiciar ante el Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas que, bueno es recordarlo, no hizo absolutamente nada. El Consejo tenía, incluso, la opción de dictar sentencia en un plazo determinado. Al no hacerlo, la Cámara Federal podía abocarse al tema, que fue lo que finalmente hizo.

—Usted recordaba recién aquellas 24 horas que le otorgaron para decidirse. ¿Cómo formó su equipo?

—Fue algo simultáneo al momento en el que acepté enfrentar este juicio. Me hice presente en la Fiscalía de la Cámara Federal, que contaba con su personal habitual: con su secretario, nada más. Frente al hecho de que no había más remedio que ir a juicio, comencé a buscar gente. Traje a algunos de otras dependencias y el único que aceptó venir a colaborar conmigo a nivel de la Fiscalía, fue Luis Moreno Ocampo (a quien yo no conocía pero del que me habían hablado muy bien) que, como le decía, aceptó. Ocurrió algo semejante con lo que sucedió en el Equipo de Antropología Forense. El doctor Clyde Snow (un hombre de fama internacional que, incluso, había reconstruido los restos de Tutankamón) no tuvo aceptación entre los antropólogos formados y, por eso, eligió a gente entonces muy joven, algunos a punto de recibirse.

—Recuerdo, doctor Strassera, que el año pasado, en Roma, el fiscal Caporale (a cargo del juicio por los desaparecidos argentinos de origen italiano) nos comentaba que no se subraya suficientemente el hecho de que el caso argentino (creo que junto al del juicio a los coroneles griegos) es prácticamente único en el mundo. Nuremberg, por ejemplo, tuvo jueces pertenecientes a las fuerzas aliadas y sólo fiscales alemanes.

—Por supuesto. Yo lo he dicho muchas veces. Es un caso único que, inclusive, se diferencia del juicio en Grecia. ¿Por qué? Pues simplemente por el hecho de que los coroneles griegos fueron juzgados por un tribunal militar y condenados por traición a la patria y no por violaciones a los derechos humanos. El juicio a las Juntas es único en la historia por varias razones. En primer término, porque intervenía un tribunal civil que fue la Cámara Federal, que llevaba años en el país y no fue creada especialmente para este juicio, y luego porque se aplicó el Código Penal que puede serle también aplicado a cualquier ciudadano como usted o como yo.

—Llama entonces doblemente la atención (y se lo mencionamos al entonces presidente Kirchner en su momento) que un hecho jurídico tan importante a nivel internacional nunca se menciona desde el gobierno kirchnerista, tan interesado en los derechos humanos…

Strassera aspira lentamente un nuevo cigarrillo:

—Bueno, el gobierno del doctor Kirchner ha querido monopolizar el tema de los derechos humanos y yo desearía recordarle que, si fuera por el Partido Justicialista al que pertenece, no hubiera habido juicio. Italo Luder, por ejemplo, decía que la Ley de Autoaministía era válida. En fin… pretextos siempre pueden encontrarse. Era una forma de cubrirse ante ulteriores eventualidades. Tampoco ningún legislador justicialista aceptó integrar la Conadep (Comisión Nacional por la Desaparición de Personas). Yo recuerdo que en el acto en la ESMA, el entonces presidente Kirchner dijo (y Alfonsín se enojó muchísimo) que en 20 años de democracia no se había hecho nada en materia de derechos humanos.

—Bueno, a nivel personal, el presidente Kirchner hizo algunos llamados conciliatorios…

—Sí, a nivel personal. Pero públicamente nunca se retractó, que es lo que debería haber hecho.

—Esto produjo en su momento muchos comentarios…

—Sí, pero también reconozco que dije públicamente que la Corte Suprema de Justicia removida por Kirchner era un desastre y esto, quiero reconocerlo, fue algo que su gobierno hizo bien. En su momento dije: “El Presidente tiene razón, pero no puede salir a hablar mal del titular de la Corte Suprema por la cadena nacional, porque esto trae consecuencias. Mañana van a decir (que fue, por otra parte, lo que ocurrió) que el presidente embiste contra la Corte Suprema”. Tal cual. Al día siguiente, Kirchner (posiblemente mal informado) salió a decir que yo no podía hablar porque había sido fiscal de la dictadura. Hasta Morales Solá dedicó una columna al tema en el diario La Nación.

—¿Y usted qué le habría contestado si lo hubiera tenido enfrente?

—Mire, a Kirchner le hubiera contestado muchas cosas. Por ejemplo, que no recordaba que él, como abogado, hubiera patrocinado un hábeas corpus. Es muy fácil, hoy, monopolizar los derechos humanos.

—¿Para usted no fueron una desilusión las leyes de perdón (Obediencia Debida y Punto Final)?

