DOMINGO
LIBRO

Para todos y todas

Regalo ideal para las fiestas, y la mejor compañía para las vacaciones. Ocho sugerencias de libros para todos los gustos: los secretos de los gigantes del mundo digital, feminismo y debate por el aborto, crónicas de una Buenos Aires desconocida, consejos para la crianza de hijos en el siglo XXI, historias de las cábalas futboleras, economía para el día a día y una reflexión sobre las terapias.

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Ocho sugerencias de libros para todos los gustos. Regalo ideal para las fiestas y la mejor compañía para las vacaciones. | cedoc

Los cuatro jinetes por Scott Galloway

A lo largo de los últimos veinte años, cuatro gigantes tecnológicos han propiciado más alegrías, contactos, prosperidad y descubrimientos que ninguna otra entidad en toda la historia. En su andadura, Apple, Amazon, Facebook y Google han creado cientos de miles de puestos de trabajo con sueldos elevados. Los Cuatro son responsables de toda una variedad de productos y servicios que están totalmente imbricados en la vida diaria de miles de millones de personas. Te han metido un superordenador en el bolsillo, llevan internet a los países en desarrollo y están cartografiando las masas de tierra y los océanos de todo el planeta. Los Cuatro han generado una riqueza sin precedentes (dos mil trescientos millones de dólares) que, a través de sus acciones, han contribuido a la seguridad económica de millones de familias en todo el planeta. En resumen, hacen del mundo un lugar mejor. Todo lo anterior es cierto, y ese es el relato que se defiende, una y otra vez, a lo largo y ancho de miles de medios de comunicación y en cada reunión de la clase innovadora (universidades, congresos, comparecencias parlamentarias, salas de juntas). Aun así, tengamos en cuenta otra perspectiva. (...)

Imaginemos lo siguiente: un minorista que no paga impuestos, trata mal a sus empleados, destruye cientos de miles de puestos de trabajo y que sin embargo es aplaudido como el parangón de la innovación empresarial. Una empresa tecnológica que oculta información a los investigadores federales sobre un atentado terrorista ocurrido en suelo nacional, y que lo hace con el apoyo de una base de seguidores que le profesan un culto como si de una religión se tratara. Una empresa de redes sociales que analiza miles de imágenes de tus hijos, activa tu teléfono como dispositivo de escucha y después vende esta información a las empresas que figuran en la lista Fortune 500.

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Una plataforma publicitaria que acapara, en algunos mercados, el 90 por ciento del sector mediático más lucrativo y evita las regulaciones de la competencia a través de agresivas medidas de litigación y de presión.

Esta versión también corre por todo el mundo, pero en voz queda. Aun sabiendo que estas empresas no son entes benévolos, las invitamos a entrar en las zonas más íntimas de nuestra vida. Divulgamos voluntariamente actualizaciones sobre nuestra vida personal, a sabiendas de que serán utilizadas con fines de lucro. Los medios de comunicación elevan a los ejecutivos que dirigen estas compañías al estatus de héroes o genios en quien confiar y a quien debemos emular. Nuestros gobiernos les otorgan un trato especial en lo tocante a la legislación sobre la competencia, el pago de impuestos e incluso el derecho laboral. Además, los inversores hacen subir sus acciones, lo que les genera un capital y una capacidad de maniobra casi infinitos para atraer a las personas de más talento de todo el mundo o para aplastar a sus adversarios.

Entonces, estas organizaciones, ¿son los Cuatro Jinetes de Dios, el Amor, el Sexo y el Consumo o son los Cuatro Jinetes del Apocalipsis? La respuesta a ambas preguntas es sí.

 


¿Qué es lo que quiere el género? por Judith Butler

C onsiderar el género como una forma de hacer, una actividad incesante performada, en parte, sin saberlo y sin la propia voluntad no implica que sea una actividad automática o mecánica. Por el contrario, es una práctica de improvisación en un escenario constrictivo. Además, el género propio no se “hace” en soledad. Siempre se está “haciendo” con o para otro, aunque el otro sea solo imaginario. Lo que se llama mi “propio” género quizá aparece en ocasiones como algo que uno mismo

crea o que, efectivamente, le pertenece. Pero los términos que configuran el propio género se hallan, desde el inicio, fuera de uno mismo, más allá de uno mismo, en una socialidad que no tiene un solo autor (y que impugna radicalmente la propia noción de autoría).

