La idea de este libro surgió en el bar notable La Biela. Cada vez que Horacio Massaccesi, exgobernador de Río Negro, provincia de la que también soy oriundo, visita Buenos Aires, me manda un mensaje de WhatsApp para tomar un café y conversar de temas generales. A veces, hablamos de la coyuntura, y otras me cuenta historias de sus años más intensos en la política. Horacio, en sus relatos, todo el tiempo traía anécdotas de su paso por la Convención Constituyente. Un día contaba algo sobre Alfonsín, otro día del matrimonio Kirchner, relataba anécdotas de Antonio Cafiero, Chacho Álvarez, Raúl Zaffaroni, Aldo Rico, Jorge Yoma, Elisa Carrió, Eduardo Menem, Carlos Corach, Juan Carlos Maqueda y otros personajes históricos que me resultaban familiares, pero por otras etapas de sus carreras políticas, no por la Convención.
Nací en 1986 y cuando se reformó la Constitución tenía 8 años. Crecí en democracia y ejercí el periodismo poscrisis de 2001, cubriendo al kirchnerismo, al macrismo, la presidencia de Alberto Fernández y ahora al mileísmo. Es decir que mi percepción del vínculo entre los políticos es de tensión permanente. De vínculos frágiles, líquidos y alianzas coyunturales que nacen y mueren cada dos años, dependiendo de los vientos electorales. Por eso, cuando Massaccesi me contaba que hubo una vez en que todo el sistema político se mudó durante tres meses a una ciudad para reformar la Constitución, me pareció increíble.
En 1983, mi padre había sido intendente de Ingeniero Jacobacci, la ciudad donde nací y me crie. Él era peronista y era un dirigente respetado en el pueblo y en los pueblos de alrededor, por mi casa siempre pasaba algún político y también alguno que otro candidato que buscaba un consejo o una reflexión. Mi papá conversaba con todos. A los radicales los trataba como si fueran compañeros y ellos a él como si fuera un correligionario. En los momentos electorales, en mi casa se respiraba una adrenalina apasionante: cierres de lista, campañas y días de elecciones.
En el proceso de estudio para hacer este proyecto, y luego de largas conversaciones con 35 exconvencionales constituyentes, entendí que, hasta 1994, la Constitución argentina había tenido una larga historia de bullying político. Su sanción original y las sucesivas reformas fueron la imposición de vencedores contra vencidos. La reforma de 1949, durante el gobierno de Juan Domingo Perón, que gozaba de un poder político y parlamentario extraordinario, perdió legitimidad al retirarse el radicalismo de la discusión, por lo que quedó como una reforma vaciada de consenso político.
A partir de este momento empieza a delinearse la reforma de 1994. Sí, más de veinte años antes. ¿Cómo fue? El peronismo esperaba que tras el regreso de Perón se reinstaurara la Constitución peronista, pero aquel “león herbívoro” creía que el proceso anterior necesitaba una etapa superadora y ahora contaba con la amistad de su opositor, el radical Ricardo Balbín, para lograr la legitimidad que merecía una reforma constitucional. Un detalle irónico de la historia: por aquellos años, el principal opositor interno que tenía Ricardo Balbín en la UCR era un joven oriundo de Chascomús llamado Raúl Alfonsín, protagonista central de la reforma del 94.
A finales de 1993, la historia se tornó vertiginosa y con momentos desopilantes, que en la voz de sus protagonistas se vuelve un relato atrapante. Carlos Pagni, Enrique “Coti” Nosiglia, Eduardo Duhalde, Horacio Massaccesi y Alberto García Lema, entre otros, comparten sus recuerdos sobre aquellos meses intensos que terminaron de redondear una construcción de veinte años.
La vida de los constituyentes en Santa Fe está llena de microrrelatos que incluyen discusiones que casi llegan a escenas de pugilato, romances, salidas nocturnas en boliches, horas de trabajo, rosca y discursos memorables, todo entremezclado con acontecimientos históricos, como el atentado a la AMIA, que nadie olvida, y el último Mundial de Maradona, que pocos recuerdan.
Estas 35 conversaciones con los protagonistas de aquel presente y con los hombres y mujeres que marcaron el rumbo del país en los años siguientes sirven para conocer en profundidad la complejidad de uno de los acontecimientos políticos más importantes de Argentina en el siglo XX.
Fue una solución argentina para un problema argentino. Alfonsín y Menem entendieron que la competencia mejora cuando hay reglas claras. Uno traía la experiencia, el otro la potencia. Y supieron hasta dónde llegar. No se enamoraron de sus propias ideas, pero tampoco renunciaron a ellas.
La reforma del 94 no logró traducirse en bienestar económico, pero sí dejó algo más difícil de construir: reglas de juego aceptadas por todos. Una plataforma común que todavía sostiene la democracia en el siglo XXI.
Treinta años después, los nombres cambian, las coyunturas también, pero la pregunta sigue siendo la misma: ¿hasta dónde estamos dispuestos a ceder para construir algo común?
*Autor de Generación 94. Conversaciones con hombres y mujeres que reformaron la Constitución. Eudeba-Ediciones UNL. (Fragmento).