—Se ha hablado mucho sobre esto y también lo he dicho varias veces: fueron leyes dictadas por absoluta necesidad. Esto lo ha reconocido el propio Alfonsín. No hay que olvidar que fueron leyes dictadas después de dos levantamientos militares. Ahora todo parece muy fácil. Aquella era una democracia muy frágil y en aquel momento no se podía presionar a cualquiera. Yo recuerdo (y lo digo porque es algo público) que el senador Adolfo Gass, que tiene un hijo desaparecido, me vino a ver a la Fiscalía y, con lágrimas en los ojos, me dijo: “Strassera, yo voy a votar favorablemente estas leyes porque no queda más remedio”. Gass había pasado por la experiencia de ser uno de los legisladores que fue a Campo de Mayo cuando el levantamiento de Aldo Rico. Había allí mucha gente insultando a los carapintadas. A Gass lo atendió un capitán y le dijo fríamente: “Senador, dígale a la policía que retire la gente porque, a la primera piedra, abrimos fuego”.

Nos quedamos reflexionando mientras el sol baja lentamente tras la isla Gorriti.

—Dígame, Strassera, qué hubiera pasado, por ejemplo, si en vez de decir “la casa está en orden”, Alfonsín hubiera reconocido “el presidente está solo”. Recordemos que, en toda la República, las plazas se llenaron de gente defendiendo la democracia… Un fenómeno que nunca se repitió.

—Quizá se podría haber dicho de otra manera, pero yo no soy quien para enmendarle la plana al ex presidente Alfonsín. Era tan grave decir que el presidente se veía forzado a dictar este tipo de leyes como no dictarlas.

—¿Y la actual derogación de esas leyes?

—Me parece correcta. Y estoy de acuerdo en que lo haya hecho la Corte Suprema de Justicia y no el Congreso. El Congreso no tiene competencia para anular leyes que dictara anteriormente. Las leyes se derogan. No se anulan. O se modifican o se reemplazan por otras. Esa es la verdadera competencia del Congreso. En fin, eso fue un acto de política barata. La Corte, en cambio, puede decir que las leyes son anticonstitucionales, tal como lo ha hecho.

—¿Usted ve a esta Corte como un tribunal independiente?

—Creo que sí. No estoy de acuerdo con algunos fallos, pero creo que tiene un grado de independencia mucho mayor que la anterior. La anterior fue una vergüenza. Estaba absolutamente sometida al Poder Ejecutivo. Ahora, hay cosas que a mí no me satisfacen, como el fallo en el que señala que los delitos de lesa humanidad sólo pueden cometerse desde el Estado. Y esto no es así. La Argentina firmó el protocolo de Roma, que dice claramente con respecto a esto que “son crímenes de lesa humanidad aquellos cometidos por el Estado o una organización”.

—¿A usted le parece que esto se aplica, por ejemplo, a las FARC colombianas?

Strassera se detiene, pensativo.

—Yo creo que sí. Las FARC son un grupo terrorista y además están cometiendo delitos de lesa humanidad, como secuestros, privación de libertades civiles, muerte de civiles… Además, ¡son narcotraficantes!

—Se dan, en el siglo XXI, horribles paradojas. Por ejemplo, recordemos que durante la dictadura argentina un presidente norteamericano, como James Carter, fue un acérrimo defensor de los derechos humanos y, en cambio, bajo la presidencia de Bush nos encontramos no sólo con el oprobio de Guantánamo, sino también con esas cárceles secretas en Afganistán, Polonia y quién sabe dónde más, a las que se llega en aviones ocupados por personas de las que no sabemos nada. En una palabra: desaparecidos. Esto, doctor, infringe cualquier clase de legislación.

—Y es muy grave. Jamás podría haberse imaginado que Estados Unidos mantuviera durante años a toda esa gente detenida sin proceso y sin que prospere un hábeas corpus. Reitero que esto es muy grave, pero esas críticas entran dentro del tipo de justificaciones que hace el presidente Chávez. Cuando mencionamos a alguien como terrorista, Chávez contesta: “¡El terrorista es Bush!”. Y lo que hay que subrayar es que, así hablemos de las FARC como de Montoneros o de esta política norteamericana, es absurdo argumentar algo así como: “Esto es malo pero fulano es peor”. Es una justificación completamente falsa. Nadie sabe dónde están exactamente los rehenes en la selva y nadie sabe tampoco quiénes son los ocupantes de los aviones yanquis que usted mencionaba recién. Es gente prácticamente desaparecida. Espero que un cambio de gobierno en Estados Unidos signifique también un cambio de politica exterior.

—Volviendo a nuestro país, Strassera, ¿qué ocurre con nuestra Justicia? ¿Por qué es tan notablemente lenta?