  Aunque ser de un cierto género no implica que se desee de una cierta manera, existe no obstante un deseo que es constitutivo del género mismo y, como consecuencia, no se puede separar de una manera rápida o fácil la vida del género de la vida del deseo. ¿Qué es lo que quiere el género? Hablar de esta manera puede parecernos extraño, pero resulta menos raro cuando nos damos cuenta de que las normas sociales

que constituyen nuestra existencia conllevan deseos que no se originan en nuestra individualidad. Esta cuestión se torna más compleja debido a que la viabilidad de nuestra individualidad depende fundamentalmente de estas normas sociales.

  La tradición hegeliana enlaza el deseo con el reconocimiento: afirma que el deseo es siempre un deseo de reconocimiento y que cualquiera de nosotros se constituye como ser social viable únicamente a través de la experiencia del reconocimiento. Dicha visión tiene su atractivo y su verdad, pero también descuida un par de puntos importantes. Los términos que nos permiten ser reconocidos como humanos son articulados socialmente y son variables. Y, en ocasiones, los mismos términos

que confieren la cualidad de “humano” a ciertos individuos son aquellos que privan a otros de la posibilidad de conseguir dicho estatus, produciendo así un diferencial entre lo humano y lo menos que humano. Estas normas tienen consecuencias de largo alcance sobre nuestra concepción del modelo de humano con derechos o del humano al que se incluye en la esfera

de participación de la deliberación política. El humano se concibe de forma diferente dependiendo de su raza y la visibilidad de dicha raza; su morfología y la medida en que se reconoce

dicha morfología; su sexo y la verificación perceptiva de dicho sexo; su etnicidad y la categorización de dicha etnicidad. Algunos humanos son reconocidos como menos que humanos y dicha forma de reconocimiento con enmiendas no conduce a una vida viable. A algunos humanos no se los reconoce en absoluto como humanos y esto conduce a otro orden de vida

inviable. Si parte de lo que busca el deseo es obtener reconocimiento, entonces el género, en la medida en que está animado por el deseo, buscará también reconocimiento. (...)

 


Las Marianas y su almacén La Media Luna por Leandro Vesco

Las Marianas es un pueblo de belleza simple y apacible. La plaza nuclea la vida social, una carnicería, la farmacia, un bazar y la delegación. También la capilla y la escuela. Viven aquí quinientas personas. Vemos vecinos que caminan para hacer sus compras, perros atildados que husmean las bolsas de los clientes que salen de la carnicería. Hay un aroma a hierba fresca que atraviesa de hito en hito el pueblo. El silencio es franco y la sonrisa de un niño que pasa en una camioneta que maneja su padre reconforta. Hay una felicidad que merodea la comarca. Los pueblos del interior profundo respiran un aire diferente. En eso, el mugido de una vaca y el sonido de una botella que se posiciona frente a un vaso nos devuelven la mirada al almacén. La localidad vive su propia dimensión temporal. Esto se materializa en el aroma que se siente al entrar al almacén La Media Luna, o “lo de Masmud”, para todo aquel que no es del pueblo. Un pedazo del Líbano se resigna a morir en este boliche que desde comienzos del siglo XX abre todos los días sus puertas para mantener viva la más pura tradición campera. Barajas, copas y soledad, acá las mesas son huérfanas y esperan la llegada de la paisanada para recrear el conjuro de la compañía. Las miradas cansadas han limado la madera del mostrador, que tiene una suavidad galante. Los árboles, frondosos, aseguran sombra en la vereda; la historia del pueblo se podría contar si las botellas más altas de las estanterías hablaran. “Me van a sacar muerta de mi boliche”, asegura con una mirada pícara Mimí, quien en realidad se llama Fadila y se jacta de jamás haber tenido un novio. Sin embargo, ostenta una fama que trasciende el pueblo: “Sirvo el mejor vermut de la provincia”. La Media Luna se llama así porque don Masmud –padre de Fadila, Soraya y Pedro, la guardia imperial de hermanos almaceneros– llegó del Líbano a los quince años y, sin saber el idioma, comenzó a trabajar en este boliche que su padre en el 1900 había abierto. “Siempre ponía en los almanaques una media luna y una estrella; eso le hacía recordar la cultura árabe”, afirma Mimí. En aquellos tiempos no se necesitaba hablar en criollo, si uno sabía trabajar, ya con eso bastaba, y don Masmud, una vez muerto su padre, siguió en el almacén, tuvo su familia acá y ahora sus hijos siguen su legado. Su presencia es aún notable: las personas que han servido bebidas durante muchos años siguen haciéndolo aun en la ausencia. Las incontables anécdotas que tienen a don Masmud como protagonista lo hacen inmortal. Si alguien viene a Las Marianas y no pasa por acá, no ha venido al pueblo. En el argentino aquelarre de botellas, yerba, latas y sogas hay una foto en una estantería con el patriarca de la familia; como sucede con Gardel, su mirada nos sigue. En lugares así, el tiempo no pasa: con casi cien años de diferencia entre el disparo que produjo esa foto y el ahora, La Media Luna sigue igual. Esto se llama magia y solo es posible palparla en los pequeños pueblos. “Esto lo hacemos para mantener la tradición”, reconoce Mimí. (...)

 


Educación para la vida por Melina Furman 

Hoy ya no caben dudas de que el mundo se acelera a un ritmo vertiginoso. La exponencialidad del cambio tecnológico hace que no tengamos demasiadas herramientas para predecir cómo será el futuro cercano. Hay fuertes conjeturas en torno a la robotización del trabajo y a la desaparición de muchas profesiones, a los cambios que el desarrollo de la inteligencia artificial traerá aparejados, a los desafíos climáticos, de sustentabilidad y de desigualdad creciente que serán parte del escenario en el que nuestros chicos  tendrán que vivir.

Estamos en un momento de oportunidad en el que hay un debate global sobre el rumbo de la educación en el futuro. En muchos círculos académicos y políticos se está discutiendo qué nuevas formas debería tener la escuela (o, incluso, si debería seguir existiendo tal como la conocemos hoy) para preparar a los niños y jóvenes para ese mundo del futuro.

Por eso, si coincidimos en que la educación tiene que preparar para la vida, una de las preguntas más acuciantes (y difíciles de responder) es qué vale la pena que los chicos aprendan hoy. Y aquí les propongo avanzar más allá de las respuestas individuales que ensayamos en el primer ejercicio y tomar como referencia los aportes de especialistas de todo el mundo que vienen preguntándose, desde hace algún tiempo, sobre qué tenemos que aprender para vivir de manera plena en un mundo que en muchos sentidos es cambiante, incierto y cada vez más complejo. Un mundo vertiginoso, que parecería haber puesto un pie en el acelerador y en el que hay que ajustarse fuerte los cinturones.

¿Vale la pena que los chicos aprendan idiomas? ¿Que desarrollen la expresión artística? ¿El deporte? ¿La tecnología? ¿Qué y cuánto tienen que aprender de Matemática, de Historia, de Literatura, de Biología? ¿Qué otros aprendizajes son fundamentales, más allá de los que figuran en el currículo escolar? ¿Hay aprendizajes escolares que hoy convendría dejar de lado? ¿Cuáles y por qué? La respuesta a estas preguntas no es única, ni mucho menos sencilla. Definir lo que vale la pena aprender en la actualidad es tema de acalorados debates, porque habla de nuestros valores más profundos como individuos y como sociedad. ¿Queremos niños que encuentren algo que los apasione? ¿Que tengan una buena cultura general? ¿Que se destaquen en algún campo? ¿Que sean creativos? ¿Independientes? ¿Que tengan voluntad de aprender por sí mismos? ¿Que encuentren su propia voz? ¿Que disfruten del conocimiento? ¿Que tengan hábitos de trabajo responsable y persistencia ante la frustración? ¿Que sepan trabajar en equipo? ¿Que puedan establecer buenos vínculos con los demás? (...) ¿Que sepan qué hacer con su tiempo libre? ¿Todas las anteriores? ¿Solo algunas? ¿Faltan otras importantes? ¿Qué priorizamos de todo eso? Aunque es difícil llegar a una única respuesta, en las últimas décadas existe cierto consenso entre los especialistas de todo el mundo sobre la importancia de formar algunas capacidades claves. (...)