—Mire, la Justicia es rápida cuando quiere. Creo que el que prostituyó la Justicia es Carlos Saúl Menem. Y lo he dicho en varias oportunidades. Va a costar reconstruirla y el gobierno de Kirchner ha demorado el nombramiento de nuevos jueces aun cuando la presidenta Cristina ha enviado una serie de pliegos. Sin embargo, todavía quedan muchos cargos sin cubrir. No sé qué estarán esperando… ¿Poder colar a algún amigo, quizás? Es cierto, la Justicia es muy lenta pero fíjese usted que, para vergüenza nuestra, la Justicia de la Ciudad de Buenos Aires cuando quiere es muy rápida. ¡Ojo!, no voy a defender a Macri, porque no lo voté, pero la jueza Elena Liberatori apenas tardó 24 horas en dictar un fallo escandaloso que merece un juicio político. ¡Es un prevaricato grande como una casa! Y ahora otro juez, el doctor Gallardo, hace muy rápidamente lugar a un amparo en rechazo de la renovación de 2.400 contratos de la administración municipal presentado por Sutecba. Estos jueces ya nos tienen acostumbrados a estas cosas: ¡cuando quieren ser rápidos, lo son! Gallardo ya clausuró el casino flotante una vez. Lo revocaron… Bueno, o son muy de derecha, como cuando la jueza clausuró la exposición de Ferrari, o muy de izquierda, cuando me dicen que Gallardo tiene una imagen del Che Guevara en su despacho. Son temas escandalosos. Le van a hacer la vida imposible a Macri, olvidando que lo votó más del 60% de los porteños. Pero vuelvo a repetirle, yo no lo voté y, además, he sido defensor de Aníbal Ibarra. Por lo tanto no tengo nada que ver con Macri, pero ¡por favor!

—Ya que hablamos de Macri, ¿no le parece que la oposición se muestra bastante dispersa, desmigajada? ¿A qué lo atribuye?

—A ambiciones personales. Cada uno cuida su quintita. Acabo de hablarle mal de la Justicia, pero si hay algo que da realmente vergüenza es nuestro Parlamento, que se distingue por decirle “¡amén!” al Poder Ejecutivo. No veo, por ejemplo, que se discutan los decretos de necesidad y urgencia que deberían haber tratado.

— Y volviendo a usted, doctor, después de treinta años de carrera judicial…

—…Desde desempeñarme como un empleado de última categoría...

Interrumpe el ex fiscal y vuelve a surgir en nuestro recuerdo el alegato final de la histórica sentencia: “Señores, nunca más…”:

—¿Qué siente un magistrado cuando la historia le depara una circunstancia con estas características?

—Un magistrado debe saber aplicar el Derecho. Y esto no es tan fácil. No hay que ser ningún genio, pero sí hay que tener coraje y sentido común.

—Bueno, es una definición bastante humilde si se piensa en la enorme preparación jurídica que exige un juicio como el de las Juntas Militares…

—Creo que la Cámara Federal que me tocó estaba compuesta por hombres con una sólida preparación científica.

—¿Y cómo repercutió en las familias de ustedes?

—No puedo hablar por los demás, pero algunos, como D’Alessio, tuvieron problemas. Un atentado en su casa, por ejemplo. Por mi parte, no sufrí atentados, traté de apartar a mi familia de mis actividades. Eso sí, mis chicos iban al colegio en un auto con policía por razones obvias.

—Volviendo a las imágenes que se conservan del juicio y de los alegatos de las defensas, quizás el más violento fue el del almirante Massera.

—Sí. Diría que fue hasta amenazante. Sin embargo no creo que nadie se haya dejado intimidar por los dichos de Massera.

—¿Usted cree que aquellos que tienen prisión domiciliaria deberían estar en una cárcel común?

—No podemos pretender que las cosas sean siempre como uno desea. El asunto es que estos hombres están presos. No importa dónde. Tampoco es aceptable la idea del prisionero tipo Conde de Montecristo con una cadena al cuello. Lo que ocurre es que el tema de la prisión domiciliaria se está aplicando mal, porque es facultativa. Se supone que se aplica en los casos de personas que están enfermas y no tiene por qué ser automática al cumplir 70 años. Tampoco creo que, por un tema de seguridad, estos presos deban ir a cárceles comunes en las que pueden ser agredidos. Tienen que estar en un lugar separado de los presos comunes y el Estado debe velar por la gente detenida cualquiera sea el motivo de su prisión.

Y mientras las embarcaciones vuelven lentamente de su jornada de pesca, se hace un silencio en la playa del atardecer.

—¿Cómo se siente alguien que ha sido parte de la historia?

—Yo me siento muy bien. Ahora, cuando me dicen que soy parte de la historia, les digo: “¡Cuidado!”. También Nerón es parte de la historia. Pero, seriamente, estoy bien. Me he jubilado, ejerzo la profesión. En un primer momento extrañé la función. Ahora ya no.

—¿Nunca habló personalmente con los ex comandantes durante el juicio?

—No. Los jueces de la Cámara sí tuvieron entrevistas personales, pero cuando terminé mi alegato recuerdo que Videla seguía leyendo un libro religioso, como lo había hecho durante todo el juicio, y que Viola, en cambio, se dirigió al público que aplaudía la sentencia y les gritó: “¡Hijos de puta!”.