 


Derecho a decidir por Maria Florencia Alcaraz

Cuando se cumplieron diez años de la Comisión por el Derecho al Aborto, la escritora feminista Tununa Mercado escribió un texto que la activista queer feminista, ensayista y periodista Mabel Belucci recuperó en una nota en la revista Haroldo, en 2016. El artículo se tituló Hablarle a la sordera. “La Comisión es un ejemplo de esa persistencia alerta, que no tiene miedo de incomodar, que no espera dar el salto para argumentar en las situaciones límite, aunque lo dé con decisión. La insistencia es alentadora y la decisión de llegar hasta la conciencia política de este país tan poco feminista, tan sordo a las reivindicaciones que las mujeres han logrado ampliamente en otros países, desde luego, nunca sin lucha”, dice Mercado. (...)

¿De qué trata la historia que cuenta este libro? De esa persistencia alerta, esa insistencia alentadora que tienen los feminismos populares en Argentina. Con prepotencia de trabajo, organización popular y tenacidad militante, lograron sacar del closet el aborto, construyeron un amplio consenso y la conciencia colectiva del derecho a decidir. (...) El proceso transitado en 2018 impulsó a que muchas feministas en América Latina y el Caribe fortalecieran sus campañas por la despenalización y legalización.  

El corte temporal del libro va desde el regreso de la democracia, en 1983, hasta la séptima presentación del proyecto de ley de interrupción voluntaria del embarazo de la Campaña Nacional por el Derecho al Aborto Legal Seguro y Gratuito, que marcó un hito: consiguió la discusión parlamentaria en ambas cámaras. Con más de tres décadas de historia de la lucha y trece años de Campaña se logró uno de los procesos políticos, pedagógicos, transversales, públicos y plurales más interesantes de la vida democrática de la Argentina. Un proceso de construcción de consensos que dejó una evidencia: al igual que el trabajo doméstico no remunerado, que recae con mayor fuerza sobre las espaldas de las identidades feminizadas, el trabajo de las mujeres en la conquista de sus derechos nunca se termina. Tampoco terminará con la sanción de una ley.

Aunque el Senado bloqueó la posibilidad de convertir el proyecto en ley, no hay dudas de que la democracia feminista se fortaleció. Durante cinco meses, la conversación sobre aborto fue constante: se compartieron datos, estadísticas, historia de vida, argumentos políticos, jurídicos y científicos alrededor del tema como nunca había ocurrido. Se pudieron derribar distintos mitos: las imágenes crueles de restos humanos que proponían los grupos antiderechos fueron contrapuestas con un cuerpo colectivo movilizado en las calles todas las semanas en los “martes verdes”, las mentiras sobre el denominado trauma post aborto fueron desarmadas con conocimiento científico, la idea de que solo se aborta de manera quirúrgica se aplastó frente a la difusión del uso del misoprostol. Sin embargo, no alcanzó. El aborto estuvo al borde de la ley.

El resultado dejó en jaque a la representación política de un Senado que ignoró tres millones de personas de todo el país en las calles exigiendo aborto legal durante dos vigilias históricas. La ocupación callejera tuvo una dimensión inédita para una disputa legislativa: quienes se movilizaron pasaron la noche a la intemperie, durmieron en el asfalto en pleno invierno a la espera de una respuesta política. En más de 40 embajadas argentinas siguieron el debate e hicieron pañuelazos. “En la calle ya es ley”, se dijo esa noche.

El rechazo plantea un estado de alerta para que no haya retrocesos. Porque los avances conquistados en términos de despenalización social provocaron reacciones conservadoras fuertes. Las iglesias Católica y Evangélica forjaron las articulaciones de la campaña por “las dos vidas”, que tuvo hasta su pañuelo propio color celeste. (...)

 No fue ley el 9 de agosto pero no hay dudas de que el aborto en Argentina, más temprano que tarde, será ley.

 


Cábala en hebreo se acentúa Cabalá por Ricardo Gotta

Para un amplio sector del fútbol no solo se gana con estrategias, planteos tácticos, ideas y goles. De ellos brota la creencia en fuerzas sobrenaturales que revolotearían en los terrenos de juego y que la pelota se mueve al influjo del talento de quien la patea, pero también por ascendencia de poderes invisibles. ¿Inocencia, ignorancia, profunda convicción? Lo que fuera, estas cuestiones tienen una enorme gravitación popular en el deporte. No solo es meter goles. También, por caso, una parte importante del ambiente considera que se trata de elegir las cábalas correspondientes en el momento preciso. Existen para todos los gustos. Y aunque en mayor o menor medida son utilizadas por la mayoría, no se las considera con seriedad. No tienen buena prensa.

Porque, en realidad, la cábala no es considerada una filosofía sino que se vincula con una tradición mística y esotérica hebrea que intenta explicar doctrinas ocultas de Dios mediante la exégesis de la Biblia. (...)

  Popularmente se las vincula con ciertas actitudes o cumplimiento de promesas con el objeto de conseguir respuestas concretas. Rafael Bielsa recordó que Jorge Luis Borges le dedicó una conferencia a la cábala en el Teatro Coliseo, en 1977, y que enseñó que “en Occidente la idea de un libro perfecto no existía, y que cuando Pitágoras, por ejemplo, que no dejó escrita una línea, decía ‘magister dixit’ (es palabra del maestro), lejos de querer cerrar la discusión lo que buscaba era que las mentes de los discípulos fueran más allá, innovando. Por el contrario, para los ulemas, los doctores de la ley musulmanes, el Corán no es un libro como los demás, porque es anterior a la lengua árabe y asimilable a la ira, la misericordia o la justicia de Dios. Y nos dice que en la cábala (recepción, tradición) ‘la escritura, contra toda experiencia, fue anterior a la dicción de las palabras’”. Para el hermano del director técnico, tan futbolero y fanático de Newell’s como Marcelo, la cábala es la forma de “asegurarse un futuro propicio adoptando diversas medidas de carácter más bien absurdo”. (...)

  Puede ser un rezo, una indumentaria, una rutina o, como demostraron Alfio Basile y su íntimo ladero, Rubén Díaz, un poco de talco, que llevaban en un bolsillo que compartían, porque es signo de buenos augurios… Se considera que este tipo de creencias y costumbres se arraigaron en la Argentina con las inmigraciones de principios del siglo XX, en especial los españoles de origen vasco, que la llamaban “cábula”. En hebreo se acentúa cabalá.

Cábala es ir a la cancha con la misma ropa, o por el mismo camino, tomar siempre el mismo transporte y hasta convencer al chofer de que se detenga en el siguiente semáforo aunque esté encendido en verde, o esperar en el paso a nivel hasta que corra el tren. Caminar por ciertos lugares, ubicarse en la cancha en los mismos sitios, ir con tal o cual compañía, pasarla a buscar por esa esquina, saludarla con la mano izquierda o simplemente no tocarse con ella. Llevar el carné en el mismo bolsillo, comer en el mismo puesto, el mismo alimento, decir las mismas palabras, pronunciar los mismos cantitos, rezar del mismo modo, persignarse, aferrarse a una medallita, a una estampita, a una cruz, o simplemente a un escudo. Tocarse ciertas partes del cuerpo, ingresar con tal o cual pie. Y no olvidar la cinta roja en la muñeca derecha. Incluso rarezas como contar que pasen cinco barcos por el río para recién enfilar por el Puente Labruna hasta arribar a la cancha de River. Las cábalas se reiteran a domicilio, porque se suele tomar o comer tal o cual alimento que “nos hizo ganar”, estar solo o acompañado selectivamente, también con ubicación programada, escuchando el relato televisivo o el radial, poner el volumen solo en números redondos, o elegir el canal par si es que lo da más de uno… Las variantes son infinitas. El ex canciller Bielsa aporta la insólita de frotarse la yema del pulgar derecho hasta sacarse sangre con la rueda dentada del encendedor descartable. (...)

 


Confianza en la moneda por Matias Tombolini

La Argentina ha sido, desde 1943 a la fecha, uno de los tres países con más inflación acumulada del mundo. Las causas son múltiples y dan cuenta del fracaso sistemático de los políticos a la hora de resolver el problema más grave que tiene nuestra economía: “La plata no alcanza”. No lo resolvieron los que estaban antes ni los que están ahora. No hemos visto que se impulsen medidas innovadoras para terminar con el flagelo de una economía que tiene una característica sistemática: los precios suben siempre.

El abordaje respecto del mejor modo para resolver este enorme problema debería alguna vez privilegiar que, en el camino hasta que la inflación baje, los salarios no pierdan la carrera contra los precios.

Lo cierto es que la inflación es la medida de la confianza que tenemos en nuestra propia moneda. Es decir en nuestra economía, o más concretamente en nosotros mismos como sociedad. Esta falta de confianza se refleja en un comportamiento histórico de todas las personas que vivimos en la Argentina, yo la llamo vocación verde. Y es sencillamente el acto reflejo que tenemos al pensar en el mejor modo de preservar el valor de nuestro dinero: la compra de dólares. Es así que el nuestro es el país con mayor tenencia de dólares físicos por habitante fuera de los Estados Unidos.

Las recetas que se han implementado para resolver este problema fueron desde la intención de pesificar nuestra mente de forma compulsiva durante el período 2011-2015 con el cepo, que nos dejó tan lejos del mundo como la Luna, hasta las Lebac del “mejor equipo de los últimos 50 años”, que creyó que si ponía un premio enorme para que conserváramos nuestra tenencia de pesos iba a aumentar la demanda de dinero y, por consecuencia, bajar la tasa de inflación. Por el contrario, esto aumentó la deuda, retrajo la actividad económica –porque era más fácil hacer plata con plata, que trabajando– y terminó por destruir la confianza de los propios argentinos y del resto del mundo, lo cual nos llevó a pedir el salvataje del FMI. La política parece no comprender cuáles son los mecanismos que los ciudadanos de a pie privilegiamos en la construcción de confianza. Esa que es fundamental para demandar nuestra propia moneda en lugar de dólares.

Para entender el modo en que funciona la confianza en la moneda, pensemos en esta situación: una señora entra a un autoservicio en la ciudad de Houston, Texas, en los Estados Unidos, y compra un paquete de chicles; el precio, al momento de abonar, es 95 centavos de dólar. Entonces, la señora saca un billete de un dólar y paga. El muchacho de la caja recibe el dólar y, junto con los chicles, le entrega el vuelto, que son 5 centavos. En ese momento la señora toma los chicles, pero también los 5 centavos, los guarda en su monedero, y sale del local.

¿Qué fue lo que pasó aquí a diferencia de la Argentina?

Se convalidó un pacto de confianza social. Esto sucedió en el momento en que el muchacho entrego 5 centavos a la señora, ya que ambos saben que ese monto es insignificante y no sirve para comprar nada pero lo que hay detrás de ese intercambio es más importante que lo estrictamente económico. Se trata de un acuerdo social, ya que ambos consideran que la moneda tiene valor, dado que sirve como unidad de cuenta, medio de cambio y reserva de valor –características que debe poseer para ser considerado dinero–. Los dos comparten el mito, la creencia sobre el valor de la moneda. La misma situación en nuestro país sería completamente diferente, ya que la moneda no constituye un mito común que nos permita dotarla del valor suficiente como para preservarla y utilizarla como una referencia estable. (...)

En mi opinión, debemos dejar de aferrarnos a dogmas teóricos antiguos y usar lo bueno de todas las teorías sumando la experiencia y el sentido común. La confianza en la moneda es la consecuencia directa de un conjunto de factores que no son solo económicos, y que tienen que ver con cómo percibimos la marcha de nuestra economía en general. (...)

 


Ir al psicólogo y las terapias rápidas por Laura Gutman

En algunas ciudades –como en Buenos Aires y en Nueva York–, la fascinación por las terapias psicológicas tuvo un gran auge entre los años sesenta y setenta. Fue un boom de teorías freudianas, lacanianas, kleinianas, winicottianas y, en menor medida, junguianas. Con otras características y adecuadas a los tiempos modernos, todavía mantienen un halo de virtuosismo. No ha sucedido lo mismo en otras latitudes. En algunas regiones de Europa, el hecho de “ir a un psicólogo” es considerado una vergüenza o algo que compete a los “locos”, dentro de una nebulosa de prejuicios confusos. De todas maneras, muchos individuos buscamos ayuda, aunque luego sea algo que no revelamos en nuestro entorno.

  En los Estados Unidos han surgido sistemas de ayuda más “rápidos”, como las terapias sistémicas o cognitivas, y todo un abanico de “coachings”, centrados en distintos tipos de “asesoramiento” para las personas que buscamos solucionar problemas, del orden que sean. Quiero decir, vivimos una época en la que los apoyos espirituales y la búsqueda del bienestar circulan más entre las terapias de toda índole que en las palabras de los sacerdotes. No es mejor una cosa que la otra. Supongo que simplemente forman parte de la organización de las culturas.

Que los individuos busquemos bienestar y comprensión de nuestros estados emocionales es legítimo. El problema aparece cuando los mecanismos utilizados quedan obsoletos y, sin embargo, en el inconsciente colectivo se mantienen con un alto nivel de popularidad, como si representaran una garantía de éxito en el terreno de la lucha contra el sufrimiento humano. En Buenos Aires, “ir a terapia” es algo tan común como ir a la escuela o a trabajar. Todos “vamos a terapia”. En cualquier conversación amigable, apenas rozamos un tema relacionado con la intimidad, surgirá el comentario: “Sí, eso ya lo vi en terapia”. Todos escuchamos y aprobamos gestualmente. Sin embargo, ¿qué significa eso? Nadie lo sabe. ¿Qué es lo que “ya vimos”? Misterio. Aunque suponemos que si esa persona ya lo “vio en terapia”, sus problemas se deslizarán por los cauces adecuados para arribar a soluciones estupendas. (...)

Es verdad que consultantes y terapeutas de todas las líneas teóricas tenemos buenas intenciones. Habitualmente hacemos referencia a encuentros amables: nadie nos va a tratar mal cuando vamos “a terapia”. No es lo mismo que hacer un trámite burocrático o que ir al banco. No. En general encontramos escucha. Y resulta que el hecho de que alguien nos escuche es como tocar el cielo con las manos. Amamos a nuestro terapeuta porque nos escucha. A veces nos dice algo inteligente. Comparte nuestros secretos. Nos tiene cariño. No nos juzga. Nos da la razón. Nos da unas palmadas en la espalda y confía en nuestras aptitudes. Un placer. Eso es lo que nunca, jamás, ni mamá ni papá –cuando fuimos niños– ni ninguna pareja –durante nuestra vida adulta– ha hecho con nosotros: aceptarnos tal cual somos y poner en relieve nuestras virtudes. Por lo tanto, pagaremos –en dinero– lo que sea necesario con tal de seguir sintiéndonos bien.

¿Hay algo malo en todo esto? No, al contrario. El bienestar siempre es positivo. Pasa que hemos asumido que el concepto de “terapia” es algo que roza lo sagrado sin saber bien qué es. Es importante definir que este asunto de “ir a terapia” es un desprendimiento de las investigaciones de Freud. Desde inicios del siglo XX, la “psicología” que se estudia en las universidades está basada en Freud. Muy bien. Lamentablemente, una cosa es la teoría –que en épocas de Freud fue revolucionaria– y otra cosa muy distinta somos las personas de carne y hueso, viviendo en un período histórico con mucha menos represión sexual que hace un siglo. Hombres y mujeres circulamos hoy con un nivel de independencia y autonomía sexuales impensado hace apenas cien años. Por supuesto, todos sabemos que los sueños son imágenes fehacientes del inconsciente y que ese dichoso inconsciente maneja los hilos de nuestro yo consciente. (...)